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Un traje interestelar

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No debería importarle demasiado al madridista recibir un gol definitivo en el minuto noventa y dos. En eso va ganando por mucho y esto tiene que contar. Me refiero, sobre todo, después de comprobar que los daños existen pero pueden repararse. En El Dorado, John Wayne ganó al Barsa con una bala alojada en la columna durante toda la película. El Madrid ahora mismo es como un submarino de las películas. Está todo el mundo alterado pero al final siempre aparece un oficial científico muy joven con muchos papeles arrugados entre los brazos, un lápiz en la boca y una solución. Será por jóvenes científicos.

En el fútbol se da mucho el “ya lo dije yo”. Las gradas y los bares y los hogares repletos de entrenadores y videntes. El entrenador del Madrid debería ser Twitter. Twitter es un entrenador maravilloso. Pero Twitter es algo así como el jacuzzi del Nou Camp, aquel por el que le preguntaban al Núñez de ‘Al Ataque’ y él respondía que era un jugador del Barsa extraordinario, como Stoitchkov. Yo creo que una de las peores cosas que podrían pasarle al Madrid es que fagocitara también a Zidane. A Zidane hay que protegerle porque Zidane nos ha hecho y nos hará llorar de emoción. Y si le quitas la emoción a la vida hay que apagar e irse como si te lo pidiera Lola Flores en la boda de Lolita.

A Zidane hay que protegerle porque nos ha hecho y nos hará llorar de emoción

Emocionante, además de ganar Copas de Europa, es ver al Madrid con diez empatar un partido en el ochenta y cinco y verle correr hacia delante como escoceses en falda sin nada debajo. Pudo ganar con diez y veinte huevos gordos bamboleantes, pero siempre pueden dispararte un cañonazo y hacerte trizas. Y cuando hablo de cañonazo no me refiero a Messi. El cañonazo destruye y Messi enamora a muchos. Y cuando digo que enamora no puedo evitar preguntarme, como el padre negro de Mary, la de ‘Algo pasa con Mary’, cómo pueden estar los platillos encima de la flauta observando el desaguisado que se ha hecho el pobre Ben Stiller con su bragueta.

Tú les preguntas a hombres maduros por Messi y se sonríen como niñas adolescentes con aparato incapaces de articular palabra mientras levantan una pierna hacia atrás en cuyo pie de repente les ha aparecido una bailarina rosa. Le preguntaron ayer a Iniesta y le salieron coletas. Y a Luis Enrique se le cayó su traje interestelar y en su lugar le aparecieron pecas, lazos y volantes. Que Messi, Lionel Messi, sea un forracarpetas para hombres mayores de treinta quizá pueda explicar muchas cosas de este mundo, incluido el por qué, por qué de ese traje interestelar.

En el fondo el argentino es como un niño incorregible escapándose por la ventana. Pero sólo cuando quiere. Frente a la Juventus prefirió quedarse en la cama viendo la tele, y nadie dirá nada de esto. Cuando Messi quiere escaparse poco se puede hacer. Si le cierras la ventana se escapará por el tragaluz. Si no hay tragaluz se escapará levantando las tablas del suelo; y si no hay tablas abrirá la cerradura con una horquilla. Da igual, no hay que echarle la culpa a nadie, y más con Casemiro jugando todo el partido con amarilla como John Wayne con una bala en la columna. Messi podía haber hecho lo que hizo y el Madrid haber tenido la pegada que tantos dicen que tiene para sentirse mejor de sus cosas y no se hablaría más que de ella, más incluso que hoy cuando no existe. Ahora mismo, a las cero cuarenta y cinco horas del lunes, los directores de periódicos ya se habrán convertido en adolescentes y estarán recortando imágenes de su amado para forrar con ellas sus portadas.

Ustedes verán si todavía les gusta la Superpop. El antimadridismo es lo único que lee, y luego van por ahí repitiendo sus frases como mantras: que si a Justin Bieber se le ha visto el culo, que si Rihanna se ha teñido de platino, que si Messi y no Cristiano (después de sus cinco goles al Bayern) es el que marca las diferencias (esto lo dice también un madridismo genuflexo deslumbrado por los fuegos artificiales y su propaganda) y así, que es lo que hace el locutor Carlos Martínez narrando un partido de fútbol como si fuera un juglar del Barcelona que nunca hablará, por ejemplo, de la chulería del ínclito Piqué amedrentando al árbitro con su estatura y su sonrisa de matón, acompañado de toda su banda, ni del codazo alevoso y criminal (roja directa) de Suárez a Keylor (Keylord Focker, ayer) en la última jugada de la primera parte.

Tampocó comentaron que Messi y Alba (yo si que me forro carpetas con Jordi, Jordi te amo) escupían en las escaleras del Bernabéu antes de saltar al campo en la segunda parte, que dio toda la sensación de que el Madrid quiso jugar al borde de un precipicio pudiendo no hacerlo. Un Madrid valiente y abierto, alegre y ciego, en inferioridad y con los colgajos fuera (un caballo de rejones antiguo y agonizante y valeroso dando la vuelta al ruedo), como en ese último gol del Barcelona al que pudo preceder un segundo consecutivo de James (héroe durante cinco minutos) que no se dio para que hoy todo el mundo se incline y chille histérico por Messi, el efecto contagio del fenómeno fan (hermano del efecto oveja), como si no existiera el mañana esplendoroso que anuncia el capitán: “el que se baje ahora que luego no venga a celebrar”.

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