Una buena porción del estadio de Riazor se pasó todo el partido de la otra noche llamando hijo de puta a Lucas Vázquez. El clamor resultaba atronador de vez en cuando, sobre todo cuando el extremo madridista encaraba la portería del Deportivo de La Coruña y se sentía peligro de gol. Me acordé de una vez, en Sevilla, en que iba caminando con la camiseta del Madrid, y dos fulanos me gritaron de lejos puta Madrid, puta capital. Como con Ramos y el sevillismo, intuí de inmediato una sinapsis que me trajo a la sesera casos como el de Julen Guerrero: a Lucas lo insultan por aquello de que la tribu no perdona a los hijos que se marchan a Babilonia, seducidos por sus mujeres, por su oro y por el prostíbulo de la fama.
Decidido a enterarme de algo más, googleé. No tuve que bucear mucho: La Opinión de A Coruña publicó en su web, el 23 de octubre del año 2014, un comentario titulado “El Deportivo es siempre un rival especial para Lucas Vázquez”. Lucas jugaba entonces en el Español, y el Deportivo visitaba Cornellá. En el desarrollo de la noticia se lee: “Este domingo, el jugador se enfrenta al Deportivo, el equipo de su tierra, en el Power8 Stadium, un encuentro sobre el que ha comentado: Siempre es un partido especial. Estoy con la máxima motivación y con ganas de que llegue ya el encuentro.”
Meses después, el 18 de marzo de 2015, La Voz de Galicia, con motivo del partido de vuelta en La Coruña, anotaba: “El extremo del Espanyol Lucas Vázquez ha confesado, tras el entrenamiento en la Ciudad Deportiva de Sant Adrià, que el desplazamiento del próximo domingo a Riazor es especial para él a causa de su emotiva conexión con el Deportivo (…) Desde que era niño, ha recordado, tiene una emotiva conexión con el Deportivo: Es el club de mi ciudad, soy simpatizante y de pequeño fui muchas veces al estadio, vi muchos partidos. Pero me concentro en la victoria, ha confesado”.
Al principio pensé que la historia de Lucas con una parte del deportivismo que va a Riazor entrañaba algún desgarro pasional, con ilusiones rotas y corazones destrozados, como lo de Sergio Ramos. La huida del hijo de la tierra, etcétera. Parece que no. Todo deviene, según escarbo en una noticia de Marca tras el partido, de una gresca que al parecer tuvo con varios jugadores del Deportivo en el partido de ida en el Bernabéu, resuelto en el último segundo de manera agónica por un cabezazo de Ramos. Crimen imperdonable, sobre todo si has nacido en Curtis, a pocos kilómetros de la casa del Deportivo.
La animadversión coruñesa para con el Madrid es un caso extraño, que parece derivar de la irrupción del Deportivo en los lujosos salones del gran fútbol español allá por los noventa. Cuentan algunas voces que en Galicia siempre hubo mucho madridista, y más en La Coruña. La cosa es que no es raro el año en que no reciben al Real en Riazor con una carpa de circo del tamaño de uno de los fondos con el escudo tachado y la leyenda “Antimadridistas”.
Una vez un amigo bético me confesó, ufano, que prefería que Joaquín y Capi se pudrieran en un Betis de Segunda con tal de que no saliesen de allí. Era la época en que Madrid y Chelsea parecían rifarse a los dos estandartes de la cantera bética. Totti siempre ha sido un referente para este tipo de hincha obsesionado con las raíces: los jóvenes talentos que de vez en cuando rompen en ciudades no favorecidas con un grande del balompié mundial tienen que cargar con la tierra, el barrio, la ciudad, el pueblo o la calle en la joroba, o arriesgarse a una condena eterna. O la irrelevancia, o el odio. Si hay algo que la tribu no perdona es al que la abandona en búsqueda de pastos mejores. Entonces, el buen chico de barrio, de pueblo, nuestro, encarnación de un sueño comunitario en cierto modo axtérico de resistencia, se transforma en el mercenario sin madre, expulsado por siempre del abrazo solidario de los suyos.
A Lucas le ha bastado un pique en un partido de hace cinco meses (¡y triunfar en el Madrid!) para volcar sobre él la marmita del odio tribal. Yo no dudo de que el progresivo protagonismo de Lucas Vázquez en el equipo de Zidane tienen mucho que ver en este fenómeno, porque ¿quién aborrece a un intrascendente? Cuando a veces, en mi pueblo, venía alguien de la ciudad a ojear a un chico prometedor, en la cancha de baloncesto o en el campito de fútbol, los padres de los demás se amohinaban y decían, poniéndose de perfil: ¡se creerá ése que va a ser alguien…!
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