James está triste, qué tendrá James. El jugador colombiano parece estar pasando una segunda pretemporada en el Real Madrid. Dos en un mismo año. Tal vez la primera –la oficial, esa que por lo visto ahora, con eso de las giras, se ve algo mermada- no resultó del todo satisfactoria desde el punto de vista de la adecuada preparación de este largo y tempestuoso camino que ojalá conduzca a Milán contra todo pronóstico (¿no es el Madrid, entre otras cosas, para bien y para mal, ir contra pronóstico?). Tal vez la lesión que tuvo hace no demasiado tiempo aún le esté pasando cierta factura a James. Pero tal vez también debamos tener en cuenta un cierto componente emocional en el evidente deambular del colombiano por los partidos, salvados en ocasiones -es justo reconocerlo- por algún gol de relumbrón o dos asistencias milimetradas hasta el deleite. Con todo, son apenas pinceladas para un jugador llamado a ser artista con mayúsculas, pero también son trazos que hacen pensar que el genio aletargado en la lámpara tan solo espera un adecuado frote para salir y concedernos más de tres deseos.
No es jugador de focos Jamesito. Suele empequeñecerse ante la masa de medios que, ávidos de todo lo que no sea mesura, arriman sus alcachofas y grabadoras al mentón de los jugadores. Hay quien, por galones y carácter, logra provocar que los muchachos de la prensa den un imperceptible paso atrás cuando habla. Por el contrario, hay jugadores que nada dicen cuando son asaltados, ni falta que hace; jugadores que con la voz neutra de un robot ilustran al personal con la máxima de que “no hay rival pequeño”, la nadería de que “estamos con el entrenador” y la tautología de que “aún queda liga”. Y luego hay gente como James, jóvenes retraídos que, incluso teniendo motivos para alzar la voz en denuncia o auxilio, denotan cierta fragilidad y sorpresa ante tanta jauría. Su leve tartamudez al hablar ayuda a provocar estas sensaciones, pero no es solo eso. Son los ojos, sobre todo los ojos, levemente desangelados, como quien busca clemencia sin entender a qué viene tanta inquisición, como quien se sabe cordero sin que por supuesto se nos conceda el sanador silencio.
Yo entiendo perfectamente a James, y quisiera estar allí para apartar su cáliz de vinagre. Si el fútbol es de los jugadores y de la afición (inviertan ustedes el orden si quieren), a qué esta hipertrofia de los medios, que ya no son medios, sino el mensaje mismo; un mensaje escuálido, tan apremiante e inane que viene deshilachado de fábrica, perfecto producto de usar y tirar (sobre todo de tirar) apenas cogido por dos alfileres que se clavan como puñales en las entendederas de toda persona sensata. Yo veo a James acorralado entre esos alfileres, más bien ya punzones a sus ojos, incapaz de entender por qué demonios esto no va de fútbol y solo de fútbol, por qué una mueca captada a años luz de distancia, pongamos en el momento de una sustitución, es manoseada hasta que signifique lo peor (y más inverosímil y ridículo) que pueda significar, por qué una especulación alcanza bien pronto la categoría de verdad cartesiana, por qué vende más el rosario de la Aurora que la belleza de un golpeo de pelota, por qué en definitiva no se cuida lo que supuestamente se ama.
Sé que James no está jugando bien, pero sé mejor que las cualidades demostradas hacen ver este bache como una anomalía si es que logra gritar para sus adentros un gran sí que desafíe a tanta tormenta perfecta de atrezo. Lo sorprendente, lo que puede desarmar hasta al más entusiasta, es que parezca asumido que una mala situación es la ocasión propicia para convertirla en peor por obra y (des)gracia del ensordecedor runrún que envuelve al Real Madrid día y noche hasta el Juicio Final del día y la noche siguientes. Sin embargo, bien parece que el enemigo no está ya a las puertas y que La invasión de los ladrones de cuerpos es un documental sobre ese madridismo que todo lo quemaría ahora -y también antes, y ya puestos sigamos mañana- para empezar siempre de nuevo, actualizando así más el camusiano mito de Sísifo que el del Ave Fénix. Allá cada cual con sus desmesuras, pero lejos de mí quien piense (?) que la mera crítica se basta para dar señales de inteligencia. Yo, mientras sea posible, prefiero sentarme en las ruinas a esperar lo mejor de James y del Madrid, no crean que por cursilería o ingenuidad, sino justamente como acto de denuncia, de cierta infancia no olvidada y tal vez de coraje. En definitiva, yo solo venía a no pedir perdón por creer que el Madrid es exactamente saber que siempre es posible, no como la vida.
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