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El carro

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El Real Madrid es una máquina de triturar entrenadores y artículos. Llevo media docena hechos trizas y aparcados en un cajón hasta que vengan tiempos mejores para publicarlos. Hablar ahora de la homofobia contra Cristiano, de los ridículos tuits de Piqué o de la posibilidad de engancharse a la Liga me resulta imposible. Más cuando uno se siente como esos cowboys a los que las ruedas del carro se les encallan en el barro y por más que lo intentan no consiguen desatascarlo.

Va uno plácidamente tomando el sol de la mañana, cabalgando detrás del carromato, con ganas de cortejar a una de las coristas de la camisa de cuadros y los jeans apretados, agotado después de repeler media docena de ataques de los indios y un par de osos que le han dejado el cuerpo lleno de cicatrices, con ganas de parar, encender una hoguera y tomar un buen café caliente, cuando una vez más una rueda se hunde lentamente en el fango y el carro se detiene con un crujido que suena en medio de la llanura.

carro

Y no, esta vez no, no me bajo del caballo, no empujo, no ayudo a sacar el maldito carro de donde ha vuelto a trabarse. Estoy hasta los mismísimos del carro. ¿Acaso no sabe el conductor que en ese bache se ha atorado veinte veces? ¿Acaso no saben las bellas coristas que por muchos vestidos que tengan, a veces hay que bajar al barro, mancharse y empujar? ¿Acaso los rancheros que van dentro no saben que para conquistar el Oeste hay que llenar el terreno de alambres de espino para que nadie entre a tu casa?

No, no empujo. Estoy cansado de bajar, empujar, subir, bajar, empujar, subir… Estoy agotado. Sin fuerzas. Estoy harto de cambiarme los calzones, los calcetines de algodón, la camisa, el chaleco y el revólver. Harto.

Llegar al Oeste es un camino largo, lleno de peligros, exigente, duro y muy sacrificado. Es un camino solo apto para colonos con ganas de montar un rancho al lado del río, formar una familia, sacar las reses por la mañana, cultivar la tierra, plantar para el futuro y descansar a la noche mirando las estrellas en el porche con la satisfacción del deber cumplido.

Y en este carro solo van niñatos incapaces de sacar el Colt sin tropezarse con su sombra.

Niñatos que miran mi esfuerzo desde arriba, con cara de pánfilos, sabiendo que una y otra vez voy a bajar del caballo para ayudarles a que el maldito carro salga de esa oscura ciénaga a donde ellos, y solo ellos, lo han dirigido.

¿Veis algún James Stewart o un Gary Cooper capaces de dirigir el carro con mano firme hacia las verdes praderas? ¿Acaso hay en esta plantilla un John Wayne, un Clint Eastwood o un honesto Walter Brennan que en medio de una partida de fulleros den un golpe en la mesa que haga saltar las cartas por el aire? ¿Tenemos algún Alan Ladd que no sea un cobarde y se presente en el saloon con el arma en la mano para descerrajar un tiro en el entrecejo a quien se le ponga por delante?

No, desengañaos, no los hay. Aquí lo único que veo son sacamuelas, pioneros sin rumbo, vendedores de tónicos crecepelos y granjeros cobardes que huyen en cuanto las vacas del potentando del pueblo entran en su maizal a comerse las panochas.

Nunca habéis estado solos ante el peligro. Nunca. Siempre, antes de que el reloj marcase la hora, habéis tenido ayuda. Siempre algún granjero se levantaba orgulloso para sumarse a la rebelión con los puños apretados o se subía al tejado con el Winchester aunque apenas le quedasen balas.

Alguien os tiene que explicar que aquí los pioneros no solo conquistan a la maestra del pueblo, la corista, el banco, el rancho, la felicidad y el Oeste. No, ni mucho menos, en este camino se conquista el mundo entero y la gloria eterna.

Y a mí, lo confieso, ya me fallan las fuerzas. Los buitres van acercándose, van dando vueltas alrededor de vuestras cabezas y vosotros pensáis que son dulces pajarillos que vienen a trinar en vuestros sueños. Yo estoy cansado, muy cansado. Por eso, precisamente por eso, porque apenas me quedan fuerzas para ayudaros, voy a bajar del caballo, voy a arrimar el hombro al carro y voy a empujar una vez más. Soy tan imbécil que no sé hacer otra cosa.

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