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Baúl

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Baúl. Así le llamaban a Raúl González Blanco algunos madridistas, algunos de esos que van cacareando por ahí como gallinitas cluecas, y porque antes se lo escucharon a otros, eso del “nivel de exigencia” y la “autocrítica”. Pamplinas. Chorradas. Cuando, por la edad, Raúl dejó de tener la chispa y el empuje de los veinte años, algunos madridistas pasaron directamente a insultarle, a burlarse de él, a faltarle al respeto. Y me juego pajaritos contra corderos a que esos mismos madridistas estuvieron hasta altas horas de la madrugada en la macrofiesta que se organizó este jueves en honor del 7 después de que anunciara que lo dejaba, que colgaba las botas, que se acabó lo que se daba. Uno podía esperárselo de un antimadridista recalcitrante, pero… ¿de un madridista?… De un madridista jamás, de un madridista nunca. ¿O sí?… El caso de Raúl, idolatrado en una primera época, después machacado por un sector muy heavy y muy sabelotodo de su propia afición y, por último, homenajeado por todos, por los que siempre le quisieron y por los que sólo le quisieron por el interés, podría servirnos para hacer un examen de conciencia acerca del ansia devoradora del madridismo, del canibalismo que protagoniza muchas de las acciones de una afición a la que sólo le sirve la inalcanzable y permanente perfección, y que, debido precisamente a que dicha perfección es, como decía, inalcanzable, sufre cuando debería gozar y está frustrada a todas horas y en permanente guerracivilismo cuando debería presumir y sacar pecho.

raul

Cuentan que la primera vez que Winston Churchill entró en el Parlamento británico y tomó al fin asiento vio que, justo un escaño delante suyo, lo hacía también el diputado conservador más veterano, un diplodocus que lo había visto todo y que estaba curtido en mil y una batallas políticas. El joven Churchill le tocó en el hombro y, mirando a la bancada de enfrente, ocupada por los laboristas, exclamó: “¡Así que aquellos son nuestros enemigos!”, a lo que el viejo diputado respondió tranquilamente: “No hijo, no; aquellos de enfrente son nuestros adversarios, a nuestros enemigos los tenemos justo detrás”. Eso pasa a veces con una parte de la afición del Real Madrid, un sector que se derrumba a la primera contrariedad, que se viene abajo ante cualquier inconveniente, que no es capaz de asimilar que incluso el club de fútbol más ganador perderá algún día, muchos días. Observo cómo muchos madridistas llevan a gala que en su campo se haya pitado a todos, incluído don Alfredo di Stéfano; yo, sin embargo, trataría de ocultarlo, yo intentaría que no se supiera.

Baúl. Así conocían por las redes sociales muchos de estos madridistas de salón, madridistas con un puntito de violencia incluso, a Raúl González Blanco. Pero esta semana no, esta semana se va, esta semana cuelga las botas y hay que disfrazarse de raulista, el más raulista, el más fiel raulista. Pero Raúl, que se fue por decisión propia y para seguir compitiendo y que podría haber seguido siendo aquí un jugador muy útil, continuó marcando muchos goles en la Bundesliga e incluso recuerdo que eliminó él solito al Valencia de la competición europea, después de que allí también se hubieran burlado de él. Y ahora que ha anunciado su retirada, aquellos que le llamaban Baúl reclaman su inmediato fichaje por el Real Madrid… “¿Para qué?”… “De lo que sea”, te contestan, “de director general, de manager, de adjunto a la presidencia, de entrenador sin carnet de entrenador, incluso de presidente. Pero tiene que ser ya, mejor ayer. Que deje allí a sus hijos y a su mujer y se venga corriendo. O volando. O a nado. No podemos vivir ni un minuto más sin él”.

El día que el madridismo al completo aprenda a respetar como es debido a sus leyendas, el día que el madridismo quiera a sus símbolos cuando la inexorable ley del paso del tiempo empieza a pasar factura, ese día el Real Madrid habrá ganado su Copa de Europa más importante. El día que el madridismo apague definitivamente su ansia de comer carne humana, ese día encajarán perfectamente el mejor club deportivo del mundo y la mejor afición del planeta. Y esa puede ser la lección que extraigamos de la retirada de Raúl, para mí el mejor futbolista español de todos los tiempos y para un sector de la afición del Madrid, espero que pequeño, simplemente Baúl.

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