Escuchaba el otro día a Siro López en este espacio de culto madridista que es La Galerna, afear la conducta de la afición del Bernabéu por llevar el domingo pasado banderas de España al partido frente al Espanyol, y quise, mediante este texto que comparto con ustedes, rebatirle desde el más profundo respeto una idea en la que, creo, se equivoca.
Lo primero que hay que aclarar es algo que él mismo dijo en esos cinco minutos frente a la cámara: el club, en ningún momento, tuvo nada que ver con la preparación y posterior repartición de estandartes. Creo que es el detalle fundamental a tener en cuenta en todo este alegato, sea a favor o no de las banderas, y en eso coincidimos los dos: la politización del Real Madrid sería un gran error en el que no debemos incurrir jamás.
El Real Madrid es una institución deportiva, no un partido político o una asociación de la misma índole y, como tal, debe permanecer ajeno y no entrar en debates como los que estamos viviendo últimamente en nuestro país. Nosotros, por suerte, no somos esa entidad politizada hasta los topes que se hace llamar FC Barcelona y que desoye por completo a todos los culés de fuera de Cataluña, les falta al respeto y los encajona en un rincón sin tener en absoluto en cuenta sus ideas, sentimientos o reflexiones. Repito: por suerte, nuestro equipo no es así. Y bien orgullosos que hemos de sentirnos por ello.
EL REAL MADRID, POR SUERTE, NO ES UNA ENTIDAD POLITIZADA COMO EL FC BARCELONA
Decía Siro, con toda la razón también, que el Madrid es un ente universal y que aúna aficionados de todas partes del mundo: desde la Tierra de Fuego a lo más septentrional de las montañas canadienses; de las costas japonesas a Lisboa, de Sudáfrica a Marruecos, Oceanía y hasta el mismísimo Polo Norte. El madridismo llega a todos los rincones del globo y ese, y no otro, es el mayor orgullo del que podemos presumir.
Sin embargo, y aquí comienza mi alegato, el Real Madrid es España y su universalización no puede ser excusa para obviar lo más lógico y por todos conocido: que el club nace en Madrid pero vive (y tributa) para esta nación. Igual que cuando Alonso pasea la bandera asturiana por el asfalto o Iniesta se acuerda de Albacete al darle la Copa del Mundo a todo un país, el Real Madrid, sin perder su sentido internacional, no puede dejar de lado sus raíces. El Madrid es España y eso está plasmado en su himno, en las decenas de miles de banderas que unen su escudo con los colores nacionales o en el simple hecho de que pocas instituciones han llevado tan lejos y con tanto orgullo el nombre de nuestra patria por todos y cada uno de los rincones del planeta.
El Madrid es el club blanco de su ciudad, por supuesto, pero también es Raúl ondeando al aire de Tokio la bandera española al ganar la Intercontinental, o la imagen del equipo en el vídeo promocional de la candidatura de la capital a los Juegos Olímpicos. Es el amistoso en Murcia a beneficio de Lorca o las decenas de escuelas de fútbol que tiene repartidas por los cinco continentes. El Madrid es España y así lo ha manifestado colocándose la bandera nacional en sus camisetas en varias temporadas o llevando a la Selección más de ciento veinte jugadores a lo largo de su historia.
El Real Madrid es un ente universal y plural y eso lo demuestra un palco que siempre está abierto a las personalidades políticas de cualquier partido e ideología. Es una entidad que recorre el globo y que encuentra aficionados en cualquier parte, y es un club de fútbol que no cercena a sus seguidores por sexo, raza, religión, orientación sexual o pensamiento político. Pero lo que no se le puede negar a la afición que puebla su estadio, mayoritariamente española, es que exprese su opinión de manera respetuosa y blandiendo los colores legítimos de su país ante un referéndum ilegal que pretende romper la unidad de la nación.
Por eso yo, como madridista y como español, me gustó ver a la gente del Bernabéu ondeando, en el día más difícil de la historia reciente de España, miles de banderas nacionales sabiendo además que el club nada tenía que ver con ello, que fue un gesto espontáneo de una afición que no quiso dejar pasar la oportunidad de gritarle al mundo una consigna de paz, democracia, libertad y unidad. En el país donde se pitan himnos y se falta al respeto a los símbolos, siempre es de agradecer que una parte salga, con una sonrisa en la boca y la cabeza bien alta, a enorgullecerse de todo lo que nos une, que es mucho y muy variado.
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