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Santiola Segurago y la barrera de la homosexualidad

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Si algo tienen en común la mayoría de los periodistas deportivos de este país de nuestras entretelas es que demuestran ser los seres más previsibles de este planeta. Debido a que estaba viajando en aquel momento no tuve la oportunidad de ver el partido entre el Real Madrid y el Deportivo de La Coruña el pasado domingo, y como ya hace bastante tiempo que dejé la insana costumbre de escuchar la radio deportiva por prescripción médica, me encontraba feliz en mi ignorancia degustando las highlights del encuentro en internet cuando casi al final contemplé la dichosa acción de CR7 con el teléfono móvil, y no tuve por más que negar con la cabeza un par de veces. Me dije a mí mismo con voz quejumbrosa: “Amigo portugués, acabas de proporcionar gasolina y una caja de cerillas a una jauría de pirómanos con constante síndrome de abstinencia”.

Dicho y hecho, los previsibles bultos sospechosos de la alcachofa corrieron raudos y veloces a convertir una anécdota, nunca vista antes eso sí, pero anécdota, en un supuesta evidencia más de la personalidad ególatra y narcisista de un Dorian Gray nacido en Madeira y que encarna todos los pecados con los que esta sociedad no puede ni debe transigir. Que conste en acta que como la ironía tampoco se capta en las lineas escritas, debo aclarar que lo afirmo cruzando los dedos. El problema principal no surge cuando hechos que darían para media línea en un breve de un periódico serio caen en manos de periodistas como Roberto Gómez, Manolete, Roncero o demás, todos ellos personajes caricaturescos de un Sálvame deportivo farfullante, sino cuando dichos hechos son recogidos y analizados por supuestos popes o gurús aún hoy en día ampliamente respetados.

Uno de ellos, probablemente el más respetado de todos, al que no citaré por su verdadero nombre para mantener su anonimato, pero pongamos que se llama Santiola Segurago, afirmó en la radio en la que colabora que aquello venía a ser algo así como “la última barrera que el fútbol aún no había traspasado, la barrera de la homosexualidad”, y que “existía algo femenino en la acción de mirarse al espejo” para ver si el ojo de afectado seguía en su sitio original. Al enterarme de sus palabras me sentí como una caja de ahorros en época de crisis, no daba crédito. El otrora referente del periodismo Santiola Segurago había perdido definitivamente la noción de las cosas. La barrera de la homosexualidad, amigos.

Admito que este señor fue un referente para mí como lo fue en su día José María García. Como amante del baloncesto que soy disfrutaba de sus comentarios en televisión y sus crónicas sobre otros deportes me parecían magníficas. Santiola poseía algo que la mayoría de sus colegas despreciaban; el conocimiento de datos, hechos, y ocurrencias también sobre lo que no fuera fútbol, un factor que lo convertía en un rara avis en esta país plagado de gacetilleros del balompié. Y aquello me admiraba, y me sigue admirando. Y cuando ponía su talento al servicio de este deporte al menos escuchaba lo que tenía que opinar, estando en ocasiones de acuerdo y en otras en desacuerdo.

El antimadridismo es una condición sobre la que no discuto con nadie, me parece perfecto, allá cada cual con sus filias y sus fobias. Tengo amigos profundamente antimadridistas, intento razonar con ellos, debatir en la medida que esta barrera invisible nos lo permite y la cosa normalmente no pasa de ahí. Y dentro del madridismo conozco a gente que piensa de forma radicalmente distinta a la mía. Pero somos profesores, informáticos, electricistas, mecánicos o enfermeras. Los periodistas, como los jueces, no deben dejarse influir por sus odios y sus rencillas, es parte de la esencia de su profesión. Deben alejarse de la prevaricación. Que Segurago sea del Athletic o antimadridista lo encuentro respetable, pero que esto influya en sus crónicas no tanto. Su opinión sobre lo que ocurrió con CR7 es una más de su píldoras envueltas en un manto de lírica y progresismo barato que intentan socavar la imagen de un jugador, pero con el objetivo último de socavar la imagen de un presidente y un club a los que no traga.

Y vuelvo ahora donde quería ir a parar. Lo peligroso no es que los Manoletes o Gómezes de la vida agarren el hilo y no lo suelten, sino que la imagen de un periodista respetado y respetable pueda influir, como así sucede por desgracia, en las opiniones de mucha gente. Segurago cae en dos pecados impropios de un periodista: el primero ya explicado con anterioridad, y el segundo la eterna doble vara de medir. Porque nadie ignora que si el hecho lo hubiese protagonizado cualquier otro jugador no habría pasado de anécdota chistosa, y si hubiese sido el Messias el inductor entonces ya la imagen habría pasado a los anales como una genialidad digna de Isaac Newton tras ser golpeado en la cocorota por una manzana afectada por el virus de la gravedad. Qué quieres que te diga, Santi, si tu crónica trata sobre otro deporte le prestaré la debida atención, pero si versa sobre fútbol retomaré mi libro sobre la apasionante vida sexual de las arañas albinas del Amazonas, o cualquier otro tema a la sazón. No me interesan los periodistas doblemente pecadores.

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