Sorprende la cantidad de madridistas molestos porque su equipo gane 7-1 a un equipo que lucha por un puesto en competición europea. No es que deseen que pierda el Madrid, pero marcar siete goles con el campeonato decidido, en favor del rival, es improcedente y hasta según cómo se mire una provocación, sostienen. Puede parecer contradictorio –y de hecho lo es- pero cuando al descanso el Madrid ganaba por tan solo 1-0 esos mismos aficionados estaban disconformes por el pobre juego ofrecido en esa primera parte. Luego, cuando ya el equipo entró con otro brío en la reanudación, la cosa les pareció de mal gusto por el exceso. Qué fácil es lucirse cuando ya nada te juegas y qué poco tacto celebrar los goles con el cadáver de la Liga aún caliente, afirmaban. Nada difiere de la actitud mostrada hacia Cristiano Ronaldo. Sus cuatro goles lejos de festejarse fueron recibidos por no pocos como una afrenta. Si meter un gol después de no haberlo hecho frente al Atleti resultaba cuando menos incómodo, hacer cuatro, opinaban, era puro recochineo. Huelga decir que esos mismos que protestaron por los cuatros goles “estériles” también lo hicieron, anteriormente, al término de los primeros cuarenta y cinco minutos, porque el portugués no llevaba ninguno. Por eso tanto Zidane como Cristiano deberían sopesar que, en la actual tesitura, lo ideal es meter nunca menos de dos goles pero jamás superar los tres tantos.
¿Servirá esta disparatada regla para sofocar el incendio? En absoluto, pero al menos las llamas se extenderán hacia otro frente. Porque hay que admitir que, a día de hoy, para muchos seguidores del Real Madrid el único consuelo es el fuego. Una actitud que, pese a su escasa conveniencia, merece compasión. La frustración generada por un largo periodo de sequía en el ámbito nacional impele a los aficionados a censurar al contexto así como a desear cambiarlo radicalmente, lo cual no quita para considerar que encomendarse a las llamas sea un ejercicio poco prudente. Cuando el fuego se extiende suele hacerlo sin control.
La gente reclama su derecho al disgusto y la pataleta, y antorcha en mano arremete contra todo aquello que se les pone delante. El partido del sábado comenzó con duras críticas a un entrenador inexperto, continuó con las reclamaciones a la estrella del equipo, prosiguió con la combustible actitud de la plantilla, siguió, ya con el viento del marcador a su favor, con el repudio a los goles baldíos y aún hubo quien aprovechó para echar unas brasas en los ausentes (Kroos, James y hasta Varane) toda vez que los presentes estaban apagando sus rescoldos con la victoria.
Y es que no se trata tanto de a qué o a quién prender como de simplemente el hecho de prender. Que arda todo, claman, porque lo que hay no es que no les guste sino que directamente les duele. Que ardan –metafóricamente- los jugadores por su falta de actitud, aunque sean ellos los que tengan que luchar por la actual Champions y por una plaza en Liga que dé acceso directo a la del año que viene. Que arda Ronaldo por no haber ganado tantas ligas como Messi, aunque sin su concurso difícilmente vayas a conseguir los pocos objetivos que puedes y debes alcanzar esta temporada. Que ardan las giras, las ventas de camisetas y un modelo de club orientado a liderar la lista Forbes, aunque sin esa dinámica luego no puedas fichar esos jugadores que tanto deseas. Que ardan los entrenadores, todos, Carlo por condescendiente, Benítez por aburrido y Zidane por inexperto, aunque luego esos mismos críticos culpen a Florentino por cambiar mucho de entrenador. Y que arda, por supuesto, Florentino pues, como todo el mundo sabe, si él no estuviese en la presidencia, el Real Madrid estaría por delante de un Barcelona que lleva treinta y seis partidos sin perder. Es que al menos hay que competir, te replican. Sí, pero es que cuando se compitió y también se perdió –cosa que ha sucedido- las reprobaciones y las llamaradas fueron las mismas.
En definitiva, es el fuego, no como acto purificador del Madrid sino como purgatorio de la propia angustia. Y es sobre esa cuestión sobre la que el aficionado herido debería reflexionar. Porque ese espíritu que se ha instalado en la comunidad madridista no tiene como objetivo arreglar nada, sino que simplemente es un acto desesperado, e inútil, por intentar terminar con la pena, la rabia y la impotencia, que todos sentimos ante esta situación de derrota hegemónica. Lo que sea que tenga que ser un futuro Madrid ganador no nacerá de las cenizas de nada sino de la suma de todos, aunque luego alguno deje de estar.
Que un jugador no muestre actitud no quiere decir que lo haga conscientemente ni que esa tendencia vaya a prolongarse en un futuro; que un equipo no rinda en un momento dado no implica que no lo vaya a hacer dentro de un mes con confianza renovada o la temporada que viene en un contexto distinto y estable; que un entrenador no tenga experiencia o que su equipo ahora no sea sólido no significa que esté trabajando mal, porque para asentar conceptos e ideas no solo hace falta muchísimo más tiempo sino que el equipo lo hayas confeccionado realmente tú.
Que un aficionado se sienta decepcionado por el rendimiento del equipo no debería implicar pitar a los suyos. Es algo tan sencillo como que en el momento en que un futbolista se pone esa camiseta, con independencia de lo bueno o malo que haya hecho anteriormente, ese jugador es unos de los nuestros y lo único que cabe por parte de la afición, desde el pitido inicial hasta el final, es animarle con toda nuestra alma. Eso no excluye la crítica, el análisis y la exigencia. Pero madridista es el que anima al Real Madrid. Porque luego hay quien se pregunta por qué no salimos hacia delante. Y es que el que juega con fuego se quema.
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