Justicia poética. El sábado, poco antes de que Cristiano consiguiera cuatro de los siete goles que el Real Madrid le hizo al Celta, sonó música de viento en el estadio Santiago Bernabéu. Qué leches, dejémonos de poesía: ¡que pitaron a Cristiano!… Este partido pasará a la historia por dos cosas: porque CR7 superó a Telmo Zarra como segundo máximo goleador histórico de la Liga y porque un sector del público le pitó poco antes de conseguirlo, que es, para que nos entendamos, como si nada más bajar del Everest después de haberse convertido en el primer hombre en llegar hasta su cima, a Edmund Hillary le hubieran recibido a tomatazos en la Universidad de Auckland.
Esa imagen, la de uno de los mejores futbolistas que han pasado por el Real Madrid a lo largo de su ya centenaria historia siendo recibido a tomatazos por sus propios seguidores, me hizo caer de repente en la cuenta de que a lo mejor no es abulia o desapego lo que atenaza en el fondo a un número indeterminado de madridistas, los conocidos popularmente como “piperos”, sino puro y duro antimadridismo. Así, la maquiavélica jugada tejida con paciencia a lo largo de los últimos cincuenta años por los enemigos más recalcitrantes del Real Madrid, habría sido perfecta: colar poco a poco en el templo sagrado del madridismo, muy lentamente al principio y después más rápidamente, a antimadridistas capaces de pitar, por ejemplo, a Cristiano Ronaldo el mismo día en que superó a Zarra. Genial. Y perverso. Llegará un día, que ojalá yo no llegue nunca a ver, en que el Bernabéu cante los goles del Barça y haga castellets en el césped para celebrar las Ligas culés.
Con este sector de madridistas ya no discuto, más que nada porque han entrado en bucle y la conversación no conduce a nada interesante. Si te muestras feliz por el hecho de que tu equipo le marque siete goles al Celta, ellos te contestan enseguida con lo siguiente: “Una Liga en ocho años”… ¿Qué tendrá que ver, digo yo, el culo con las témporas? Si te alegras de estar viviendo el momento histórico de ver cómo un jugador de tu equipo alcanza y supera los registros de un goleador del tamaño universal de don Telmo Zarra, ellos te contestan algo así: “Habría sido mejor que se reservara un par de goles para el partido contra el Atleti”… ¿Cómo? ¿Así que los jugadores marcan goles cuando quieren y Cristiano no quiso marcarle ninguno al Atlético de Madrid para hacérselos todos al Celta? ¿Funciona así? ¿Antes de saltar al campo Cristiano saca la lista de la compra y dice “hoy no me toca ninguno pero el sábado que viene voy a marcar cuatro”?…
Este tipo de argumentos infantiloides definen, según creo yo, a una afición poco madura, que no ha sufrido y a la que le han dado absolutamente todo hecho. Una afición capaz de pitar a Cristiano… y a Di Stéfano o al mismísimo Santiago Bernabéu. Te muestras contento porque el Real Madrid le acaba de marcar siete goles a un equipazo como el Celta de Vigo y te sueltan a la cara: “¡A Cibeles!”… Pues mira, sí, me voy a ir a Cibeles. Me voy a ir a Cibeles en primer lugar porque me da la gana y también por si acaso este año no ganamos nada. Me voy a ir a Cibeles porque estoy feliz de ser madridista, en las buenas, en las malas y en las peores. Por cierto que, cuando dices cosas como las que estoy diciendo, te responden lo siguiente: “Cómo se nota que tú vas gratis al campo”. Lo dicho, desalentador. Y, lo que es peor, profundamente aburrido.
Yo, por mi parte, y aún arriesgándome a darle un disgusto a una parte de la afición del Real Madrid, le doy las gracias a Cristiano. Lo que está haciendo será recordado durante muchísimos años, y dudo que alguien pueda igualarlo. Ojalá me equivoque. Cristiano superó el sábado a Zarra y, conociéndolo un poco, empezó a acorralar a Messi, a quien estoy convencido de que acabará enterrando en goles. Celebro, entre otras cosas, la presencia de Cristiano porque a veces me da por pensar qué habría sido durante todos estos años sin él en mi Madrid. Celebro los goles de Cristiano porque, aunque haya alguien que no lo crea, todos, desde el primero hasta el último, suben al casillero del Real y no al del Barcelona o el Atleti. Y festejo también su carácter porque no le habría servido para nada ser un monje trapense; es más, le habrían pegado incluso más duro. Gracias, Cristiano. Y perdónalos porque no saben lo que hacen.
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