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“Cristiano, corre despacio”

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No había visto nunca nada semejante. De hecho, sigo sin haberlo visto: si bien todo el mundo asegura que en el momento en que Cristiano iba a tirar la falta que nos dio el pase Keylor corrió desde su área para decirle cómo tenía que hacerlo, lo cierto es que no presencié semejante carrera. Andaba yo demasiado ofuscado como para verlo, desgañitándome como estaba para exigir a Bale en el lanzamiento, en lugar del portugués. Nos insistieron tras el partido en que facturásemos un Portanálisis que tuviera por único contenido las palabras “A mamarla”, y aunque nosotros supimos resistir la tentación no habría sido injusto que Cristiano me dedicara esa admonición nada más marcar. Sí, amigos: yo también pipeo en ocasiones, si bien nunca lo haré hasta el extremo de ir al Bernabéu con una bandera amarilla para un partido como ÉSTE. El día en que haga algo parecido, perdamos o ganemos, tenéis mi permiso para reconvenirme muy severamente, o para mandarme a la mierda si es menester.

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No. Todavía no he conseguido ver las imágenes que prueban que Keylor corrió desde su marco para animar a Cristiano, en un arrebato de fe frenético y premonitorio. Jamás he visto a un portero hacer eso. “Cristiano, corre despacio y es gol”, dice el propio luso que le dijo el tico mientras yo pedía a Bale a berridos una y otra vez, con el acierto que me caracteriza. Yo tengo que ver esa carrera de Keylor porque será como ver al profeta Malaquías emulando a Usain Bolt, y porque no se me ocurre una imagen más chocantemente representativa de la determinación y la ígnea esperanza de las grandes noches europeas del Madrid. Tengo que verlo porque a partir de ahora habrá dos carreras: la de Juanito abandonando el campo contra el Borussia, y la de Keylor llegando a las primeras estribaciones del área contraria con el culo echando chispas de pura fe (y de pura vida).

Pido disculpas por volver a sacar a colación la cosa de la épica europea, porque en el fondo al final tuvo razón Fantantonio y sólo necesitamos facturar un partido normal. Sólo hizo falta un partido normal pero en realidad fue también épico. Fue un nuevo género de partido, una especie de pulsión heroica teñida de cotidianidad, un día en la oficina para los anales de la hazaña. El encuentro se movió al filo de varios equilibrios casi imposibles, la tan citada balanza con el corazón en un lado y el cálculo en el otro. Supimos compaginar pasión e inteligencia. Al mando del delicadísimo castillo de naipes se afianzó la figura de Zidane como estratega, si bien muchos sufrimos ante su resistencia para dar paso a esos cambios finales que ralentizaran una angustia que sólo fue tal por lo precario del marcador, frágil teniendo en cuenta la amenaza letal de encajar un gol hipotético en casa. No era nada fácil gestionar este partido desde el principio, y quizá era más difícil aún tras el fulminante 2-0 a los 17 minutos.

De Cristiano podemos decir lo que queramos y nos quedaremos cortos. El otro día me regañaron por invertir un par de preguntas de una entrevista a Gento en tratar de buscar algunas similitudes entre el de Madeira y Di Stéfano. “Ni a la suela de los zapatos”. Pues a lo mejor, pero yo, que no vi jugar a Di Stéfano, vi ayer a Cristiano hacer todo aquello que se dice que hacía D. Alfredo: marcar los goles (y de todas las facturas); correr más que nadie; estar en todas partes; defender; ser el líder. Habrá que establecer una especie de carnet por puntos para los saques de banda a fin de evitar que quiera efectuarlos todos él. Cristiano fue un vórtice, fue el aleph, fue la máxima densidad en un punto. Si queréis venderlo me tendréis que incluir en el check-in, como los súbditos que acompañaban a los faraones en su última ruta, orgullosos de ser sepultados entre los enseres de su amo.

-Cristiano, corre despacio.

Hay en el extraño consejo técnico de Keylor una reverberación simbólica, como si además de referirse al propio delantero esbozase una filosofía para el conjunto del equipo, una de esas recomendaciones en forma de head-scratcher. “Vísteme despacio que tengo prisa”. Quizá el equipo, voluntaria o involuntariamente, y bajo el rugido de los misiles más impíos que se recuerdan, lleva meses corriendo despacio para imbuirnos en un último acelerón de gloria suprema. ¿Por qué no pensarlo? Son tres partidos, son cuatro puntos.

 

 

 

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