En La Galerna, durante esta semana y sin saber hasta cuándo, vivimos mitad en Madrid, mitad en París. Ya decía nuestro editor Jesús Bengoechea (y Medicis) que nos han robado el Clásico, pero ojalá sólo nos hubieran robado eso. Yo sigo con mi vida en una doble dimensión. Si estoy en casa, por ejemplo, en un lado de esa dimensión está mi hija sentada en su confortable cojín viendo por la tele a Maya y a Yaya, que son dos elefantas (una de color naranja y la otra de color morado) que dialogan sobre bufandas y plátanos, entre otras cosas; y en la otra, a la que casi llego físicamente atravesando cualquier umbral, veo París en Estado de Excepción.
El sábado atenderé al partido en Estado de Excepción y en doble dimensión. Por un lado seguiré los progresos de la BBC (al fin), y por el otro los de la GIGN (Grupo de Intervención de la Gendarmería Nacional). Yo soy de los que sólo pueden hacer una cosa al mismo tiempo, así que no sé cómo me apañaré. Igual me sale una crónica de fantasía, y me llevo a Bale con el balón hasta Saint Denis para que corra la banda o, mejor, a Benzema para que me haga de intérprete.
Hay un galernauta atlético y (casi) encantador (sí, así es de mágica La Galerna, Liberté, Egalité, Fraternité, le copiamos a la República francesa, pacífica y guerrera al mismo tiempo: un prodigio de nuestro tiempo) de nombre tuitero @ritmanblu, que me sugería a propósito de mi anterior artículo que Cristiano no ha marcado goles decisivos como el de Ramos en Lisboa. Yo creo que lo de Cristiano hasta el momento, más que goles oportunos, han sido goles en cadena de montaje. Ronaldo tiene una planta de fabricación de goles y también una flota de camiones y así nos ha estado aprovisionando todos estos años.
Estaba mirando por ahí estos días, y entre Madrid y París aparecía Raúl arrastrando multitudes al borde de los cuarenta, lo cual, por cierto, le hace a uno más joven. Entre el siete de antaño y el siete de hoy también se podría establecer otra doble dimensión. Yo atravieso el umbral que la separa y veo a ese antiguo siete robándole a Messi un balón en el córner propio igual que un lateral de leyenda. O silenciando al Camp Nou con una diablura de patio de colegio (el gesto de valiente, de mariscal) como nadie lo había hecho antes.
Cruzo el umbral y de Cristiano sólo recuerdo culminar el pase de fantasía de Özil en la Liga de Mourinho, en vez de silenciando, pidiendo calma a tan respetable público. No sé si es porque estoy especialmente enardecido de escuchar con envidia tronar La Marsellesa, pero el cuerpo (con la mente dividida entre Madrid y París) me pide una victoria épica que me sacuda, que me agite.
Yo quiero en estos días cantar un himno, aunque sea el de las mocitas. Quiero gritar a pleno pulmón la salida y el triunfo de los míos y ya de paso unir las dimensiones, si fuera posible: ver a Ronaldo silenciando culés acompañado de una figura borrosa de Raúl como los viejos Jedis que sonríen cuando se le aparecen a Luke Skywalker al final de la jugada. Nos han robado el Clásico, pero quizá por ello haya que ganarlo más y mejor que nunca. Por Madrid y por España, en estos días malos, y por el París de la Francia.
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