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Gareth Bale: Hándicap 2

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Bale tiene un hándicap 11 pero en realidad los podríamos reducir a dos: corre mucho y es británico.

La desafección suscitada a raíz del desastre de la Armada Invencible, la derrota de Trafalgar y la pérdida de Gibraltar aún perduran en la memoria del español medio. Una desconfianza que en el plano futbolístico también ha consolidado la histórica dificultad del jugador británico para adaptarse fuera de las islas. El fútbol birtánico siempre ha conformado una realidad diferenciada de la del continente, no ya por la tipología de juego sino también por el espíritu de sus aficiones, los tradicionales códigos internos de plantillas e instituciones y un cierta conciencia esencialista, de fútbol primigenio, de gran valor entre ellos.

Quizás por ello el aficionado español arquea la ceja cada vez que un futbolista británico recala en su equipo. Aunque el florecimiento del Real Madrid de principios del siglo XX fue posible gracias al concurso de jugadores ingleses como Stampher, Arthur Johnson, Charles Wallace, Lindsey, Linney y Wickerstaff, la posterior irrupción de jugadores como Cunningham, McManaman, Woodgate, Beckham y Owen nunca dejaron un completo buen sabor de boca. Desde el momento en que un inglés fichaba se situaba bajo sospecha de añoranza, sentimiento que podía predecirse a tenor de dos circunstancias: la escasa predisposición por aprender español y la práctica del golf. Si transcurridos dos años el futbolista todavía utilizaba su idioma para comunicarse y su tiempo libre transcurría entre green y green, no cabía mantener la esperanza.

De nada ha servido en el caso de Bale que su rendimiento haya mejorado notablemente en este curso. Que la prensa destacase que, presuntamente, había hecho 36 hoyos en su día libre y que haya concedido unas declaraciones a la televisión del club en inglés, ha sido suficiente para ponerlo todo en duda.

Bale

“Corre mucho”, por otro lado, es lo primero que se le escuchó decir a muchos madridistas la primera vez que tuvieron constancia de la velocidad del de Cardiff. Pero “corre mucho” no era, para estos peculiares intérpretes, una mera proclamación de su virtud, sino también de la limitación que, según ellos, acarreaba dicha cualidad: “Necesita mucho espacio”. Así fue como Gareth Bale resultó ser, a ojos de estos analistas, un jugador no apto para defensas cerradas. El galés era demasiado rápido y, claro, cómo iba a manifestarse como el velocista que era con una maraña de adversarios ejerciendo de obstáculos.  Con tan solo dos conclusiones precipitadas se había convertido al elegido en dos ocasiones mejor jugador de la Premier League en un atleta que, a fin de cuentas, lo que requería era una pista de atletismo.

Pero, obviamente, estos aficionados no habían visto en demasía al Gareth Bale del Tottenham, como puede que tampoco reparasen en el jugador que ya ejercía como madridista desde hacía dos años. De haberlo hecho hubiesen certificado que Bale marcó la mayoría de sus goles, en su último año en la Premier League, sin necesidad de metros por delante y hasta con la defensa rival parapetada frente a su portería, y que lo hizo con toda suerte de remates: de libre directo, de tiro lejano en jugada, cabeceando, rematando en área pequeña, llegando con potencia desde segunda línea y sí, alguno, aunque los menos, también de contrataque.

En España el galés también ha dado muestras no ya de una capacidad goleadora descomunal, sino de una variedad de recursos que distan mucho de los de un jugador que simplemente destaca por su velocidad. El dribling de Bale no es nada desdeñable, pero además cuenta con una gran capacidad de asociación, no ya asistiendo desde cualquiera de los dos lados, sino filtrando pases desde la frontal del área, así como combinando en espacio reducido, de pared y hasta de espuela.

Dos de sus mejores cualidades desacreditan, por sí solas, el juicio de “jugador necesitado de espacio”. Por un lado, su disparo lejano en jugada. Pocos futbolistas en el mundo tienen el latigazo del que dispone Gareth Bale. A poco que le concedan un metro es capaz de dibujar una parábola que puede sortear a los defensas y acabar fuera del alcance del portero. Por otro lado, su gran juego aéreo. A día de hoy el delantero del Real Madrid es, con nueve goles, el mejor cabeceador de la cinco grandes Ligas europeas.

Pero hasta las propias estadísticas lo encuadran como un jugador total. Esta temporada, participando de un equipo que, por lo general, se enfrenta a rivales encerrados en su área, el galés supera en el ratio de goles por minuto jugado en Liga a los dos grandes monstruos del campeonato: Cristiano Ronaldo y Leo Messi. Un gol cada 87 minutos del galés por uno cada 98 del portugués y uno cada 102 minutos del argentino. Unas cifras que en términos globales, de haber disputado todos los encuentros y haber lanzado los penaltis, le habrían puesto en disputa, casi con toda seguridad, de la Bota de Oro.

Y es que Bale se ha perdido la friolera de 14 partidos de Liga en 36 jornadas y no ha lanzado ninguno de los 9 penaltis con los que ha contado el Real Madrid. Por ello cabe inferir que con el concurso del galés el destino del equipo en el campeonato liguero hubiera sido muy diferente del actual, razón por la cual cabe considerar que no hay una circunstancia de mayor relevancia para la entidad blanca, a nivel deportivo, que la de evitar que su estrella británica, angloparlante y aficionada al golf deje de perderse un promedio de más del 30% de partidos cada año. Y si es necesario recurrir a los servicios externos de un médico o de un fisiólogo extranjero, como han hecho otros grandes jugadores con problemas recurrentes de lesiones para conseguirlo, pues se hace. Aunque si eso sucediese, lo más probable es que ya nada se hablase de los muchos goles que conseguiría Gareth Bale y sí del historial de dicho especialista.

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El partido del odio

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Yo celebro que, mientras velamos armas junto a nuestro equipo a la espera de recibir al Manchester City, el destino nos haya deparado a los madridistas la rara ocasión de deleitarnos con el enfrentamiento entre el Atlético de Madrid y el Bayern de Múnich. No todos los días tiene uno la oportunidad de aliviar la tensa espera con un partido como éste. Así que, arrogándome un derecho que como todo el mundo sabe sólo corresponde por designio divino a los periodistas deportivos, me he tomado la libertad de bautizar este partido que acaba de terminar. Y habida cuenta de que lo de El Clásico ya estaba cogido y muy manoseado, y además resultaba a todas luces inapropiado, he elegido un nombre que, modestia aparte, refleja exactamente la naturaleza de este encuentro: el partido del odio. Del odio mío, claro.

Dejando a un lado al eterno rival, no encuentro en el mundo dos equipos más odiosos que los que esta noche se enfrentaban en Múnich, y agradezco a los astros que se hayan alineado para darme la oportunidad de ver cómo se han despellejado mutuamente con la esperanza de merecer el derecho de enfrentarse  a los blancos y radiantes en la gran final de Milán (confíemos en que así sea). Ha sido, cómo no, un espectáculo dantesco y algo gore, con sangre y vísceras en el terreno de juego, una pelea encarnizada, y a mí se me abría el apetito presenciándolo. El Allianz Arena ha transmutado en coliseo romano y yo me he sentado a contemplar el espectáculo desde el palco de mi casa envuelto en mi blanca túnica, desgranando con pausa y delectación un racimo de uvas mientras los gladiadores se sacaban las entrañas en la arena entre gemidos de dolor y chasquidos de hueso roto. No me digan que el espectáculo no ha merecido la pena.

Hay, sin embargo, una diferencia entre ambos equipos. O, para ser más precisos, entre el odio que generan ambos equipos, al menos en mi persona. Una diferencia sutil pero fundamental que inclinaba la balanza de mis deseos para esta noche y que hace que el resultado final no me haya dejado indiferente. Por ambos equipos profeso un inconfundible odio africano, pero el odio no es una categoría moral que esté exenta de matices ni de gradaciones. Hay odios y odios, y no conviene confundir conceptos.

Atleti Bayern

Empecemos por los alemanes. El Bayern de Múnich sale de fábrica con la prepotencia montada de serie y la arrogancia marcada en la frente como si fueran los cuatro aritos de su logotipo. El Bayern siempre sale al campo con el Deutschland über alles impreso en el ADN y con las trompas wagnerianas resonando triunfantes en una fanfarria ensordecedora. Es una parafernalia imperialista, de propaganda de guerra, y uno no puede dejar de acordarse de un españolito moreno, bajito y madridista que se plantó ante los panzer alemanes al pisar simbólicamente la cabeza de Matthaus, como aquel estudiante en la plaza de Tiananmen. Aquello estuvo mal, sí, pero la guerra es la guerra, y uno no puede dejar de sentir simpatía por el feo gesto de Juanito, porque el Baryern produce un odio revirado y reconcomido, emponzoñado y venenoso, un odio mezclado con indignación, un odio cabezón, como de vino peleón. Es un odio garrafón que no se extingue nunca y que no te deja en paz, como una mosca cojonera que interrumpe la siesta y de la que uno no acaba de librarse nunca. Que el entrenador se llame Guardiola no hace sino agravar el cuadro.

El Atlético de Madrid, sin embargo, ofrece en su mejor versión un odio limpio de polvo y paja. Yo nunca he odiado tan a gusto como odié al Atlético de Madrid de los Capón, Ayala, Heredia, Leal, Panadero Díaz y Rubén Cano. Era un equipo de melenudos que tenían el espíritu de los hermanos Hanson de El castañazo, y eso son palabras mayores. Era como ver a los Ramones, o tal vez a los Who saltar al campo y romper guitarras en el escenario mientras Luiz Pereira se preguntaba qué pintaban ahí él y su violín. Era, sí, un fútbol guitarrero, macarra, de suburbio metropolitano, un fútbol de cemento y asfalto, con muchos decibelios y poca sutileza. Esa es la esencia del Atlético de Madrid, la sangre que corre por sus venas, los genes que se transmitieron de generación en generación, de Heredia a Arteche, de Arteche a Tomás y de éste a Juanma López y al propio Simeone. Es el hábitat natural de gente como Diego Costa o el propio Arda Turan, que llevaba el fuego en los ojos, en la barba y en el nombre hasta que lo trasplantaron al Camp Nou y pasó de dar miedo a dar pena al verle obligado a trocar el hacha por la lira para que danzaran las bailarinas blaugranas.

Uno odia al Atlético de Madrid con todas sus fuerzas, porque un enemigo tan feo y antipático sólo puede merecer el odio de una persona decente, pero también con respeto. Uno odia al Atlético y es un odio purificador, relajante, taumatúrgico. Uno odia al Atlético y sabe que al hacerlo es mejor persona, porque es lo justo odiar a un equipo tan correoso, tan duro, tan leñero, tan agrio y tan desagradable. Pero también respeta su orgullo de perdedor, ese buscarse la vida a golpes, a machetazos si es preciso, ese afán de supervivencia aun sabiéndose incapacitado para alcanzar la cumbre de la escala alimenticia. El Atlético, en cuanto Atlético, tiene el halo heroico de los perdedores que siguen peleando aun cuando son conscientes de que nunca dejarán de serlo. Con malas artes, sí. Con violencia, también. Con la sed de venganza inyectada en sus ojos, qué duda cabe. Pero con el orgullo inasequible al desaliento de quien, siendo incapaz de pintar Las Meninas, rompe y mancha unos lienzos para defender con vigor que lo suyo también es arte.

Sí. Al Atlético de Madrid, cuando es el auténtico Atlético de Madrid, yo lo respeto tanto como lo odio. Por eso sugiero al Cholo Simeone que se olvide de discursos buenistas, que se quite la careta de buen chico tras la que últimamente tiende a ocultarse, que deje de lloriquear por las diferencias de presupuesto, que deje de ser podemita y que se muestre tal como es. Que se lance a la calle, que haga la revolución, que desempolve la guillotina si es preciso, que tome el cielo al asalto, pero sin intentar convencernos de que pretende ganarlo con rezos, sin adoptar una pose pía y beata que en él resulta vergonzante. Le seguiremos odiando igual, le seguiremos derrotando igual, y le seguiremos resultando igualmente inalcanzables. Pero tendrá nuestro respeto y, si me apuran, hasta nuestro puntito de admiración. Porque la grandeza propia es, en buena medida, el resultado de la fortaleza de los enemigos.

Así que espero hayan disfrutando tanto como yo viendo la carnicería, la lucha a muerte entre dos equipos intrínsecamente odiosos. Pero sin perder la perspectiva. Insisto: hay odios y odios. Yo me alegro de que el Bayern se haya ido hoy a los infiernos. Al Atlético, que es el único equipo al que un madridista puede odiar como Dios manda, ya le volveremos a facturar nosotros al lugar al que pertenece.

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Ahí está el Real Madrid

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A pesar de haber sido objeto de burlas y maledicencias desde hace lustros, pero muy especialmente en los últimos meses, cuando las chanzas y las descalificaciones han elevado el tono del antimadridismo hasta lo frecuentemente insoportable, el Real Madrid está ahí, en la Final de la mejor competición de fútbol de clubes del planeta y a un punto de los líderes de la Liga, con complicadas pero indudables posibilidades de ganarla también. Sería su Copa de Europa número once y su Liga número treinta y tres, registros que están a años luz del resto de contendientes. Las ganará o no, pero está ahí.

A pesar de sus propios e indudables errores deportivos, a pesar por ejemplo de que Zinedine Zidane tuvo que subirse en marcha a un proyecto en crisis cuando tal vez (visto lo visto) quizá mereció la oportunidad con anterioridad, ahí está el Real Madrid.

A pesar de que otro de los errores del club, esta vez burocrático, fue respondido por el sistema con una sospechosísima actuación de los tribunales de justicia deportiva, que le dejaron fuera de una competición cuando los principios más elementales del Derecho Administrativo asistían al club de Chamartín, ahí está el Real Madrid, con opciones de ganar los otros dos trofeos en liza, es decir, todo lo que el sistema le ha dado opciones de ganar.

A pesar de que las tendencias del colectivo arbitral en el campeonato doméstico en nada favorecen sus intereses, ahí está el Real Madrid.

Gracias a un entrenador que, pese al respeto que su figura futbolística debería inspirar, fue recibido por algunos bajo el título “el técnico que el pasado fin de semana no fue capaz de ganar a La Roda”, ahí está el Real Madrid.

Gracias a unos jugadores cuyas veleidades son en ocasiones criticables, pero que a la hora de la verdad -cuando la temporada llega a sus horas cruciales- están demostrando un compromiso inquebrantable, ahí está el Real Madrid.

Gracias (aunque sea injusto individualizar en un final de temporada donde todos brillan a gran altura) muy especialmente a la labor de jugadores que la prensa tiene en el punto de mira por el simple motivo de ser fichajes estratégicos del presidente, ahí está el Real Madrid.

Gracias al apoyo de todo el madridismo, sí, pero sobre todo al de aquellos que optan por el afecto al club antes que por el acoso y derribo, por el apoyo cuando vienen mal dadas, por la crítica constructiva frente al fuego que no cesa, gracias a todos pero sobre todo a ellos, ahí está el Real Madrid.

Ahí está, amigos, el Real Madrid a pesar de o quizá precisamente porque le den por muerto tan frecuentemente, como si no conocieran ya los sustos que da el Madrid cuando emerge de entre las sombras con una sonrisa cruzada de gusanos y la mirada desnortada por el hambre de gloria. Qué fácil sería emitir un “Me equivoqué” que no escucharemos, un “Está claro que no todo se hizo mal” que entra en el terreno de lo utópico. Qué encantado de aceptar esa rectificación estaría el madridismo al que La Galerna, humildemente, aspira a representar, cuántos candidatos a decir eso existen y qué pocos lo harán.

Ahí está el Real Madrid, amigos. Pase lo que pase a partir de ahora, tenemos derecho al orgullo.

escudo Real Madrid sobre camiseta

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La importancia de un buen traje azul

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Todos juntitos. La afición del Madrid, esa que no existe, como el proyecto, juntita como el equipo. El Madrid fue un comando arrastrándose por su selva. La Selva Negra de Kroos, el timón de un verde mar y un ancla, Modric, guardando la deriva continental. ¿Qué hay de Bale y esas medias vueltas? ¿De dónde salieron? A derecha e izquierda. ¿Son danzas tribales galesas? ¿Y La falda? Rotación y traslación. La Tierra misma.Gareth cuando no corre juega desenfundando sin menospreciar la importancia de un buen traje azul, que es algo que muchos olvidan. Desde luego, llamarle “pozo séptico” a alguien (eso nos han llamado a nosotros, a La Galerna) sin mediar razones es no tener siquiera intención de ponerse un traje azul. Un hombre sin traje azul no es hombre. Quizá sea niño, pero no hombre. Gareth Bale no le ha dado nunca a nadie el nombre de su sastre, y así anda todo el mundo obnubilado por ese corte británico, cosido a base de pases sencillos. Avanzaban los blancos, blanquísimos, sin embargo como si fueran los panteras negras, con guardaespaldas enormes, corpulentos, rodeando la pelota. Yayá Touré a su lado parecía uno de ellos, incluso el líder, pero en realidad era Lennie, el de De ratones y hombres, sólo que no mataba ratoncitos al cogerlos con la mano, que es lo que pretenden algunos (ratoncitos ellos también con ínfulas de gigantes) sin el menor rasgo de inocencia.Lo intentó con Luka, Touré, pero el croata es un ratoncito de acero, como quiere ser La Galerna, que se mira en ese espejo de excelencia. Otros se miran en los espejos de los “pozos sépticos” y de las drogas alucinógenas (cualquiera diría que asustados) como si quisiesen olvidar, matarla, una realidad, pequeña sí, pero realidad que quizá no alcancen a comprender. Y eso que tampoco es tan difícil, tan fácil como admitir que el Madrid está otra vez, y van catorce, en la final de la Copa de Europa.
City Madrid
Puede que sea una cuestión tan simple como la sintaxis, la que el Madrid, por cierto, ejecutó el miércoles con pinceladas de genio puro: Isco doblando las esquinas como el gato aquel del cuento de Hemingway; un toro perdiéndose en el capote de los citizens, que topaban una y otra vez con la trampa tejida por Ramos resucitado y Pepe en el centro; y por los lados Marcelo (haciendo giros sobre las uñas) y Carvajal, quien defendía deslizándose sobre la yerba como sobre la nieve, atrapando balones con cazamariposas.Cuando salió Lucas Quinto al campo sustituyendo a Jesé yo vi en él al héroe del pueblo por aclamación. Lucas es un torero con traje (azul), cuello blanco, corbata y descapotable que va por la calle soliviantando al barrio de pura admiración, al contrario que los que soliviantan los ánimos no, al menos, como los predicadores con oficio de Hyde Park sino como las viejas mendigas de la Misericordia de Galdós, a las que espantaría Keylor de la puerta de las iglesias a cabezazos de fe y determinación. Yo vi a Keylor adentrarse entre la niebla con la audacia de un héroe de Costa Rica que va a fundar una mitología. Y de aquellos cabezazos vi salir despedidos, como a don Quijote y Rocinante contra los molinos, a un tocayo del santo de la Fiesta Mayor de Pamplona, a un vizcaíno quizá de la villa barojiana de Urbía, como Zalacaín, perdido (quién sabe) entre los carlistas, y a un periodista deportivo (otro) que tiembla (dicen) y que no es precisamente el de Richard Ford. Hubo gente en la grada, más exactamente una pareja de individuos, que al finalizar el partido gritaron: ¡Florentino, dimisión!, y la gente los miraba y se sonreía casi con arrobo para dejarlos allí, con su afán, con su creencia. Una pena de James que salió al campo como un perrito cojo, pero esa zurda encogida volverá. Yo digo que el día veintiocho. Peores los hay que nacieron encogidos de caletre entero, y sin dar señales de que algún día lo puedan estirar.

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Las bolas calientes del cholismo

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Una de las mejores anécdotas de la guerra fría la protagonizó el líder soviético, Nikita Kruschev, que en cierta ocasión explicó por qué se refería a Berlín como “los cojones de Occidente”: “Cada vez que quiero que (Occidente) grite, aprieto a Berlín”. La frase en cuestión tiene plena vigencia hoy en día, extrapolable al Madrid: cada vez que aprieta, el resto berrea.

Si alguien hubiera dicho a principios de año que íbamos a llegar a la final de la Champions y que a dos jornadas del final de Liga estaríamos a un punto de la cabeza, le habrían tomado por loco. Y sin embargo, así están las cosas, para zozobra de muchos. Me refiero a todos esos que aprovechan el más mínimo resquicio para enmierdar todo lo que suene a madridismo y, consecuentemente, elevar a los altares al resto. Hasta han llegado a acuñar un término, cholismo, bandera de aquella vieja máxima según la cual el fin justifica los medios.

Sería absurdo negar mérito a lo que ha hecho Simeone con el Atleti. El cómo lo ha hecho sí que resulta cuestionable. Sobre gustos no hay nada escrito, aunque es patente lo feo que juega el Atleti. Tremendamente feo, añadiría. ¿Efectivo? Sin duda, pero de una estética horrorosa. El Atleti es al fútbol lo que Belén Esteban a la literatura: no vale con vender libros, hace falta “algo” más. En cambio, hace mucho tiempo que la prensa se ha rendido a ellos. Hasta Sport sacaba ayer en portada su declaración de intenciones para la final de Milán, esa a la que el Barça no llegó: “seremos cholistas por un día”.

Bolas Cholo

De la prensa deportiva catalana poco se puede esperar. La política, las subvenciones de la Generalidad y la producción de veneno contra el Madrid le ocupan demasiado como para informar con un mínimo de objetividad. Hasta la prensa generalista se ha contagiado. La Vanguardia, hace pocos días, sacaba en su portada de deportes unas declaraciones del tal Roncero, en las que le arrogaban la representación del madridismo. ¿Recuerdan la alusión a Belén Esteban del párrafo anterior? Vale también para el “literato” del As.

En Barcelona fue donde surgió la teoría de las bolas calientes, según la cual al Madrid le tocaban siempre los rivales más asequibles por un caliéntame allá estas bolas. Esa teoría la hizo suya el Cholo, quien ya había vaticinado que la Liga estaba “peligrosamente preparada para el Madrid”. Y tras el Cholo, el cholismo. Poco importa el medio; todos alaban las virtudes del Atleti -su capitán es el único de la primera división imputado por amaño de partidos, conviene recordarlo- en detrimento de un Madrid cuyos rivales han sido una banda y cuyo actual estado se debe sólo a la casualidad y a los millones.

El cholismo, pues, todo lo justifica en pos de lo suyo. ¿Alguien imagina a Zidane tirando un balón al campo para que el equipo contrario no culmine una jugada de ataque? Inconcebible, ¿verdad? Pero no, como lo hace el Cholo, todo el mundo le ríe la gracia y apelan a “las armas de cada uno”. Eso sí, llega a hacer algo así Mourinho y fusilarle sería poco. También se le atizaba al de Setúbal por su antipatía en las ruedas de prensa, pero nada -o muy poco- se dice del tipo más avinagrado del fútbol español, Luis Enrique. Lo mismo es cuestión de bolas calientes: al míster del Barça le queman y eso le hace irritable, y al del Atleti le pasa lo propio con las de cerca del banquillo, al punto de tener que arrojarlas al terreno de juego. Con o sin bolas calientes, unos ladran y otros cabalgamos.

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Prepárense

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Si pensaban ustedes que llegar a la final de la Copa de Europa era el trecho más complicado que íbamos a encontrar en el camino, estaban muy equivocados. Prepárense ustedes para tres semanas largas, muy largas. Conciénciense de que es ahora, a sólo noventa minutos de la gloria, cuando más piedras tendremos que esquivar, cuando más impedimentos se nos pondrán, cuando más obstáculos habrá que superar. Comienzan los veinte días más complicados del año, aquellos donde habrá que leer que el Madrid no juega a nada, que no merecemos ganar, que el karma, Dios o el universo están en deuda con nuestros rivales y que, por ende, a ellos pertenece la gloria. Pobrecitos, aún no han entendido que el destino del más grande, que no es otro que el Real Madrid, es siempre el mismo: vencer a toda costa y sea quien sea el que se ponga enfrente.

Prepárense para ríos de tinta precedidos de océanos de bilis, esa que supuran desde la noche del miércoles los miles de acérrimos antimadridistas que graznan y vociferan ante nuestro sino. Prepárense para comentarios indecorosos, noticias falseadas, rumores cochambrosos y páginas de miseria y odio. Tengan claro que irán a muerte contra nosotros, que no desean otra cosa que vernos caer, que harán absolutamente todo lo posible para conseguir que tropecemos, ya sea insultando a un jugador, vilipendiando al presidente o maldiciendo la suerte del hombre que introdujo el balón de la gloria en la escuadra de la Novena, el hombre que ayudó a allanar el camino de la Décima y que será el encargado de dirigir las tropas de la que está por llegar. Desde Zidane al masajista, desde la cúpula directiva hasta el último aficionado, todos tendremos que aunarnos contra los lobos y demostrar que juntos somos invencibles.

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Después, mucho más adelante, llegará el partido y los once gladiadores que salten al césped de Milán tendrán sobre su espalda toda la responsabilidad, pero mientras tanto repartámonosla entre nosotros, entre los que deberemos aguantar las embestidas de las hordas enemigas, los agravios de la prensa, las comparaciones odiosas e incluso la condescendencia perdedora de ese madridismo simplón que prefiere que gane el Atleti “porque nosotros ya tenemos muchas Champions”. Y luego dicen que ser del Real Madrid es fácil…

Prepárense, queridos camaradas, para la lucha final. Estén atentos durante estos días a la campaña que está por comenzar. Vendrá de muchos y distintos frentes, desde la periferia hasta el centro, de norte a sur, este y oeste. No desfallezcan ni caigan en su juego, no se dejen engañar por sus palabras necias y tendenciosas, perseveren en la unidad ante la causa común que está por venir. Animen sin cesar a la plantilla y al cuerpo técnico, alienten desde sus casas o desde el estadio a esos jugadores que nos han de traer el mayor premio conocido a las vitrinas del Bernabéu. No decaigan, no se amilanen, no piensen que son más poderosos que nosotros porque todos juntos, unidos, somos más y mejores. Nos une la causa deportiva más grande que existe y nos guarece el escudo del equipo más formidable de cuantos se han creado. Prepárense para la batalla, pero no olviden que es una guerra que vamos a ganar, ya sea dentro del campo o fuera de él, porque esto, señores, es el Real Madrid, y este equipo no conoce otra forma de vida que no sea la de vencer siempre y en todo lugar.

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Don Álvaro Arbeloa Coca

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Para entender el curioso caso de Don Álvaro Arbeloa Coca debemos remontarnos a aquella patada fortuita con la que Casillas cayó lesionado en Valencia. El Santo Oficio del periodismo deportivo cañí no perdonó tamaño oprobio. Tampoco su fiel adhesión a su jefe entonces, Mourinho, ni su habilidad con las oraciones subordinadas en las redes sociales frente a otros futbolistas para los que romper la barrera del monosílabo supone un hito. Más allá de consideraciones técnicas y del hecho de que Arbeloa apura esta tarde su último día como madridista en el Bernabéu, lo que realmente no perdonaron fue su independencia, cuestión de importancia superlativa en otros lares.

Los Torquemadas del tema decidieron tiempo ha establecer una limpieza de sangre en la católica, apostólica, romana y sacrosanta selección española y por extensión en el Real Madrid. Así fue cómo Arbeloa pasó a convertirse en un elemento herético de la España de Felipe V dentro de ‘La Roja’ y el Real.  Nos vendieron que Don Álvaro Arbeloa Coca arrebató Flandes al Imperio y que José Mourinho I entregó nuestra nación al Gran Turco.

del bosque arbeloa

Se rumorea en ciertos mentideros que el alineador nacional decidió que Arbeloa no fuera uno di noi en la medida en que repartía más leña que un aizkolari en invierno, y un día le dio por pisar a un angelito de San Rafael llamado Diego Costa. Que nuestro bravo hidalgo reparte está fuera de toda duda, pero otros que pisan cabezas parecen tener patente de corso. ¡Voto a Bríos! Costa ha tenido que apalear a media plantilla del Arsenal para recibir del Marqués un leve pellizco de monja.

Es cierto que los centros de Don Álvaro Arbeloa Coca no son lo que se dice un platanito. Tan cierto, pardiez, como que secar a tipos como Ribéry o Messi no está al alcance de cualquiera. Tan evidente como que algunos deberían agradecer que no hubiera memes cuando ‘El Pato’ Sosa vestía la colchonera. Tan incuestionable como que cierto charlatán debería permanecer una temporada en remojo, hacer 20.000 leguas de viaje submarino y dejar de subir tanto el periscopio.

Después de que el Santo Oficio apilara leña para quemar al hereje Arbeloa en la hoguera por no bailar al son tribal de su particular waka-waka, es en la hora de su despedida cuando debemos agradecer a Álvaro su coraje para ejercer de portavoz oficioso de un madridismo sometido a una agresión perpetua por tierra, mar, aire, prensa, radio y televisión ante el silencio de una capitanía general más pendiente de Instagram o de la última corrida de Talavante.

Gracias Don Álvaro Arbeloa Coca por tu profesionalidad, tu arrojo, tu compromiso, por partirte siempre la cara por este escudo. No todos pueden decir lo mismo.

Gracias, capitán.

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En el nombre del escudo

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Se retira Arbeloa, y pocos futbolistas dejan un sentimiento de orfandad en la afición semejante al que él deja tras de sí. Ha sido un one-club-man, a pesar de haber jugado también en el Deportivo y en el Liverpool: siempre se le esperó en el Real, siempre hubo conciencia de su vuelta, como si el paréntesis fuese una escala necesaria. Del Madrid se fue por primera vez tras suplir a Salgado en el Calderón, en un derbi que acabó 0-0. Se irá tras otro derbi, en San Siro. Una final de la Copa de Europa. En medio, la progresión de su club y de él mismo: se marchó de un Madrid decrépito y regresó a un Madrid que renacía.

Aquella primera vez, Arbeloa ya mostró lo que iba a ser: menudo, ágil, disciplinado, férreo en el marcaje como se decía antes, y profundamente comprometido. Después de seis meses en La Coruña, Benítez lo enroló en su gran Liverpool. Con la camiseta roja del pentacampeón de Europa llegó a jugar la final de 2007, en Atenas, que su equipo perdió contra el Milan. En la casa del Milan, Arbeloa dirá adiós, como si en su carrera todo fuese un poco cíclico.

Él mismo se ha declarado espartano, haciendo de la mitología de Frank Miller su propia mitología: embadurnándose de la fiereza del Leónidas ciclópeo de su 300, construyendo una serie de lugares comunes con los que muchos madridistas se han identificado a lo largo de los años. Sin embargo, Arbeloa es como aquel personaje de Valerio Massimo Manfredi, Aurelio, el último legionario de la Nova Invicta: el anhelo del madridismo por resurgir, la lealtad al imperio herido, la resolución de defenderse.

De todo eso hizo bandera Arbeloa, cargando sobre sus hombros un vínculo emocional cuya raíz conecta con Di Stéfano, Gento, el propio Bernabéu: el bernabeuísmo, una nobleza esencialmente orgullosa de sí misma, una conciencia identitaria, un sentimiento de pertenencia, un respeto por lo que significa jugar en el Madrid, y una convicción firme en los pilares sobre los que se cimentó la grandeza del club. Ambición, coraje, honestidad, bonhomía y sed inagotable de conquistas.

Messi Arbeloa

Cuando volvió, Arbeloa ya no era un canterano prometedor. Su partido en el Camp Nou, en los octavos de final de la Copa de Europa del año 2007, fue un escaparate donde quedaron expuestas todas sus virtudes. Drenó a Messi como un apósito, y lo hizo a banda cambiada. Él, diestro cerrado, jugó su mejor partido por la izquierda, frenando al demonio azulgrana como volvería a hacer más tarde, de blanco, en el Bernabéu. Los mejores entrenadores de la última década atestiguan, con su confianza, el valor de Arbeloa, su calidad: contó para Benítez, contó para Pellegrini, para Mourinho, para Ancelotti, y Del Bosque lo tuvo siempre a su lado en la mejor selección del fútbol moderno, su España. Luis Aragonés ya lo había llevado en 2008 hasta Suiza y Austria, formando parte de la eclosión del fútbol colectivo español: cuatro años más tarde, ganaría su segunda Eurocopa siendo titular en todos los partidos.

Siendo su carrera una suerte de bucle, su último partido en el Bernabéu será contra el Valencia; en Valencia jugó quizá la batalla moral más relevante de toda una generación de madridistas, la final de Copa de 2011, la noche de aquel Miércoles Santo en que fue verdad lo que Dumas les hizo decir a sus mosqueteros, y todos fuimos uno, uno para todos.

Arbeloa comprendió una necesidad histórica, que una parte de la afición madridista entendió y proclamó: la de no pedir perdón por ser lo que se es, la de reivindicar la propia Historia como una fuerza motriz que impulsase a la institución hacia el futuro. Lo hizo en el momento más delicado, sociológicamente, quizá también culturalmente: cuando el adversario histórico, el Barcelona, alcanzaba cotas de excelencia deportiva a costa, y no en menor medida, de la desubicación moral del Madrid. Arbeloa anudó esa necesidad a la defensa de Mourinho, el hombre que concentraba la cólera de los enemigos mediáticos, institucionales, sociales, del Madrid. Sacrificó así su buena prensa porque ante todas las cosas, él mismo se expresa como madridista über alles.

El fútbol, un negocio como cualquier otro, es al mismo tiempo un negocio sui géneris. Precisa de una conexión inevitable, sentimental, con los clientes. Los clientes somos los aficionados. A veces los aficionados, como en aquel anuncio de televisión argentino, lamentamos “no haber podido llegar”. Arbeloa es uno de nosotros que ha llegado, por eso se admiran sus acciones, sus palabras, su presencia en el vestuario del Real Madrid; no sólo como parte de su identificación con la Historia del club, sino con nosotros mismos, los madridistas. Por eso le echaremos de menos.

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Yo podría

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Yo podría escribir muchas cosas sobre Arbeloa. Podría explicar que hay jugadores de regadío, que necesitan el riego constante del cariño para romper en una hermosa y delicada flor de primavera, y que hay jugadores de secano, que se agarran con fuerza a la tierra y a la vida, al verde césped que para ellos es el suelo inhóspito donde echar raíces sin más riego que el sudor de su frente y sin más abono que su tenacidad. Podría hablar de la belleza efímera de la rosa y del aroma complejo y eterno del buen vino engendrado por el terreno seco y criado por el roble duro, milagro del tiempo a fuego lento. Podría decir que hay futbolistas ahijados de los dioses y que hay otros heroicos y emocionantes, admirables frutos de la voluntad. Podría añadir que la gloria sonríe a los elegidos pero que está hecha del corazón ambicioso de los mortales, de los esforzados, de los que se abrieron paso sin pedir permiso y dejándose jirones de piel en el camino.

Yo podría acordarme de los futbolistas silenciosos y valientes, de los que juegan sin hacer ruido, de los que tienen la determinación callada y firme, la voluntad insobornable que no precisa de aspavientos ni de portadas de periódico. Podría referirme a la raza de los hombres hechos a sí mismos, de los que sólo conocen el camino recto, de los que aprietan los dientes y tensan los músculos, de los que sólo saben responder al cansancio y a los reveses de la vida con un nuevo esfuerzo. Podría aludir a la actitud encomiable de los que nunca avasallaron ni se dejaron avasallar, de los que siguen su rumbo y sus principios, de los que siempre llevan la frente bien alta,  de los que defienden al club con idéntico vigor dentro y fuera del terreno de juego. Podría evocar las gestas épicas y nunca cantadas, el ardor guerrero de quien libra batallas no por heroísmo sino por sentido del deber, sin buscar otra recompensa que la tranquilidad de conciencia. Podría entonar una oda al valor sereno y sordo de los que nunca presumen, de los que nunca se arredran y de los que nunca se rinden.

arbeloa 7

Yo podría afirmar que Arbeloa, castellano viejo curtido en ese viento duro que es el cierzo, aúna en su juego la austeridad castellana con la reciedumbre aragonesa, y que sobre esas virtudes, tan desprovistas de adornos como el paisaje de su tierra, ha construído su carrera ladrillo a ladrillo hasta alcanzar cotas impensables, hasta forrar sus paredes con la seda del palmarés más exclusivo. Podría relatar cómo día a día, despreciando insultos y motes infames, fue depurando su juego, explotando sus virtudes, que son muchas, y puliendo sus defectos, que no son tantos, en un proceso de decantación lento pero constante y por ello conmovedor. Podría sostener, y no me equivocaría, que Arbeloa es un héroe galdosiano, un Gabrielillo de Araceli que, naciendo pobre y sin futuro, decidió ser dueño de su destino, no con golpes de pecho ni con imprecaciones a la injusticia, sino con rectitud, valor, perseverancia e inteligencia.

Yo podría contar que me admira su abnegación, su generosidad, su altura de miras. Podría ensalzar su condición de jugador de club, su lealtad absoluta a entrenadores y compañeros, su valor para ir siempre de frente. Podría elogiar su profesionalidad intachable y su madridismo de una pieza, su ejemplo elegante y discreto al acoger y apadrinar a un joven canterano que emigró a Alemania y volvió para disputarle el puesto, sabedor de que es inútil luchar contra el paso del tiempo y contra la irrupción imparable de la juventud. Podría detenerme en la sencillez y en la serenidad con la que afronta la salida del club,  y podría manifestar mi deseo de que regrese pronto. Podría enumerar, y no acabaría, las veces que se partió la cara por su club, por su entrenador y por sus compañeros en las noches frías del invierno, sin volver la vista atrás para comprobar cuántos le seguían y sin dejarse atemorizar por el brillo en los ojos de las numerosas hienas que acechaban cobardes en la oscuridad.

Yo podría proclamar que Arbeloa comparte sangre y linaje con madridistas preclaros como Santillana, Pirri, Stielike, Camacho y Chendo, y que son hombres como él los que han hecho del fútbol algo tan hermoso, porque la belleza mayor del fútbol no reside en un taconazo improbable y genial, ni siquiera en una volea ciclópea ejecutada por un cisne para ganar la Champions, sino en el ejemplo impagable y emocionante de los que entendieron que el deporte, y con el deporte la vida, es una pelea constante contra las propias limitaciones. Podría glosar su inconformismo inextinguible, su ambición insaciable, su incapacidad para la claudicación, su intolerancia a la injusticia, su espíritu irreductible, su orgullo indomable. Podría aseverar que encarna las virtudes que han hecho grande al madridismo, las que constituyen su esencia, las que provocan el agradecimiento eterno del verdadero madridista. Podría concluir, en fin, que Arbeloa representa lo mejor del Madrid, que pertenece a la estirpe singular de los jugadores que pasaron de jugar en el Real Madrid a ser el Real Madrid.

Yo podría escribir muchas cosas sobre Arbeloa, sí. Pero no hoy. Hoy Arbeloa viste por última vez la camiseta del Real Madrid en el Bernabéu, y a mí solamente me sale una palabra: gracias.

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No te vas

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No te vas, Álvaro. Ya no acudirás cada mañana a la Ciudad Deportiva con la misma ilusión que un chaval camino del parque de atracciones. Pero no te vas. Se acabarán tus sesiones de entrenamiento voluntario en el gimnasio, muchas veces en solitario, dignificando tu condición de profesional. Pero no te vas. Para tu recuerdo quedará la camaradería del vestuario, el choteo en el rondo con tus compañeros y esos detalles que uno no percibe hasta que comienza a echarlos de menos: el sonido del aspersor y el posterior olor a césped mojado en Valdebebas, el ritual torero de engalanarte con el uniforme que tanta emoción aún te provoca, el gesto de amparo al canterano recién llegado o el gentío de los aficionados mostrándote su afecto en cada destino. Pero no te vas. Y sobre todo y aunque se te parta el alma, ya no volverás a desfilar, vestido de blanco, por ese túnel forjado de plata, a cuyo extremo se atisba una porción de grada y cielo, que conforme va tocando a su fin, se va abriendo, por completo, ante tus ojos para descubrirte el templo, tu casa, el Santiago Bernabéu. Y aun así, Álvaro, no te vas.

ciudad deportiva arbeloa

No en pocas ocasiones he tenido que explicar a aficionados que no son madridistas el porqué del cariño que te procuramos. No lo comprenden. Y tampoco les culpo. Entre tú y yo: en realidad no eres ninguno de esos galácticos que tanto ansiamos los merengues cada vez que comienza a despuntar el verano, ni falta que nos hace. Tampoco eres un jugador que vaya a decidir finales, ni nunca has formado parte de esas galas pomposas donde se premia a los más destacados, aunque a más de uno le podrías haber dado una lección de cómo lucir un esmoquin. Y sin embargo, Álvaro, de pocos nos sentimos tan orgullosos como de ti. Aunque ellos siguen sin entenderlo.

“¡Es el madridismo, estúpido!”, me gustaría espetarles emulando a Clinton en su ascenso a la otra Casa Blanca. Pero como tampoco lo entendió George Bush padre en su día, tengo que armarme de paciencia y explicarles lo que es este club a esas personas que sólo ven en ti a un jugador más, cuál es la esencia del Real Madrid, cómo se alzó hasta lo más alto, en definitiva, quién es Álvaro Arbeloa. Les cuento entonces que esta entidad fue forjada por obra y gracia de Don Santiago Bernabéu, que la erigió ante todo con humildad y gallardía, apostando en lo que casi nadie confiaba, creyendo cuando nadie creía, esforzándose hasta cuando parecía que todo esfuerzo era en vano y levantando la voz, sin bajezas pero con determinación, cada vez que alguien osó poner en tela de juicio a la institución.

Si alguien ha representado, en los últimos años, ese legado de rectitud, compromiso e integridad has sido tú. Has defendido al club y a tus compañeros en momentos en que el madridismo se sentía desamparado y a sabiendas del alto coste que te iba a suponer. Y además lo hiciste con la elegancia requerida. Has derrochado hasta la última gota de sudor para conseguir consolidarte en el mejor equipo del mundo, pocos han ganado mas que tú. Y lo has logrado porque has creído en ti y en tu gente como sólo un madridista puede llegar a intentar y creer. Por eso has sufrido el injusto escarnio de quienes temen precisamente la actitud que tú representas. Te intentan ridiculizar, infelices, como un objeto inerte cuando ninguno de ellos ha alcanzado a donde tu convicción sí te llevó. No has sido, en definitiva, el jugador más determinante del Real Madrid en el terreno de juego, pero sí su mejor ejemplo, su verdadera alma. Ese corazón que ahora ya no estará, aunque nunca te vayas a ir.

Y no te vas, Álvaro, porque tú eres todos nosotros.

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Para Arbeloa, Mesetas y John Deere

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Discúlpame, Álvaro, por compararte con un tractor. Ocurrió en Radio Marca. Creo que todavía en tiempos de Pellegrini, aunque podría ser el primer año de Mourinho. Contra el resto de la tertulia, defendía tu competencia para ocupar el lateral derecho del Madrid  ¡Menudo argumento se me vino a la boca!: «Arbeloa es un John Deere».

Un hombre de campo sabe que un John Deere no es cualquier tractor. Es el tractor; como un Ferrari es el coche. Aún así, ¿cuánta gente del campo seguía esa tertulia? ¿Cuántos de los que escucharon la inaudita comparación tendrán una sola vez en la vida la oportunidad de disfrutar la sublime sensación de seguridad de estar a los mandos de un John Deere mientras el arado parte la tierra en dos, excavando una trinchera entre el cielo y el infierno?

Por fortuna, los compañeros me dieron la oportunidad de desarrollar la imagen. Eran, todavía, tiempos de tolerancia con el infiel. El año siguiente concluyó la veda y te convirtieron en pieza de caza mayor. Los doctores de la doctrina habían decretado que el Madrid «no juega a nada» y menos que nadie Arbeloa. Lo decían de aquel Madrid de más de ciento veinte goles, edificado sobre una defensa de diamante y ejecutor de los contraataques más plásticos de la historia del fútbol. Del Madrid de las transiciones eléctricas que, de haberlas podido ver, Albert Einstein habría utilizado para explicarnos el fenómeno de la dilatación de lo temporal, sus postulados sobre el tiempo y el espacio relativos, mucho mejor que con las imágenes de pasajeros y espectadores de trenes que construyó cuando ni siquiera existía la alta velocidad.

Deere

Mientras tanto, tu solidez, tu disciplina táctica, tu inteligencia de los espacios, tu dominio del tempo, tu capacidad de sacrificio y tu solidaridad con los compañeros serían durante la temporada la mejor plataforma de lanzamiento de aquellos viajes espaciales que uno no puede imaginar que exista madridista que no añore, comenzando por Cristiano Ronaldo.

Tiempo después, Ángel del Riego, Mesetas, explicaría lo que yo quise decir escogiendo con más sabiduría las palabras: «No permite la tomadura de pelo del rondo en sus dominios, y acogota al rival hasta dejarlo sin espacio e imponerle su gravedad. Su ley. Y ahí es donde empieza el eterno contraataque del Madrid. En la presión del mejor soldado de la Guardia Real.»

La ventaja de haber visto el futuro no disminuye el mérito de Ángel. También habían visto el futuro los sumos sacerdotes de la prensa patriótica y se obstinaban en negar la evidencia para imponer su relato a futbolistas y audiencias sin criterio. No era tu caso, Álvaro, ni el nuestro. Ángel los desnudó: «Y lo dicen unos señores emboscados tras los micros que no buscan respuesta, sino imponer su relato al jugador. Unos señores obsesionados con quitarle la palabra al futbolista español, ellos, que tanto dicen quererle. Pero no hacen mella; otros han caído, Arbeloa no»

Perdóname, Álvaro Arbeloa, por recordar aquello del John Deere, precisamente hoy, el día de tu despedida del Bernabéu. Quería significar tu fútbol una jornada en la que, llevados por la emoción, corremos el riesgo de que tu honestidad y tu valentía ante los micrófonos nos hagan olvidar que donde más y mejor has derrochado esas virtudes, donde con más bravura y compromiso has defendido esa idea decidida del Madrid que compartimos, ha sido sobre el césped. El del Santiago Bernabéu y el de todos los campos del mundo. En los teatros más ásperos, frente a los públicos más hostiles y los enemigos más fieros, enarbolando, que no vistiendo, la camiseta blanca del Madrid.

Dominado por la contradicción, hoy será un día extraño. Ansío, y a la vez no quiero que llegue, ese momento en que la Grada del Madrid alzará tu camiseta blanca. La bandera izada en lo alto de la torre, en palabras de Antonio Valderrama. Por llevar tu nombre impreso, por ser la tuya, nuestra bandera de hoy enlazará con la de la estirpe antigua a la que perteneces; la estirpe de los Ciriaco y Quincoces, la de los futbolistas de raza que nunca vieron su nombre escrito sobre esa camiseta blanca que tantas veces mancharon con su propia sangre y con la del enemigo. Te deseo que, lejos de nuestro estadio, disfrutes del fútbol durante mucho tiempo; pero quiero, al mismo tiempo, que no te vayas de aquí. ¡Vuelve pronto, espartano! Tu Madrid, que es el nuestro, será un poco menos sin la voz que mejor ha encarnado su voluntad de hegemonía.

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Algún día llamaremos al viejo cowboy

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“Los recreos eran un clásico eterno. Ahí se ganaba por lo civil o por lo criminal. Tres clases jugando en el mismo campo, tres balones diferentes. Empapados de sudor, empujándonos con todos. De allí no era tan importante salir ganador como salir vivo.”

Cuando leí esto que le dijo hace un par de años Arbeloa a Manuel Jabois en una entrevista supe que este tipo era uno de los míos. Los Faerna, como quizá recuerde algún lector memorioso, nos criamos en un patio semejante donde se cruzaban las bolas y los mundos de varios partidos, aunque como éramos de natural paquete tuvimos que ganarnos la vida en actividades menos nobles y más aburridas. Álvaro nunca ha olvidado que vivir de lo que hacía en el recreo era un privilegio al alcance de muy pocos, por eso siempre será eso que antiguamente se llamaba un tipo a carta cabal.

Generalmente, los futbolistas solo dicen cosas interesantes en la entrevistas cuando llevan mucho tiempo retirados y ya no tienen miedo de pisar charcos, pero a Álvaro siempre merece la pena escucharle, como saben los lectores de La Galerna y medio mundo más, porque pocas declaraciones de un futbolista habrán tenido tanto eco en los últimos tiempos como las que le hizo a nuestro editor esta temporada, cuando el madridismo no había empezado todavía a ver algo de luz al final del túnel. Él dice que Mourinho le enseñó que el señorío es morir en el campo. Yo creo que, en realidad, él ya lo sabía. Vean si no esto otro que también le contó a Jabois: “Un día en la pretemporada de Innsbruck, con el Madrid, salimos todos del gimnasio y nos dieron orden de dar un par de vueltas y a la ducha. Nos pusimos a trotar los canteranos en grupete y pasó Raúl al lado como un avión diciendo: «Si fuese por mí os ibais todos a Madrid». Y tú piensas: ¿pero este tío? Ahora, cuando tú eres el veterano, lo entiendes todo”. El señorío es también esa respuesta que dio en La Galerna a aquella secreción de baba de alguien que no merece ser mencionado en un texto escrito para honrar a un héroe que se despide hoy de la que siempre será su casa. Resulta penoso que por culpa de ese anónimo segregante haya que recordar que este caballero es campeón del mundo, dos veces campeón de Europa de selecciones y campeón de Europa con el Real Madrid. Si no hubiera razones suficientes, esta bastaría para que sus compañeros se conjuraran para despedirlo este año con su segunda copa de Europa.

Como siempre sabremos que es uno de los nuestros, también sabemos que habrá un día como ese que cuenta Clint Eastwood –otro madridista de pro, aunque puede que él no lo sepa todavía– en que hará falta ayuda para pilotar una nave de la que algunos habrán olvidado el cuaderno de bitácora. Entonces llamaremos al viejo cowboy porque estaremos seguros de que, como Tommy Lee Jones, él conoce la derrota correcta y no le asustará quedarse flotando en el espacio para siempre mientras suena Fly Me To The Moon en la voz de Sinatra. Gracias, Álvaro, por recordarnos que el Madrid es la patria de los valientes.

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Hablemos de Arbeloa

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Hoy hemos decidido dedicar la totalidad de nuestros destacados de La Galerna a Álvaro Arbeloa, que juega su último partido en el Santiago  Bernabéu. Lo hemos hecho no porque se lo merezca por su ejemplar trayectoria (lo que es también una razón, por supuesto), sino porque nuestro equipo, en ese mismo partido en el cual Álvaro se despide del escenario de sus gozos y desvelos, se juega sus complicadas pero existentes posibilidades de ganar la Liga.

-Usted se ha vuelto loco. El que el equipo se juegue la Liga sería en todo caso una razón para dedicar todos o casi todos los destacados de La Galerna al partido en sí mismo, al planteamiento táctico que requiere o a las posibilidades reales de campeonar que lo acompañan.

Ni mucho menos. Nada más inspirador para un encuentro decisivo como el que se juega hoy que llenar la pantalla de los ordenadores o las tabletas o los iPhones de nuestros lectores de fotos de Arbeloa ilustrando diversos artículos sobre su figura. Hablar de Arbeloa es hablar de lo que hace falta en el partido de hoy, que es lo que le hace falta a todos los partidos, a saber: valores como la determinación, el coraje, la negativa al desánimo, el entusiasmo, la entrega. La fe.

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Si hoy nos dedicáramos primordialmente a hablar del partido que esta tarde enfrenta al Madrid con el Valencia, correríamos el riesgo de distraernos y no prestar la debida atención al partido que esta tarde enfrenta al Madrid con el Valencia, porque lo que este partido demanda no es otra cosa que Arbeloa juegue o no juegue Arbeloa, y de él hay que hablar por tanto. Arbeloa es, de hecho, lo que nos ha traído hasta este partido en las condiciones en las cuales llegamos a él, o sea, con opciones de levantar el título. Con esto no hablo -aunque también- de la ascendencia personal de Arbeloa y del ánimo que jornada tras jornada habrá inyectado sin duda en ese vestuario hasta hacer posible que, estando como estaban deportivamente desahuciados, lleguen vivos a la penúltima jornada y a la final de Milán.  De eso también hablo, pero es que no hace falta personalizar en Arbeloa cuando se habla de Arbeloa. Hablar de determinación, coraje, negativa al desánimo, entusiasmo y entrega (fe) es hablar de Arbeloa esté él (o no) puntualmente implicado en la propagación o implantación de esos valores, que es la razón por la que hablar de la marcha de Arbeloa del Madrid es un sinsentido. Arbeloa ya estaba en el Madrid mucho antes de que Arbeloa llegara al Madrid, lo que por pura lógica conduce a la conclusión de que seguirá estando cuando se vaya, y tal cosa es lo más parecido a no irse que existe en este mundo. Lo que os estoy contando puede ser más o menos plausible, pero me dejareis que gestione este nudo en la garganta como buenamente pueda.

Hago lo que puedo pero a la vez sé que tengo razón si ahora digo que Arbeloa no se puede ir del Madrid por la sencilla razón de que el Madrid no se puede ir de sí mismo. Arbeloa es el Madrid precisa y justamente porque él tiene clarísimo que ningún jugador lo es. Y tiene razón al pensarlo, lo que paradójicamente refuerza la identidad en lugar de anularla: Arbeloa es el Real Madrid porque ningún jugador es el Real Madrid y él es plenamente consciente de ello, hasta el punto de haber predicado esa verdad y pagado un alto coste por defender su vigencia. Extrapolar todo esto va a terminar haciéndome escribir que el Real Madrid juega hoy su último partido en el Bernabéu, lo cual es por supuesto un disparate y una dolorosíma verdad al mismo tiempo.

Gracias, capitán, por aquella tarde y gracias por todas las demás, incluidas todas aquellas en las que estando aún no estabas, y todas en las que sin estar estarás.

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Arbeloa se lo merece

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Álvaro Arbeloa se despidió como se despiden los mejores, con dos grandes fiestas todavía por delante. Nada de dejarlo todo para la última noche cuando ya a nadie le importa lo que pasará al día siguiente. Se despidió manteado, entre honores, ovacionado y escuchando su nombre coreado al cielo de un Santiago Bernabéu al que visitó la lluvia para no perderse el adiós de uno de los nuestros.

Quizá la clave de todo el cariño recibido por Arbeloa en pocos días sea que se trata de uno de los nuestros. El madridista encuentra en él la profesionalidad y el amor por un club que, por muy grande y viejo que sea, sigue necesitando abrazos que le recuerden lo mucho que le quieren.

No faltó nadie. Sus compañeros le mimaron como si fuese el debutante que salta al césped por primera vez con el sueño de que el tren vuelva a pasar. Florentino Pérez lo abrazó con sincero gesto fraternal. Hasta leyendas del fútbol como Gerrard, Xabi Alonso, Roberto Carlos o el mismísimo Zidane hablaron y resumieron su paso por el Real Madrid con buenas palabras y agradecimiento. “Hay jugadores que no deberían salir nunca de aquí”, subrayó el eterno lateral brasileño en la televisión del club.

Algo habrá hecho bien Álvaro Arbeloa para que la gente del fútbol le trate de usted y sean únicamente los de siempre los que intenten empañar una despedida que será recordada por la naturalidad con la que surgió todo. Compararán y se preguntarán que por qué a él sí y a otros no. Cualquier atajo con tal de no asumir una incontestable realidad que arroja como respuesta que uno suele rodearse de los suyos cuando se despide.

Ahora le esperan dos partidos decisivos con el Real Madrid y un final de carrera lejos del equipo de toda su vida. Seguirá jugando y volverá -seguro que lo hará- cuando cuelgue las botas y disfrute de unas merecidas vacaciones con su gente. Arbeloa dejó las puertas del Bernabéu abiertas y no llevó llave. A su regreso las encontrará igual, porque así lo ha querido su trayectoria. Como buen defensa, defenderá a la entidad con el verbo al igual que lo ha hecho mientras las piernas le permitían mezclar la palabra con el juego.

Así todo, y recordando lo que escuché una vez, las mejores historias de amor son las que no acaban. Arbeloa ha llevado a la perfección el guión de la suya. Empezó una relación, se tomó un tiempo para encontrarse a sí mismo y volvió años después para jurar amor eterno y firmar con sus actos que nunca dejaría a esa bella mujer que un día lo atrapó para siempre.

despedida arbeloa

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Arbeloa, el detector de cuñaos

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“Lo mejor que le puede pasar a un futbolista es entrenar, jugar y ganar con la camiseta del Real Madrid” (Álvaro Arbeloa)

“Al Madrid vienen los mejores del mundo, y es complicado meterse”, dijo Álvaro Arbeloa tras cerrarse su fichaje por el Deportivo, hace casi exactamente diez años, en julio de 2006. Una manifestación de madridismo incondicional en el día en que abandonaba el Madrid, probablemente uno de los más difíciles de su vida. Sin dramas, aceptó la exigencia del mejor club del mundo, salió a buscar fortuna y, quién sabe, quizá a ganarse el derecho a regresar. Y Arbeloa terminó convirtiéndose en uno de los mejores. Y, por tanto, regresó al Madrid, donde ganó todo lo que se puede ganar en las siete temporadas en las que militó en un club del que nunca se irá, como el Madrid nunca se irá de él.

Es necesario hablar más del Arbeloa futbolista. Su magnífica labor representando los valores del Real Madrid en cada entrevista que ha concedido o en cada comparecencia pública ante los medios, le han reportado (merecidamente) ser catalogado como una especie de portavoz oficioso para la mayoría del madridismo, empañando quizá sus privilegiadas cualidades para jugar al fútbol. Porque el fútbol no sólo son lambrettas, rabonas o colas de vaca. El fútbol es también apretar los dientes cuando todo parece perdido, levantar a un compañero desanimado, hacerle la vida imposible a un atacante, estar siempre donde hay que estar, tomar las decisiones en el campo que, en décimas de segundo, hay que tomar. Sí, eso también es fútbol aunque no cuente con el aprecio de los poetas del balón. A ver si se piensan que uno se mantiene diez años en la superélite por responder a Piqué en Twitter. Siempre vigilante contra cualquier ataque gratuito al Real Madrid, siempre crítico con la prensa, aunque también respetuoso, siempre atento con los aficionados, su entrega al escudo también ha sumado para que el domingo le dijera “hasta pronto” a un estadio que le aclamaba mientras era manteado por sus compañeros. El karma, igual que quiso que otros se marcharan entre sombras, permitió a Arbeloa despedirse a lo grande. Pero no me quiero desviar, porque ese rol de portavoz, community manager, capitán en segundo plano y demás es tan merecido y valioso como conocido por todos. Se habla menos de su fútbol, y estos años, si se ha hecho, ha sido muchas veces desde el desprecio más ignorante y vengativo.

Arbeloa tiene menos cualidades técnicas que otros futbolistas de élite, sin duda. Él es el primero que lo admite. Y ése probablemente ha sido su pasaporte hacia el éxito y le otorga aún más valor a su carrera y a su impresionante palmarés. Sin esas virtudes preciosistas que tienen otros jugadores, ha llegado tan o más lejos que ellos gracias a su tenacidad, competitividad, inteligencia táctica y emocional, físico, espíritu inquebrantable e insistencia a la hora de poner al grupo por delante de cualquier individuo, incluido él mismo. Todo eso le ha llevado a ser uno de los defensores más difíciles de superar en los últimos años, a triunfar en el Madrid y en la Selección, a levantar cada trofeo que un futbolista puede levantar. Es un ejemplo en el deporte y en la vida. Puedes lamentarte por los dones que te han sido concedidos o puedes luchar y dar el máximo con los dones que te han sido concedidos. Arbeloa eligió la segunda opción, y ganó.

Ribery Arbeloa

Podemos preguntarle a Messi y los dos marcajes que sufrió de Arbeloa cuando era lateral izquierdo en Liverpool. O a Ribéry, que nunca le desbordó ni con Francia ni con el Bayern. O a Cristiano, anulado en su emparejamiento directo en semifinales de la Eurocopa 2012. O a tantos otros. Podemos preguntarles si lo que tuvieron delante fue un cono o fue el mayor coñazo de los defensas a los que se han enfrentado. Un tipo rocoso, fuerte, incansable, siempre atento y listo como una ardilla. Hasta el mismo del Bosque se rendía a él en una entrevista que le hice para la difunta La Gaceta en Sudáfrica: “Aporta mucho al vestuario y también en el campo. Es un defensa inteligentísimo, que siempre hace lo que debe. Y además tiene picardía, como en esas acciones en las que está en un lío y siempre termina sacando la falta del atacante”. El seleccionador terminaría cediendo a las presiones de la prensa antimourinhista y catalana (que no fueron necesariamente las mismas), así como al propio lobby culé dentro del equipo, un grupo exclusivo de internacionales barcelonistas que siempre hacían los rondos preliminares juntos y se sentaban a comer en las mismas mesas. Algunos de ellos empezaron a apretar fuertemente tras la Euro’12 para que Arbeloa saliera de la Selección alegando que era una rara avis en esa orgía tikitakera que lo nublaba todo entonces. De telón de fondo estaba su apoyo a Mourinho, claro. La factura se pasó dos años más tarde, cuando se quedó fuera del Mundial de Brasil, afortunadamente para él. El detonante, un bronco derbi ante el Atleti que sirvió a Del Bosque para tirar de la anilla y contentar al lobby (es el único futbolista que, con el actual seleccionador, ha pagado una supuesta mala actitud jugando para su club). Recuerdo haberme fijado con atención en aquella Euro de Ucrania y Polonia y ver cómo jugadores como Xavi o Busquets, cuando miraban hacia la derecha y le veían a él, se volvían a dar la vuelta para buscar a otro compañero, y sólo se la pasaban cuando era inevitable hacerlo. Fue bochornoso. Con todo, España terminó ganando aquella Euro. Y, por supuesto, también Álvaro Arbeloa, aunque ya se sentía fuera del grupo. Como diría Maradona, “que la sigan…”. Bueno, da igual.

Terminaré por el principio. La primera vez en mi vida que supe de Arbeloa fue en una buena y soleada mañana en la que me acerqué a Valdebebas para ver al Castilla, en 2005. Para ser sincero, no recuerdo el rival ni el resultado. Sólo he retenido dos detalles de aquel partido. Aunque jugaban Negredo, Soldado o Borja Valero, me enamoré de un lateral rubito brasileño que la rompía por la izquierda, un tal Filipe Luis, y de un espigado central moreno y flacucho que no paró de dar órdenes todo el partido. Con mucho silencio en el campo, porque había poco público, prácticamente sólo se le escuchaba a él, alto y claro, durante los 90 minutos. “Fuera”, “aprieta ahí”, “bien, Rubén, bien”, “arriba”, “toca, toca”, “gírate”, “dale vuelta”, “va, equipo, va”, “seguimos”. Además, no cometió ni un solo error y siempre aparecía en el sitio y momento indicados para desbaratar los planes del rival. Era Álvaro Arbeloa, e iba a llegar muy lejos. Por cierto, siendo un joven casi imberbe, Arbeloa tenía ya pinta de entrenador. La sigue teniendo. Ojalá quiera.

Le llamaban cono. A mí me parece un mote fantástico para detectar quién sabe de fútbol y quién no tiene ni la más remota idea. Siendo Arbeloa un futbolista que ha convencido a entrenadores tan heterogéneos como Caparrós, Benítez, Pellegrini, Mourinho, Ancelotti, Luis Aragonés y Vicente del Bosque, eso del “cono” es un magnífico detector de cuñaos. Si quieres saber si alguien no ha competido a nada en su vida, ni siquiera en una carrera de sacos en un campamento de verano, no tienes más que preguntarle su opinión sobre Álvaro Arbeloa.

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Sueño de una noche de primavera

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Esta mañana me he despertado a las cinco. Aún quedaba un rato para que sonase el despertador, así que me he dado la vuelta en la cama (uno de esos momentos de felicidad absoluta, como cuando gana el Madrid), y he seguido durmiendo. Por poco no lo consigo pensando en esos pobres chicos del Aleti (muertos anteayer en una de las dos orillas que pretendían alcanzar) porque a esa hora ya deben de estar desayunados y listos para que el Cholo les pase revista. Yo llevo un tiempo imaginándome que esos jóvenes humildes y malditos (poetas sin poemas) del equipo del pueblo llevan un horario amish (salvo los días de partido) y reciben una educación de internado inglés dickensiano, que no dirige un tipo como Mr. Creakle sino Simeone, quien en otra vida debió de ser el líder de una mara.

Ellos parecen estar contentos, a pesar de todo. Una suerte de alegría de esas que ansían una sonrisa del protector para sentirse pagados. Yo les imagino cada día a la intemperie en Majadahonda con unos trapos para taparse sus partes pudendas mientras el Cholo grita. No cualquiera sirve para soportar ese entrenamiento. Recuerdo al pobre Vietto desfallecido en su primer día. Él pensaba que aquello iba de jugar a fútbol, pero se encontró descalzo, con una sola túnica para todo el año y en el Apótetas (donde despeñaban a los niños espartanos que no servían para la guerra) transformado en una orilla, esa orilla aciaga, del Manzanares.

El caso es que a fuerza de estar sometidos y subalimentados han llegado casi al final de todo, como a la final de la Copa de Europa, otra vez, superando el último obstáculo del Bayern de Pep, un equipo que, en comparación, debe de seguir el programa de un internado para señoritas. El guardiolismo muniqués ya es historia. Todos esos brutos hambrientos y sedientos entraron en esa elegante residencia alemana y se llevaron hasta las enaguas, poniendo a Mr. Guardiola a hacer el equipaje para trasladarse al Etihad Stadium, en el que un día de estos aparecerá a la puerta con el sombrero, el maletín y el paraguas igual que Mary Poppins.

Mary Poppins

Les decía que anoche, o esta mañana, me he despertado y luego me he vuelto a dormir con placidez, como cuando gana el Madrid. He tenido un hermoso sueño en ese tramo final de mi descanso que coincide con ese tramo final de la temporada, y he contemplado una jornada final que me dibujaba por los aires, precisamente, Mary Poppins.

Era el domingo quince de mayo a las cinco de la tarde, la misma hora que la del llanto por la muerte de Sánchez Mejías. Ochenta y nueve minutos más tarde el Barcelona ganaba al Granada por uno a cero y el Madrid perdía por el mismo resultado en La Coruña. Los culés celebraban un nuevo título liguero a falta de segundos para el pitido final, cuando un balón colgado por el equipo local, tras un fallo notable en defensa de Alves, que estrenaba un peinado para la ocasión como el de la princesa Leia, lo despejaba Gerard Piqué con el cuello estirado en estético periscope para introducirlo por error, de preciosa vaselina, en propia puerta.

Barcelona entera se sumía en el silencio e instantes después en el horror (como si no estuvieran contemplándolo en una ciudad moderna, mediterránea y europea sino en el África de El corazon de las tinieblas), tras conocerse que Arbeloa, que había salido al campo en sustitución de Jesé para cubrir la posición de Marcelo, de primorosa jugada sorteando jugadores en eslalon, Alberto Tomba marcando los talones, había logrado el empate para el Madrid de disparo último ajustado al poste. De cualquier modo, los blancos sucumbían (en la orilla como el Aleti) bajo la lluvia gallega en un día sin Cristiano, ni Benzema, ni Bale, reservados impepinablemente por sus molestias.

El partido ya había acabado en Granada y el barcelonismo era un clam. Zidane permanecía inmutable bajo el agua cuando vio pasar a Lucas Quinto por delante de él chapoteando. El fin del encuentro era un hecho casi científico cuando el canterano se adelantó el balón en un gesto sorpresivo lanzándose hacia el interior como un demente Custer. Fue salvando rivales, uno tras otro, un tren sobre un raíl, hasta que se apoyó en James. Él siguió corriendo, y el colombiano hizo que la pelota traspasara las líneas locales igual que rompiendo una débil tela de araña en busca del Grial. Lucas, Indiana Jones, la dejó pasar y el esférico le llegó a Danilo, que a base de saltos tribales estaba allí en el área, tratando de encontrar esposa, y, solo frente al portero, iluminado en ese preciso instante por un relámpago, le propinó un punterazo salvaje que fue a dar con él en la cruceta, golpe cuyo efecto lo introdujo en la red de manera violenta, a la vez que el trueno posterior, recorriendo todas las paredes de la portería como si fueran las de un pobre corazón antimadridista.

Luego oí algo. Creí que era el chillar histérico de las mocitas, pero en realidad era, al fin, el despertador.

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Las eternas dudas

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El madridismo tiene que estar muy preocupado. Al menos eso es lo que se desprende de la mayoría de tertulias periodísticas. “No consigue hacer un partido completo” y “despierta muchas dudas” son algunas de las frases que se repiten de forma machacona en torno a la trayectoria del Real Madrid. Jornada tras jornada esa suele ser la reflexión de muchos profesionales. El otro día escuchaba que daba igual cómo terminase la temporada, que a Zidane sólo se le podría valorar en la temporada que viene. Esa afirmación excluye a Zidane de la ecuación de la temporada del Madrid de forma totalmente injusta, toda vez que en el peor de los casos no se puede catalogar como desastrosa una temporada en la que se pelea la Liga hasta la última jornada y se pierde la final de Champions.

dudas Zidane

Aunque las estadísticas en fútbol no siempre arrojan toda la verdad, vamos a dar una serie de datos de la trayectoria de Zidane en el Madrid:

En Liga, el Madrid ha disputado diecinueve partidos con dieciséis victorias, dos empates y una derrota. Esa combinación totaliza cincuenta puntos. Además, el Madrid ha marcado sesenta y un goles y ha recibido dieciséis. La proyección es de cien puntos, ciento veintidós goles a favor y treinta y dos goles en contra. ¿Les suenan estos números? Sí, son los del Madrid de Mourinho, que firmó la mejor Liga de la historia. Un drama, oigan.

En Champions, además del dato baladí de haber clasificado al equipo a la final, el Madrid ha ganado seis partidos, ha empatado uno y ha perdido otro con ocho goles a favor y dos en contra. Otro drama.

El Real Madrid acumula once victorias consecutivas en Liga. De conseguir la duodécima en La Coruña habrá firmado el mejor final de cualquier equipo en la historia de la competición. Si hacemos retrospectiva, el Madrid de Zidane sólo ha dejado de ganar tres partidos ligueros: ante el Betis (lo normal hubiera sido que goleara), Málaga (ante el que jugó mal, pero falló un penalti) y Atlético (no mereció perder a tenor de los méritos contraídos por cada equipo); sin embargo se dice que no es un equipo fiable. Normalmente la fiabilidad de un equipo se suele medir por su capacidad de hacer previsibles las victorias, pero se conoce que ese baremo no funciona con un conjunto que lleva casi tres meses seguidos cosechando victorias ligueras. Sus rivales en Liga han perdido más partidos que los blancos, pero sí han conseguido ganarse el apelativo de regulares y fiables.

En la Champions se suele aludir a la escasa entidad de los rivales del Madrid:

-“No ha tenido un rival de su nivel”.

-¿Cuántos rivales se considerarían del nivel del diez veces campeón de Europa?

Siendo generosos quizá sólo el Barcelona (al que ganó en el Camp Nou con un jugador menos y gol anulado), el Atlético (ya toca) y el Bayern. El Manchester City será una castaña, pero eliminó con suficiencia al PSG, al que muchos periodistas metían en el pelotón de favoritos por la calidad y amplitud de su plantilla.

Lo último que he escuchado es que Zidane rota mucho porque es un poco bienqueda. ¿En qué quedamos? ¿No era necesario rotar para tener a toda la plantilla enchufada y a los jugadores importantes frescos? ¿Acaso lo único seguro es criticar una cosa y la contraria?

El Real Madrid siempre despertará eternas dudas en algunos profesionales del periodismo que incluso no se despejarían si, contra todo pronóstico, el conjunto blanco gana la Liga y la Champions para seguir prolongando su leyenda.

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La Galerna: ese “lugar hediondo”

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Somos muy conscientes de que cunde el nerviosismo en los medios deportivos de comunicación. La propia crisis de los medios, que en muchos casos está conduciendo a despidos que lamentamos profundamente (modo ironía off), se da la mano con la aparición en escena de la versión en TDT de Real Madrid TV, que levanta ampollas en un periodismo de tendencia anti que se pregunta desesperado por qué no se cuenta con él en la misma entidad a la que lleva años poniendo a parir, muchas veces injustamente y siempre con intachable regularidad. Dios sabrá por qué; lo cierto es que no nos lo explicamos.

Sabemos, decimos, que hay nervios en el periodismo deportivo español, pero últimamente se ha producido un incidente en las redes sociales que nos ha sorprendido por su virulencia contra La Galerna. Estábamos muy ocupados dando cuenta de la clasificación para la Final de la Champions del equipo sin proyecto y a la deriva que reina en la competición, equipo sin proyecto y a la deriva que además está disputando el campeonato de Liga hasta la ultimísima jornada, como para prestar atención a estas fruslerías, pero ahora, a toro pasado, nos parece oportuno hacernos eco del ataque. Muchas gracias, amigos de las redes sociales, por habernos defendido de estas arremetidas gratuitas, pero lamentamos consignar que eran ataques justificadísimos (modo ironía on, esta vez).

En lo que parecía la antítesis de toda espontaneidad, varios periodistas deportivos comenzaron un acoso y derribo galernauta que no se orquestaba en respuesta a ninguna referencia de La Galerna a ninguna de sus personas. Ello no fue óbice para que el periodista más audaz de los cinco que intervinieron empezase, así para romper el hielo, por llamar a La Galerna “fosa séptica”, cariñoso apelativo que luego complementó con el de “lugar hediondo”. Intervino un segundo reportero, que presuntamente está en nómina de un portal cuyas cimas en periodismo de investigación tienen que ver con reportajes sobre mujeres que se casan sin bragas, para dar la razón al primero, asegurando que le parecía una muy atinada descripción. Aquellos tuiteros que gentilmente (gracias) terciaron para preguntar -la mayoría muy educadamente- el por qué de semejante vesania (si uno llama “fosa séptica” a La Galerna, ¿qué descripción reservará para un portal yihadista o una web que fomente la anorexia?), sólo recibieron por respuesta un silencio y un bloqueo, como el beso y la flor de Nino Bravo al partir.

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Gracias, tuiteros, por vuestra defensa pero cuánta razón tenían estos amigos periodistas. Qué infecto pozo de putrefacción es La Galerna. Tan infecto y vomitivo que aplica, por ejemplo, la inusual política de prohibir el insulto y la calumnia no ya a sus columnistas, sino a los lectores que intervienen para comentar los artículos, sobre quienes se permite lanzar un cariñoso ultimátum como éste.

Qué repugnante y ciertamente hediondo lugar es La Galerna, medio online de transparente madridismo que, tras el fallecimiento de Johan Cruyff, comete el nauseabundo atentado contra la decencia de publicar un homenaje al holandés como éste.

Qué grado de putrefacción ha de caracterizar a un medio como La Galerna para dar cabida en sus entradas a piezas como ésta pero también como ésta, a artículos en esta línea pero también en ésta, a alegatos como éste frente a loas como ésta, a la contraposición entre esto y esto o esto. Qué profunda la arcada que inspira esa pluralidad dentro del desacomplejado madridismo de la publicación.

El siguiente en intervenir fue un mago de las ondas célebre por su inaudita capacidad para emitir disculpas y luego retirarlas para volver a atacar. Él niega constantemente el haber atacado a La Galerna, lo cual no le impidió celebrar efusivamente lo del “lugar hediondo” y la “fosa séptica”, sintagmas que obviamente no caen tampoco en la categoría de ataque. Un cuarto periodista tomó la palabra para certificar que nuestros textos son viajes lisérgicos que para sí hubiera querido Janis Joplin, cosa que nos tomamos como un premio a nuestra audacia mientras agradecemos al eximio redactor el que nos haya recordado cuánto nos gusta la gran musa de Port Arthur y le conminamos a hacerse con otro pedazo de nuestro corazón.

Se registró una quinta intervención por parte esta vez de un comentarista declaradamente culé a quien por lo visto le pone malo que haya gente (y publicaciones) que sean declaradamente otra cosa, madridistas en este caso. Aludió al madridismo de la publicación para tacharla de fanática, con las hermosas connotaciones que la palabra trae consigo y que tanto agradecemos a nuestro gentil amigo.

No nos explicamos muy bien este ataque múltiple, ya que para atribuirlo al hecho de que probablemente “molestamos” habríamos previamente de abrazar el cholismo, y oiga, hasta ahí podíamos llegar.

Ese pozo séptico que es La Galerna cumple dentro de pocos días un año, a lo largo del cual no ha hecho sino avanzar a marchas forzadas en su profundo estado de descomposición.  Invitamos a estos amigos periodistas a que participen en los fastos que en tan insigne ocasión se van a suceder en los próximos días. Olerá fatal, pero valdrá la pena. Y les convidamos también, asimismo, a que nos sigan leyendo con la misma regularidad.

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Ave María purísima

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-¡QUE NO! ¡QUE LE HE DICHO QUE NO!

-Pero si yo lo único…

-¡QUE NO! ¡QUE NO SEA PESADO!

-Le compro siete baguettes si me permite…

-¡LÁRGUESE!

-Vale, vale, ya me voy. ¿Alguna idea de dónde podría…?

-¡FUERA!

Salió de la panadería y empezó a caminar cabizbajo. No era la primera negativa que recibía y desgraciadamente se temía que no fuese la última. Vagó sin rumbo por la ciudad hasta que por una de esas casualidades del destino se le desató un cordón del zapato. Se agachó, apretó la lazada con fuerza y al levantar la vista y ver aquella vieja ferretería supo que había llegado a la meta. El destino le había llevado hasta allí y tenía que aprovecharlo. Entró, olfateó un tenue olor a humedad y herrumbre y se acercó a un vetusto mostrador de madera ante el que media docena de clientes esperaban su turno pacientemente. Pidió la vez, apoyó las manos en el mostrador mientras se fijaba en las múltiples huellas que el tiempo había ido dejando en la madera y se dispuso a esperar. No habían transcurrido ni quince minutos cuando un dependiente con una ajada bata azul y varios lapiceros de colores sobresaliendo de su bolsillo se acercó hasta donde se encontraba.

-¿Qué desea?

-Deseo pedir perdón.

-¿Cómo?

-Que deseo pedir perdón y vengo a ver si aquí puedo hacerlo. Con su permiso, naturalmente.

-¿Perdón? ¿Pedir perdón? No le entiendo.

-Soy madridista.

-¿Y?

-Hombre, pues está claro. Tengo que quitarme este peso de encima. Tengo que pedir perdón.

-¿Por ser madridista?

-No. Por ganar, o mejor dicho, por pretender ganar.

-¿Esto no será una de esas cámaras ocultas de la tele?

-No, no, esto no es ninguna broma. Estoy desesperado y no puedo seguir con este peso.

-Mire, si no desea comprar nada le rogaría que se fuese.

-Pero…

-Ni pero ni nada. Le ruego que se vaya.

-Bueno, póngame media docena de tirafondos del ocho y cuatro tacos. Mientras me los prepara lo único que quiero es que me escuche, que oiga mis…

-De verdad que lo siento. Se ha equivocado de lugar. Márchese.

-¿Y si le compro veinte alcayatas, media libra de clavos y dos formones?

-Márchese, le digo. Márchese y no haga que me cabree.

-¿Entonces no…?

-¡NO! ¡Fuera!

-¿Y mis alcayatas?

-¡A LA PUTA CALLE!

Dejó atrás la ferretería y siguió buscando. Había caminado más de media hora cuando se cruzó con un par de monjas e inmediatamente supo lo que tenía que hacer. Se dio la vuelta, corrió hacia ellas y después de escuchar la respuesta a su desesperada pregunta, la franca sonrisa que le ofrecieron le indicó que no se había equivocado. Esta vez sí, esta vez lo conseguiría. La casa de Dios nunca le fallaría.

Confesionario

Al entrar a la iglesia entrecerró los ojos. Pasaron unos segundos hasta que se acostumbró a la penumbra y cuando consiguió ver el confesionario se dirigió hacia él con paso decidido. Después de varios días deambulando en busca de ayuda, aquella era su última oportunidad. Necesitaba desahogarse, expulsar el dolor y volver a casa sin aquel peso que le oprimía.

-Ave María Purísima.

-Sin pecado concebida.

-Padre, estoy desesperado. Ya no sé a quién acudir. Necesito expiar mis culpas.

-Has venido al sitio adecuado, hijo. Cuéntame.

-Padre, me acuso. Soy madridista.

-¿Madridista?

-Sí, Padre, madridista. De los pies a la cabeza.

-Hijo, estate tranquilo, hasta donde yo sé (y de esto sé mucho) lo de ser madridista no es malo de suyo.

-Eso sería antes, Padre; ahora es pecado. Mire, nosotros hasta hace unos meses estábamos en paz con Dios, pero desde que hemos llegado a la final de la Champions y peleamos la Liga nos exigen pedir perdón. Algún pecado habremos cometido, vamos digo yo.

-Hijo, piensa que yo estoy aquí para salvar almas y compruebo que la tuya es tan pura y blanca como la camiseta del Madrid. No entiendo tu dolor.

-Es muy fácil, Padre. Cada cierto tiempo ganamos y eso produce dolor y desolación. Y este año que no íbamos a ganar nada la gente estaba alegre y feliz, pero ahora se rasgan las vestiduras, sufren y dicen que tenemos bolas calientes y árbitros comprados y… y… No lo puedo evitar, Padre, me siento culpable y confundido. Además, me dicen que al Atleti el fútbol le debe una Champions.

El sacerdote apretó los puños dentro del confesionario, corrió un poco la cortinilla y miró con disimulo a aquel beato. Se vio como Jesús expulsando a los mercaderes del templo y a punto estuvo de darle un bofetón de penitencia y sacarle a gorrazos de la iglesia, pero como siempre hacía, se contuvo y siguió con la confesión.

-¿Y tú crees que el perdón te lo tiene que dar Dios?

-¿Quién si no?

-Yo creo que primero deberías pedir perdón a los que has ofendido.

-¿A los antimadridistas?

-No hijo no, a los madridistas. Perdona que te diga esto pero tú eres tonto. Pero tonto de remate.

-¡Pero Padre!

-Ni Padre ni leches. Tú eres tonto. Un madridista nunca se avergüenza de ganar. Se avergüenza de perder. Y si lo da todo en el campo, ni eso.

-Entonces, ¿lo de la Roma y el Wolfsburgo y el equipo ese del elefante que se paseaba?

-¿El Real Madrid ha competido en buena lid?

-Sí, Padre.

-Entonces no hay nada por lo que pedir perdón. Es más, líbreme el Señor de estos pensamientos impuros, pero si para ganar la Undécima hay que competir en mala lid no seré yo el que reniegue de ello.

-¡Paaadre!

-Sí, sí, Padre y madridista, que no eres más tonto porque no te entrenas. Anda, reza siete Padrenuestros, cuatro Avemarías y pide a Dios por la Undécima, que aunque está ocupado en otros menesteres siempre tendrá un huequito para las almas puras.

-¿Y el sufrimiento de tanta gente?

-¡Pero qué sufrimiento ni qué sufrimiento! Sufrir es parte de la vida. Además, ¡que se hubiesen hecho del Madrid! No te jo…¡Hijo, me estás sacando de mis casillas!

-Perdóneme, Padre.

-Vamos a ver, alma de cántaro, te lo voy a explicar una vez más. El Real Madrid es el bueno, el bu-e-no. Ya está. No hay más. Es el bueno y Dios premia a los buenos y castiga a los malos. Sé feliz, disfruta de sus triunfos y da gracias a Dios por ser del mejor equipo de la historia. Y olvídate de esas gilipo… tonterías.

-Así lo haré, Padre. Dios se lo pague.

Una hora más tarde, y después de confesar a varios feligreses más, el Padre Suances salió a la calle. Meneó la cabeza un par de veces mirando al cielo, suspiró largamente y pensó que cada día se lo ponían más difícil. Antes, en cuanto le daban pie, reconvertía a pecadores impuros de otros equipos al madridismo, pero últimamente, para su sorpresa y disgusto, cada vez se encontraba con mayor número de descarriados madridistas que, influenciados por vaya usted a saber qué papanatas, había que reconducir por el buen camino.

Con estos pensamientos en la cabeza, y casi sin darse cuenta, se dio de bruces con el bar donde solía tomar café antes de ir a su casa. Miró a través de la cristalera y vio a un grupo de jóvenes sentados en una esquina. Dos de ellos, los que parecían llevar la voz cantante, lucían sendas camisetas del Atlético de Madrid. Al verlos, refunfuñó algo en voz baja, se atusó la sotana, colocó en su sitio la camiseta del Madrid que le servía de alzacuellos y entró con paso firme en el bar.

-A ver, jovenzuelos, ¿algún pecadillo que confesar?

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Samarra

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Varias decenas de personas fueron asesinadas en la peña madridista de Samarra (Irak) y otras tantas permanecen heridas tras sufrir un infame ataque terrorista pertrechado por el autodenominado Estado Islámico.

Samarra está inmersa en pleno foco del conflicto bélico iraquí desde hace más de trece años. Ubicada en el corazón suní, en mitad de la región de Saladino y muy próxima a Tikrit, ciudad natal de Saddam Hussein, supuso uno de los epicentros de la resistencia sunita desde la ocupación americana. El atentado que los extremistas cometieron, en 2006, contra la mezquita de Al Askari, santuario de referencia chiita, sito en Samarra y que sería equiparable por su peso simbólico a la basílica de San Pedro del Vaticano, fue la mecha que encendió la revancha entre las dos comunidades islámicas (sunís vs chiís) en un conflicto que aún perdura y que posteriormente se propagó fuera de sus fronteras. Pero por si no fuera suficiente, las hordas salvajes del Daesh invadieron, hace dos años, el norte de Irak, incluyendo amplias áreas del territorio lindante con Samarra a cuyos habitantes sometieron, desde entonces, a constantes agresiones.

Hablamos por tanto de un escenario de guerra permanente. De unas personas que conviven, desde hace mucho tiempo y la mayoría sin comerlo ni beberlo, con el horror, el dolor y las carencias más fundamentales. ¿Cómo podían esos seres humanos dedicar parte de su corazón a un club tan distante y en un contexto así? Tras la consternación, la condena y la oración quien la considere, es inevitable, por tanto, reflexionar sobre el alcance del fútbol en nuestras vidas, de qué forma puede un equipo acompañar, dulcificar y hasta consolar el dolor de quienes, incluso, viven anclados en un infierno.

Porque a las víctimas de la peña madridista de Samarra no los mataron por su nacionalidad, tampoco por su religión o sectarismo. Ni tan siquiera han acabado, vilmente, con sus vidas por su madridismo, sino simplemente por su pasión por el fútbol, circunstancia considerada intolerable para los intolerantes. Hoy por tanto, estamos de luto todos los hombres de bien, pero sobre todo aquellos para los que este deporte forma parte, de algún modo, de nuestras vidas.

Pero también eran madridistas y por ello sería improcedente que desde este espacio no hiciéramos un reconocimiento hacia quienes, además, también eran unos de los nuestros. El Real Madrid consolidó, desde su época dorada, la asociación de su equipo con un espíritu irreductible. Para cualquier madridista ya ha quedado claro que ser aficionado blanco es creer en la victoria en cualquier circunstancia y momento.

Pero hay un nuevo concepto asociado al Real Madrid que ha emergido en la última década y que cabe destacar a colación de este lamentable suceso: su universalidad. Se puede ser del Real Madrid con independencia de dónde seas, vivirlo con tanta intensidad como lo pudierea sentir otro madridista en el otro extremo del planeta. El Madrid no cierra sus puertas a nadie, ni limita la consideración de ningún aficionado, por su raza, su nacionalidad, su confesión ni sus ideas (dentro del marco del respeto). Ser del Madrid es simplemente querer con todas tus fuerzas que tu equipo gane, hasta el final.

Y, en este sentido, pocas personas sabían y saben lo que es resistir hasta el límite, aguantar una adversidad tras otra, sin ceder además a la amenaza a la que les expone su adscripción deportiva, como nuestros hermanos de la peña “Irak blancos” de Samarra. Tan lejanos, pero tan madridistas.

Descansen  en paz y toda nuestra fuerza para los supervivientes.

 

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