“Y ahora vamos con el ‘villarato’ y el Barça. Llevo cincuenta años siguiendo el fútbol español y no recuerdo casos de apoyo explícito tan sostenidos a un club, y si alguien me los puede aportar lo agradeceré”.
(Alfredo Relaño, Teoría general del villarato, 5 de mayo de 2011)
Hace pocos días asistí con gusto a un concierto de Santiago Auserón, también conocido como Juan Perro, también conocido como el cantante de Radio Futura. Sucede que esto último a Santiago, a Juan, le gusta poco que se lo recuerden. No comprende que algunos de sus seguidores sigan anclados en Radio Futura, que es el pasado. “¡Escuela de calor!”, reclamaba uno del público. El seguidor de la vieja escuela y su petición anacrónica recibieron una respuesta casi desabrida por parte del artista. Le pedían que cantara una tema que forma parte de una gloria pretérita que Auserón, obsesionado con evolucionar, trata a día de hoy de esquivar en sus directos.
El villarato ha sido la escuela de calor de Alfredo Relaño, y no se descarta que las piscinas privadas donde las chicas desnudan sus cuerpos al sol de la canción hayan sido el vivero de las chicas ligeras de ropa del As. Durante no menos de 4 ó 5 años, y por más que el público se lo pidiera, por más que todo el mundo (también él) supiera que se trataba de su gran obra maestra, ha rehusado incluirla en el repertorio habitual de sus recitales.
Popularmente conocida como el villarato, el título completo de la canción es Teoría general del villarato, y fue publicada el 5 de mayo de 2011 con extraordinaria repercusión en público y crítica. No pretendo hacer uso de ironía alguna si proclamo que se trata de una canción (un artículo) redondo, documentado, definitivo, ponderado, transparente, preclaro. En él explica Relaño, sin escatimar en ejemplos, en qué consistía el régimen corrupto y manipulador del vasco al frente de la RFEF. La cita con la que empiezo este artículo es suficientemente ilustrativa y sirve como resumen del mismo: “no recuerdo casos de apoyo explícito tan sostenidos a un club”, siendo los apoyos los brindados por la RFEF, y el club en cuestión el FC Barcelona. El artículo es un compendio pormenorizado e irrefutable del favoritismo de la Federación con el club catalán, plasmado en temas que van desde la pasmosa impunidad por el cochinillo lanzado a Figo (o por la no presentación del Barça a aquella eliminatoria copera ante el Atleti en 2000), pasando por el privilegio de exención en convocatorias de la Selección para jugadores del Barça (cuando el calendario no lo dictaba conveniente para su club) y por supuesto los arbitrajes, tan benévolos para el Barça y, en contrapartida, tan severos con su ancestral rival capitalino. Teoría general del villarato es una pieza magistral que creó un saludable debate en el patio futbolero nacional y resultó pionera en la denuncia de la extorsión y el más sucio clientelismo en que consistía el villarato, al cual además dio nombre el director de As para dar al hallazgo un carácter memorable, gráfico: villarato.
Insisto en que no hay sarcasmo: Relaño merecería un lugar destacado en la historia del periodismo español solo por esta pieza. Sucedió sin embargo, y contra todo pronóstico, que el periodista pareció recular después en el uso del término y, lo que es más extraño, en la denuncia del concepto que había detrás. No es que renegara públicamente de la voz villarato o mostrase arrepentimiento por haberla concebido. No. Simplemente, dejó de usarla para sorpresa de todos. Cuando un hombre disecciona cuidadosamente una cosa y encima encuentra un modo realmente brillante de designarlo, pero después prefiere soslayar cosa y término, es una tragedia por omisión. Como si Kant dejara de hablar del Noúmeno, Juan Rulfo ninguneara Pedro Páramo o Santiago Auserón diese la espalda a Escuela de calor.
¿Por qué, hace por lo menos 4 ó 5 años, dejó Relaño de hablar del villarato casi por completo? ¿Por qué casi dejó de mencionarlo en sus editoriales diarios cuando era obvio que el villarato estaba más vigente que nunca? No tengo una respuesta que pueda ofrecer con un 100% de certeza, pero sí una que puedo ensayar, en virtud de mi raciocinio y del de cualquiera, atribuyéndole un no menos de un 85% de probabilidad de acierto. Relaño dejó de hablar de villarato porque otra cruzada, a su juicio mucho más perentoria y acuciante, se cruzó en su camino. Esa cruzada tenía por objetivo la derrota y aniquilación deportiva de Florentino Pérez en su papel de presidente del Real Madrid. Esta causa llegó a inflamarle de una manera obsesiva, hasta el punto de hacer que cualquier otra (por ejemplo, la de contribuir a que el fútbol español tuviese una cabeza visible presentable y medianamente digna de respeto) pasara de inmediato a un segundo plano.
¿Por qué, hace por lo menos 4 ó 5 años, dejó Relaño de hablar del villarato casi por completo? ¿Por qué casi dejó de mencionarlo en sus editoriales diarios cuando era obvio que el villarato estaba más vigente que nunca?
No era solo, en realidad, la necesidad de eliminar otras iniciativas que pudieran restarle tiempo y fuerzas en la lucha que debía prevalecer. Es que denunciar a Villar se le antojó muy probablemente empeño contradictorio al de denunciar y derrocar a Florentino. Villar seguía pareciéndole a Relaño el mismo cáncer para el fútbol que denunció en 2011, pero su astucia le dictaba que ahora tocaba dejar esa causa a un lado para centrarse en otra infinitamente más primordial: escudriñar en la podredumbre del palco del Bernabéu (y en la de sus croquetas, con las que ha llegado a mostrar una fijación ajena a lo culinario que raya lo patológico) para hallar en los hilos del palco (Piqué dixit) la quintaesencia del mal en el mundo. Siendo como era Florentino un enemigo irreconciliable de Villar, seguir denunciando a Villar habría pasado a ser tarea que de hecho torpedeara la de enterrar a Florentino. Cualquier denuncia de los manejos de Villar con las territoriales, con los clubes (y por supuesto, cuánto más, con los árbitros y el Barça) jugaría en contra del fin esencial de su existencia, ese que nada debía torpedear. Criticar a Villar, hablar del villarato, tenía el efecto colateral de brindar (o eso pensaba Alfredo) balones de oxígeno a Pérez, y antes muerto que sencillo.
Por supuesto, es solo una hipótesis. Es solo lo que me indica mi razón y mi instinto, como seguramente se lo indica a cualquiera con un mínimo conocimiento de las cosas y algo de capacidad para atar cabos. Carezco de pruebas de que esta fuera la razón. De hecho, hace muy poco, con motivo de la detención e ingreso en prisión de Villar y el revuelo desatado, el propio Relaño aprovechó otro de sus editoriales diarios para soltar desde su púlpito un pretexto que sonó a excusatio non petita de manual. Nadie todavía, que yo sepa, le había pedido cuentas por su pecado de omisión, pero sin duda se olía que un artículo como este terminaría por aparecer. “Pero, usted, que incluso inventó el término villarato, ¿por qué no ahondó en ese lodazal? ¿Por qué corrió un tupido velo sobre el tema cuando de hecho fue usted mismo quien inicialmente lo descorrió?”, terminaría por preguntarle alguien, yo por ejemplo.
Pero, usted, que incluso inventó el término villarato, ¿por qué no ahondó en ese lodazal? ¿Por qué corrió un tupido velo sobre el tema cuando de hecho fue usted mismo quien inicialmente lo descorrió?
La respuesta, la fenomenal respuesta, la descacharrante respuesta, la excusa no solicitada que manifestaba acusación, llegó en su artículo del pasado 18 de julio, hace apenas unos días, cuando acababa de producirse la puesta de Villar a disposición de la justicia. Refiriéndose a la relación de Villar con el Barça, y al aspecto arbitral de la misma, suelta Alfredo lo siguiente, y lo suelta con desparpajo digno de mejor causa: “Un sistema que en su día yo califiqué de ‘villarato’, palabra que cogió vuelo, años después de lanzarla, cuando se asoció, por sinécdoque, a los favores arbitrales en la época de Laporta, su gran apoyo en unas elecciones difíciles. Aquellos benévolos arbitrajes cesaron cuando cesó Laporta”.
“Aquellos benévolos arbitrajes cesaron cuando cesó Laporta”. Hay que releerlo en varias ocasiones para interiorizar el mero hecho de que esto haya sido escrito. Así trataba Relaño de ofrecer respuesta anticipada a las preguntas que laten en este artículo, lo cual sería previsión muy digna de agradecimiento de no ser porque se trata de una respuesta irrisoria por motivos que casi produce rubor explicar, pero vayan algunos a vuela pluma: casi dos años con un solo penalti en contra del Barça en el campeonato nacional de Liga (datos de los dos últimos años naturales) y un saldo de expulsiones en torneos nacionales de +70 para el Barça (han gozado de 70 expulsiones de rivales más que expulsiones propias) y de -10 para el Madrid (los blancos, caracterizados al parecer por un juego eminentemente violento, han sufrido 10 expulsiones propias más que gozado de expulsiones de rivales). Este último dato tampoco cesa con Laporta, sino que abarca el amplio periodo 2005-2017.
Hay otra razón por la que uno solo puede reír (o llorar) ante la exposición de esta excusa tan endeble como formulada desde el nerviosismo. Laporta cesó como presidente del Barcelona el 30 de junio de 2010. El artículo Teoría general del villarato data, como antes indicábamos, del 5 de mayo de 2011, casi un año después, casi al término de la temporada 2010/2011, y en ningún momento se refiere en el texto al villarato como algo caduco, como algo pretérito. Antes al contrario: se refiere a ello, y con razón, como algo completamente vigente, y hace bien porque lo estaba y sigue estándolo por mucho que Relaño haya dejado de consignarlo.
Dentro de la (generalizando con algo de injusticia, pero no mucha) deleznable actitud de la prensa deportiva durante el mandato de Villar, la de Relaño me parece la postura más censurable de todas. Otros se han limitado a mirar para otro lado, y aunque todos imaginamos que sabían -o se imaginaban- no sabemos a ciencia cierta que así sea. Otros prefirieron centrar su periodismo de investigación en la hernia de Bale o la fiesta de Kevin Roldán antes que indagar en los mecanismos de inmundicia de Villar, pero les cabe el mínimo beneficio de la duda: quizá no sabían, quizá no imaginaban. A Relaño no le podemos otorgar ese beneficio. Sabemos que lo sabía (o que lo intuía muy poderosamente) porque él mismo lo denunció de manera admirable, pero tan admirable es el modo en que lo hizo como -por el mismo motivo- asquea su posterior y continuado pecado de omisión. Algunos (les creeremos o no) pueden alegar desconocimiento sobre el villarato. Relaño, que acuñó el término y puso el dedo acusatorio sobre el concepto, no puede decir lo mismo.
Algunos (les creeremos o no) pueden alegar desconocimiento sobre el villarato. Relaño, que acuñó el término y puso el dedo acusatorio sobre el concepto, no puede decir lo mismo.
Últimamente, a rebufo de lo desbordante del escándalo, Relaño ha recuperado el uso habitual de la palabra. Vuelve a tocar la canción en sus conciertos porque es imparable la marea de los fans. Encabeza su repertorio con la tonada que le dio justificada fama, y ya no hace falta ni que el público lo pida. Es una especie de “Decíamos ayer” pasmoso, y que Fray Luis de León me perdone. Como todo músico que se precie, no obstante, ha incorporado una novedad esencial en la nueva versión del tema, Villarato 2017, la canción del verano. Toda demostración de cinismo tiene un límite, sobre todo cuando hace apenas días te has descolgado (quizá de modo precipitado desde un punto de vista estratégico) con un “Aquellos favores arbitrales cesaron…”
La novedad musical es simple: el FC Barcelona ha desaparecido del pentagrama.
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