Una cabeza de jabalí, un cuadro del Real Unión, una antigua nevera y el señor Sazatornil. Anoche soñé que volvía al Machinventa. Me encontraba ante la verja pero no podía entrar porque el camino estaba cerrado.
Cada vez que paso por delante del viejo edificio donde se alzaba el restaurante de mi tío Isidro me acuerdo de Manderley, me dan ganas de saltar la verja, subir al primer piso y entrar en el comedor para comprobar que mis recuerdos siguen allí, intactos. Una enorme cabeza de jabalí disecada con unos largos colmillos hasta los que mi padre me aupaba para que pudiese sentir la agudeza de su filo en una mezcla de temor y curiosidad, un cuadro de tela bordado a punto de cruz del Real Unión con unos jugadores en esbozo, alargados, y con unos ojitos en forma de x, una gran nevera de madera que ocupaba todo un costado del almacén y que al abrirla dejaba a la vista unos enormes bloques de hielo y la historia de un jubilado que iba a comer todos los viernes y al que todo el mundo llamaba Saza cuando no estaba delante y Sazatornil cuando sí lo estaba. Su apellido se alargaba en las distancias cortas y se acortaba en las largas. Era un hombre extremadamente delgado al que toda la ropa le quedaba holgada, los pantalones le bailaban, los zapatos llegaban antes que él y su deslucido abrigo negro de paño le daba cierto aire místico que hacía que todos los comensales, cuando le veían entrar al comedor, se preguntasen si iba, venía o levitaba ya que su abrigo y su pantalón parecían no llevar nunca la misma dirección.
Después de comer pedía un café cortado y una copa de orujo, sacaba de su bolsillo un boleto de la quiniela, un bolígrafo y entre sorbo y sorbo la iba rellenando. Mi padre decía que elegía los resultados con el bigote, un bigote fino y largo como un guión que le indicaba con un ligero temblor qué signo elegir. Con el paso de los años, a Sazatornil, la clientela fiel del restaurante, le empezó a llamar Saza, el de los catorce.
Muchos de ellos al marcharse del restaurante se acercaban a su mesa y le preguntaban con cierta coña:
– Qué, señor Sazatornil, ¿ha habido suerte?
– Nah, no he pasado de nueve, pero estoy seguro de que un día de estos acertaré una de catorce.
– Pues nada, ya sabe, en cuanto le toque, acuérdese de nosotros.
– Lo haré, lo haré, descuiden.
Estos días, después de la dolorosa derrota del Madrid, me he acordado de la excelente entrevista que le hizo a Javier Marías mi compañero Athos Dumas. En ella Marías (hay grandes escritores de los que me cuesta separar el nombre del apellido) habla de Mourinho reconociendo que le causó alegría (o para ser más exactos, no le importó) que el Atlético ganase la Copa del Rey con tal de que el portugués no sacase pecho por la victoria. En un momento de la entrevista, y después de confesar que dejó de seguir al Chelsea, llegó a dudar de su continuidad como seguidor del Real Madrid si Mourinho se hubiese eternizado en el banquillo.
Su caso, a pesar de ser mucho más conocido por su notoriedad, no es el único. Esta misma semana me he topado (debería escribir estrellado por el golpe que me produce leerlas) con varias opiniones parecidas. Cambian los partidos, cambia el entrenador, cambian las motivaciones, pero el deseo, con alguna que otra variante, es el mismo: que el Madrid pierda por el bien del equipo. Así escrito suena extraño, desconcertante.
Incluso para gente tan optimista como yo suena pesimista. Lo de “no hay mal que por bien no venga” vale para todos los órdenes de la vida menos para los partidos del Real Madrid.
Intento empatizar y ponerme en la cabeza (es un decir) de todos aquellos que desean que el Madrid pierda para que echen a Benzema, a Zidane o a Florentino y no soy capaz de comprenderlo.
A ver, puedo llegar a entender sus motivaciones, están hartos de Zidane y creen que cambiando de entrenador los títulos llegarán. El mejor año de la historia del Real Madrid con cinco títulos no les vale, que Zidane haya ganado ocho de diez títulos posibles, tampoco, que haya sido el primer equipo en ganar dos Champions consecutivas se puede mejorar. Todo es mejorable, pero sin Zidane… o sin Florentino.
La exigencia en este equipo es máxima y no se puede vivir del pasado. Hace cuatro meses de las dos Supercopas ganadas al Manchester y al Barcelona, y casi tres semanas del Mundial de Clubes. Esto es insoportable.
Bien, lo puedo entender, puedo entender que los catorce puntos pesen como una losa y haya gente que esté deseando que pierda el Madrid para que venga un entrenador o un nuevo presidente, pero eso… ¿Cómo se hace? ¿Cómo siendo Madridista puedes desear que pierda el Madrid? ¿Lo enseñan? ¿Es una habílidad reservada a un determinado tipo de madridista y vedada al resto?
Hablo de las emociones. Yo soy muy básico. Si juega el Madrid no es que quiera que gane, es que no soy capaz de sentir o pensar en nada diferente. Soy incapaz. Lo siento. No puedo, me es completamente imposible. Va contra natura.
Digamos (que nadie se enfade) que te haces antimadridista por horas. Saltan al terreno de juego y tú deseas que el Madrid pierda como un antimadridista más. En serio, repito, ¿Cómo cojones se hace eso? ¿Gritas los goles del equipo contrario? ¿Te alegras de que PIERDA EL MADRID?
Para ponerme en su pellejo voy a suponer que el Real Madrid nombra entrenador a El Lobo Carrasco, una de las personas más pedantes que conozco. Ni en este hipotético caso (la sola hipótesis puede que no me deje conciliar el sueño esta noche) sería capaz de desear que el Real Madrid perdiese un partido. Y os juro que soportar al Lobo de entrenador es mucho soportar.
También me cuesta entender a todos esos aficionados que piensan que la Liga está perdida. Sí, son catorce puntos, son muchos pero… ¿Cómo va a perder el Madrid la Liga si todavía puede ganarla?
Catorce puntos es un abismo. Sí. Lo reconozco, pero también necesito ayuda para entenderlo. ¿Los que dais la Liga por perdida ya no vais a volver a verla? ¿Os vais a quitar la ilusión de ganarla cuando hay posibilidades reales de ganarla? ¿Cómo sigue uno una competición que ya da por perdida? ¿Es más difícil remontar catorce puntos o acertar una quiniela de catorce?
Dicen que Sazatornil pasó años y años rellenando la quiniela en el Restaurante de mi tío Isidro hasta que un día de invierno desapareció. Su mesa, la mesa debajo del jabalí donde él siempre se sentaba, se quedó vacía y nadie más supo de su paradero. Mi tío preguntó aquí y allá, pero nada, era un hombre solitario y su desaparición, más allá del restaurante, no llamó la atención de nadie.
Cuatro meses más tarde, mi tío recibió un sobre de correo dirigido a su nombre. Al abrirlo encontró varios billetes de mil pesetas, una nota y una foto donde se veía a un alegre Sazatornil vestido con una camiseta del Madrid y rodeado de varios aficionados más en la Fuente de la Cibeles.
“Estimado Isidro, le ruego convide usted con este dinero a toda su familia y a todos los parroquianos de su restaurante. Como puede ver en la foto, acertar una de catorce no era tan imposible”.
Un afectuoso saludo.
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