Hay casos y casos. Algunos salieron fenomenalmente bien; otros se fueron por el sumidero del desastre blanco, de los años de plomo, del asco por el que pasó la sección a principios del presente siglo. Hay casos como el de Sasha Djordjevic, rebotado en el Palau para luego regresar en esa Final del año 2000, ganarla al frente de un plantel tan justo de algunas cosas como sobrado de ansias de gloria. Y salir de la que fue su casa, del feudo culé que le echó, con el dedo en alto y la Liga ACB conquistada en el quinto encuentro.
El de Sasha Djordjevic es seguramente el mejor ejemplo de que un trasvase Barça-Madrid puede salir fenomenalmente bien para unos y convertirse en los peores de los dramas para otros. Luego hay otras historias, como la de Alain Digbeu, también presente en esa locura de Final de hace 17 años, pero en el otro lado, en el blaugrana. Lado que dejó en 2002 para nutrir al peor Madrid de siempre, Javier Imbroda al mando, y todavía único entrenador en el extenso relato blanco que no ha conseguido meter a una plantilla merengue en unos playoffs de la ACB. El dato se dice rápido, pero la historia nefasta no se borra así de un plumazo. Quien insinúa cosas, que apunte: estuvimos allí, en ese desastre de 2003, en el Saporta, más jóvenes, sin barba, sin una Licenciatura todavía. Pero estuvimos. No olvidamos. Y sabemos.
Todo esto, Barcelona-Madrid, Madrid-Barcelona, viene al caso de Tyrese Rice, todavía jugador del Barcelona. Según anuncia el periodista David Pick, el Barça habría decidido que más allá de la millonada que figura en su contrato en vigor con los catalanes, el base no va a seguir formando parte de la plantilla del primer equipo. Y mientras se resuelva su futuro, el Barcelona le mandará a trabajar con el equipo filial, en la LEB Oro.
Irónicamente, o quizá no, en una noche ciertamente afinada en Twitter, Rice dijo que no sabía ni lo que era la LEB Oro. Y empezó el show de tuits sobre su vida nocturna, algo variada según diversas fuentes, vox populi en la Ciudad Condal según quien habita, y trasnocha, por allí. Mientras, muchos madridistas se empezaron a preguntar por qué no.
¿Por qué no firmar a Rice?
Vale, Rice destrozó al Madrid en 2014, en la final nefasta de Milán, en la segunda Euroliga que se iba por la ventana de manera consecutiva. Y para más desgracia terminó dos cursos después en el eterno rival. Pero obviando estos detalles, cada vez menos importantes en un mundo de dinero, negocios y fidelidades mal entendidas, Rice es montenegrino sobre el papel, que es lo que nos interesa. Hueco tiene, sin ‘matar’ a los dos extracomunitarios actuales (dando por seguro que Campazzo no lo será) y aportando muchísimo desde la experiencia, el talento y la calidad a un puesto de base completamente resentido tras la desgracia de Llull.
Rice como sustituto de Llull, operación cara seguramente, morbosa por venir del lugar que viene, pero atractiva a ojos de quien sepa ver que a sus 30 años, en la madurez de una carrera notable, pocas piezas en el mercado habría mejores que la del estadounidense, con un 1×1 demoledor si funciona como debe.
Claro que, por encima de los supuestos temas extradeportivos y de su pasado dañino al Madrid, está la cuestión de que jamás Rice puede ser considerado como un parche, algo temporal mientras que Llull se rehabilita. Porque él no acepta ese rol, porque sería un remendó carísimo y porque Rice necesita protagonismo, tener la pelota, ser el jefe en la pista. Sus mejores partidos, sus mejores cursos, han llegado cuando ha sido el referente. Eso sí, afinado, conectado con la pelea y motivado, todavía puede hacer mucho daño. Y se le unimos el hecho de una vendetta de fondo con el Barça, de una necesidad de demostrar en España lo buen jugador que es, se puede tratar de un fichaje extraordinario que, sin embargo, según está la situación en el Madrid de baloncesto, no apunta más que a un sueño de una noche de verano. Pero nos apetecía soñar, a algunos, si nos dejan.
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