Voy a empezar advirtiendo que la quiero. Que pese a mi contrariedad yo a esa chica la tengo en un pedestal y que, por tanto, si la ruptura se consuma, me costará mucho darle relevo en mi corazón.
Pero miren, esto es como si tras muchos años de noviazgo, aunque con algún que otro vaivén, la relación alcanza un grado de estabilidad casi perfecto. Hay respeto mutuo, os divertís juntos y os admiráis. Cada uno está satisfecho de sí mismo pero la mezcla resulta todavía mejor. Y, de repente, llega un día en que tu pareja, sin razón aparente, deja de cogerte el teléfono y no te abre la puerta cuando vas a buscarla. No sabes qué sucede, estás convencido de que ella está en su casa pero aun así parece no querer atender a tus reclamos.
Sin casi tiempo para plantearte el motivo de ese sinsentido recibes la llamada de su madre que te dice que ella no quiere volver a estar contigo porque está muy disgustada con las habladurías que corren por el barrio y que la dejan en muy mal lugar. “¿Y qué culpa tengo yo de eso?” replico. Pero mi suegra me contesta: “No eres tú, es el barrio. Ella está indignada con el barrio y claro, tú vives en él”.
El desconcierto me invade. Una de sus mejores amistades me dice que no haga caso, que seguro que es una invención. “¡Pero si lo dice su madre!” exclamo. Pero la amiga sigue en sus trece e incide en que tampoco ella es mujer de fiar porque, a fin de cuentas, ya otras veces se entrometió en los asuntos de su hija. Entonces, mientras deambulo por la calle, bajo su ventana, palpitando cual Romeo, me encuentro con el padre que me repite lo mismo que su esposa pero esta vez convirtiéndome en una de las causas del desaire: “Ella entiende que tú no has estado a la altura. Ya sabes lo que se dice de ella en el barrio… Si al menos te hubieras encadenado a una farola de la plaza mayor, como hizo ese tipo de Barcelona con una pancarta que rezaba que su novia era una santa… Y ahí los tienes todavía juntos por más que de puros, ambos, tenían bien poco”.
Y entonces te planteas si realmente hay que acceder al escarnio, si para salvar el honor que tu chica cree ultrajado has de tirar por tierra el tuyo cuando, además, consideras, convencido, que el suyo está impoluto y que ambos podéis sobrellevar la situación dignamente. Pero vuelven las amigas y te dicen que seguro que ella no tiene esa intención, que esto no es más que el típico bulo de unos cuantos cotillas enfermizos. “¡Pero si lo dice su propia familia y ella no me dirige la palabra!” trato de hacerles entender. Pero me vuelven a negar la mayor: “No hay que hacerles ni caso porque este subtipo de personas indiscretas son así y solo saben mentir”, se enrocan.
Y pasan 48 horas y resulta que ya no es su familia sino el vecindario entero el que se ha hecho eco de la supuesta ruptura, cada uno, encima, desde fuentes diferentes. Que si ya se veía venir, que si esto ya lo comentaba ella a su entorno más cercano, que si otra vez con el señor de Barcelona que se encadenó a una farola por su novia argentina… Pero yo me armo de paciencia decidido a centrarme solo en lo que ella diga. Aunque resulta que, camino del tercer día, ella sigue sin decirme nada. Aún rehuye la relación conmigo, cosa que no hace con sus amigos y familiares. Continúa colgándome el teléfono y sellándome su puerta. Y prosigo sin explicación alguna más allá de las que me brindan toda una muchedumbre que certifican que ya ha decidido que me abandona. Y ya hasta sus amigas comienzan a torcer el gesto y a decir que “vete a saber si igual le pasa algo contigo” pero que, en cualquier caso, mejor que rece para que me vuelva a dirigir la palabra porque “dónde vas a encontrar una mujer como esa”.
Y en mí ya no solo aumenta el dolor sino, poco a poco, también la decepción, no ya solo porque pueda ser real que me quiera dejar sino básicamente afligido por lo peor que te puede hacer una persona a la que quieres con toda tu alma: que te ignore.
Y mientras lloro mis últimos lamentos frente a su puerta, todavía con un pequeño hilo de esperanza de que todo sea una confusión, mientras me repito que nunca la olvidaré si ya no volvemos a estar juntos, mientras me pregunto qué será de mí a partir de entonces si nos separamos, apenas me doy cuenta de aquella preciosa joven francesa que, desde su ventana, me observa con embeleso esperando su ocasión.
La vida siempre continúa.
(Si este texto ofende a alguien por considerarlo sexista ruego hagan una nueva lectura invirtiendo el género de los protagonistas. Lo firmo igual)
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