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El PSG

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Desde que el Barcelona vapulease al Madrid en el último partido de 2017 vengo advirtiendo una pesadumbre general cada vez más acuciante entre los madridistas. Todas las dudas y temores han tomado cuerpo, se han hecho carne en el PSG, el rival en octavos de final de la Copa de Europa que llegará a Madrid a mediados de febrero. Entiendo que en esa eliminatoria, en especial en el primer partido, el del Bernabéu, se pondrá en claro qué es el Madrid del año 2018 y a qué puede aspirar. Será la hora de la verdad, el momento decisivo -como se decía en el argot militar del siglo XIX-. Hasta entonces, el París Saint-Germain será sencillamente El PSG, un acrónimo con personalidad autónoma, que asustará a los niños madridistas como el Duque de Alba a los hijos de los rebeldes holandeses y que se aparecerá como fantasma en todas las pesadillas de la gente de aquí al día del partido.

El acrónimo está ya bastante crecido y hay que darle de comer tres veces al día y hasta sacarlo a pasear. Es una presencia física real, un elefante en la habitación. Después del Mundialito, jugadores y aficionados perdieron su autoestima. Si el día del sorteo había consenso en admitir al PSG como un rival muy duro pero eliminable, hoy en los mentideros la consigna es que Dios nos coja confesados. La que nos va a dar el PSG. ¡Verás cuando llegue el PSG! Se mira al bicho y el bicho está ahí, y cuando sonríe enseña los colmillos. A veces tengo la sensación de que un día voy a entrar en Twitter y en vez de mi TL madridista va a estar él, suplantándolo, o suplantándome a mí, como el doble de Dostoyevsky. Más guapo, más alto, más fuerte, más listo y con mucho más tirón. Y más cabrón.

En esto también hay mucho de pavorosa remembranza del pasado: los madridistas viejos recuerdan las dos eliminatorias seguidas que se perdieron en los 90 frente al París Saint-Germain. En cambio los jóvenes, los madridistas millennials que han visto ganar 6 Copas de Europa antes de terminar la Universidad padecen del mal de Youtube, del que se podría llamar síndrome del panorámico: como ahora es más fácil ver cada semana lo que pasa en la liga francesa que la Segunda B española, la chavalería está que literalmente no le cabe el pelo de una gamba viendo pasar highlights (el fútbol internacional, antes cosa de amplios resúmenes comentados en programas de corte elegante e incluso elitista en cadenas de pago, ahora ha devenido en tuits con vídeos insertados de minuto y medio) con golazos de Neymar, Cavani y Mbappé.

Con esos tres, el PSG ha recuperado ese punto de fisicidad en la representación que de él se hace el atribulado aficionado madridista, ese relieve de potencia mecánica que tenía con Weah y Ginola: son demonios azules corriendo sin parar, como el equipo de íncubos a los que se enfrentaban Figo, Cantona y Maldini en el anuncio de Nike tan famoso de los 90. Esta condición de superhumanos, de cosa sobrenatural que tiene el PSG en el momento actual, sale de confrontarlos con el presente del Madrid. Como el equipo de Zidane parece esclerótico, lento, pesado e incapaz de matar una mosca, los del PSG suscitan la impresión opuesta. El choque de sensaciones proyecta sobre el debate la sombra de la frustración del aficionado: quiere que los suyos vuelvan a correr y a tocarla como hasta hace poco, naturalmente. La gente mira la tele, luego mira al compadre en el bar, señala el periódico y se pregunta cómo hará Zidane para parar a esos tíos. Es como palpita la calle madridista, la respiración de la nación.

Además, El PSG tiene también la extranjería, que es una cualidad imprescindible para generar miedo e ira en el aficionado. Es lo que siempre tuvo el Bayern y lo que nunca tendrá el Barcelona, tan de aquí, tan íntimo. Al Barcelona, por bueno que sea su equipo, siempre es más fácil encontrarle alguna falla, desvirtuarlo. Al fin y al cabo lo estás viendo todos los días, el roce tiene eso. Los grandes equipos internacionales, no. Y el París Saint-Germain menos, pues al fin y al cabo hacía mucho tiempo que no pasaba por Madrid, salvo cuando la liguilla de hace dos temporadas. Pero no es lo mismo. El PSG es francés y lo francés aglutina mucho, en contra digo, y sobre todo porque los nombres extraños y difíciles excitan mucho la imaginación del personal. Huelga decir que yo también siento alguna aprensión viendo los contraataques furibundos y perfectos que parece hacer el PSG a docenas en todos sus partidos. Ha pasado de ser un equipo blandengue y pusilánime, puritita plastilina como se vio en el Camp Nou, que se dejó meter seis por el Barcelona y por el árbitro, a demostrar un poder ciego y brutal que parece sacado de una tragedia de Sófocles.

siento alguna aprensión viendo los contraataques que parece hacer el psg a docenas en todos sus partidos

Pero el actual estado de miedo e histeria que noto en el madridismo me recuerda también a cuando el Madrid iba a jugar contra el Manchester United los cuartos de final de la Copa de Europa del año 2000. Aquel equipo también gozaba de un ataque espantoso y demoledor y aquel Madrid también daba pena verlo. Con más razón todavía, el United venía de ganar el triplete la temporada anterior y yo, que era poco más que un niño, no paraba de oír a mi alrededor que nos iban a crujir, en una palabra. El PSG ha alcanzado ese grado de omnipotencia en el imaginario colectivo de la gente, pero lo ha hecho a una velocidad extraordinaria: del “Nice draw” que tuiteó Toni Kroos al conocer el emparejamiento no hace ni mes y medio. La transformación es formidable y tiene que ver sin duda con que cuentan en sus filas con Neymar y Mbappé, dos velociraptors de técnica exquisita y oltato de matador que no estaban allí el año pasado, pero sobre todo con que con esos dos fichajes el equipo francés hizo lo que no hizo el Madrid en verano, o sea, mejorar lo que tenía. También es verdad que el margen de mejora del PSG era abrumadoramente más grande.

Es natural y muy humano concentrar todas las paranoias que suscitan las miserias del presente en algo o en alguien que viene amenazante. El PSG es el próximo rival, pero no  un rival normal. ¡Es el PSG, tío! De ganarles o no dependerá para el Real pasarse tres meses hasta el Mundial que a ver quién es el que los aguanta sin emborracharse todos los días. Pero de eso no tiene culpa el PSG: sólo es el recipiente en el que han ido a verterse todos los miedos del madridista. Es un fenómeno viejo. Dice Rafa Cabeleira en un estupendo artículo en El País, Arde el Madrid, que los madridistas llevamos la caja de cerillas escondida en el mandil y que apagamos el fuego echándole gasolina. A lo mejor la única salida posible al dilema inevitable al que abocará El PSG (el acrónimo ya es un adulto con barba a estas alturas del texto) es meterle fuego, rociarle con gasolina y hasta nunca, hermano. El cine y la literatura nos han acostumbrado a la idea de que los enemigos implacables e hipotéticamente indestructibles siempre terminan saltando por los aires de alguna incomprensible y milagrosa manera.

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