El nombre de Deniz Aytekin se ha convertido por méritos propios en un protagonista indiscutible de la crónica del esperpento pátrio tan pródigo siempre en acontecimientos. Sin duda, elevó a la categoría de arte el escarnio arbitral, perpetrado con nocturnidad y alevosía un miércoles trágico en el que un solo protagonista fue beneficiado y muchos perjudicados, entre ellos un concepto tan manido como es la credibilidad del fútbol, y por extensión del propio deporte. Aytekin, sin embargo, pasa por ser únicamente una punta de un iceberg sombrío y sospechoso que sigue creciendo desde tiempos inmemoriales, al menos desde que este humilde escribano tiene recuerdo.
Uno de los axiomas que permanece en mi cabeza, y del cual no pretendo que nadie haga referencia salvo que sea estrictamente necesario, es el que dice que resulta tarea absurda detenerse a escribir un libro contando las andanzas del FC Barcelona, por la sencilla razón de que siempre ocurrirá algo que dejará este libro desactualizado en cuestión de días. Para ser sincero, no se me pasaba por la imaginación que la actuación de esa musa del chufleterismo llamada Ovrebo sería superada, pero no sólo fue superada, sino que lo fue y con creces. Recurro a mi memoria de nuevo y no encuentro algo similar en los más de 30 años que llevo viendo fútbol tanto en el Santiago Bernabeu como por la televisión. Claro que no tengo el don ni la oportunidad de ver infinidad de partidos como aquellos periodistas que basan su presunto conocimiento en la acumulación visual sin límites y se creen que aprenderse la alineación de los sub-17 de Costa de Marfil les convierte en expertas fuentes de sabiduría pelotera.
No imaginaba que la actuación de Ovrebo podría ser superada
Donde mi escasa memoria no llega siempre podrá llegar la de otros. Y es el momento de incluir en esta crónica a mi abuelo y a mi padre, causas principales de que el virus madridista se instalara en mi metabolismo hace algunas décadas. Ellos, testigos de excepción de la edad de oro del Real Madrid pentacampeón de Europa, me hablaban en sus desvaríos futboleros de un tal Mr Ellis. Lo cierto es que jamás presté demasiada atención a ese nombre ignoto, no significaba apenas nada para mí, pero buceando en las hemerotecas y en las crónicas de la época me topé de bruces con el obstáculo más importante que el Real Madrid se encontró para proclamarse por sexta vez consecutiva campeón de Europa. Tan decisivo que le fue imposible sortearlo, cayendo a las primeras de cambio en la edición de la temporada 1960-61. Felipe II acuñó aquella frase histórica; “no envié a la Armada Invencible a luchar contra los elementos”.
Pues bien, me imagino a Santiago Bernabéu y a Miguel Muñoz trayéndola de nuevo a colación, pero variando los elementos naturales por los “elementos” arbitrales. Porque no fue sólo el tal Mr. Ellis, sino que a la fiesta se unió en el partido de vuelta con boato y fanfarria un compatriota suyo de la Pérfida Albión, llamado Mr. Leafe. Ambos fueron por derecho propio, no herederos, sino perfectos antecesores del ínclito Aytekin, al que Dios guarde muchos años, pero lejos de los terrenos de juego. El rival de aquel Real Madrid invencible de Di Stefano, Puskas, Gento, Santamaría y Del Sol, dirigido por Miguel Muñoz, fue como pueden imaginarse el Fútbol Club Barcelona. El círculo que cerró Aytekin hace unos días lo abrieron estos dos caballeros hace la friolera de más de 56 años. Yo, por si las moscas, no lo cerraría del todo, porque en cualquier momento la caja de los truenos puede saltar por los aires de nuevo y dejar al alemán de origen turco ciertamente desfasado. Yo no me jugaría el cuello.
9 de noviembre de 1960, Estadio Santiago Bernabéu. El señor Ellis entra en escena en la segunda parte permitiendo el juego duro del Barcelona perdiendo 2-0. Más tarde, ya con 2-1, ignora un flagrante fuera de juego que el linier le marca con la bandera al viento cual pose imperial y el portero blanco Vicente comete penalti sobre Evaristo. Luis Suárez convierte e iguala un partido de claro dominio local. En fin, qué le vamos a hacer, un error puntual no marca una tendencia, ¿o sí?
No satisfechos con lo ocurrido en la ida, Mr. Leafe, el trencilla de la vuelta, se lió la manta a la cabeza anulando hasta cuatro goles que, según las crónicas de la época, deberían haber subido al marcador. Al menos tres muy claros, incluyendo dos por fuera de juego inventado, y uno de Gento que traspasó la linea de gol pero que el “Ojo de Halcón” del flemático Mr. Leafe y sus asistentes no acertaron a ver, o no les dio la real gana, nunca mejor dicho. No me quiero imaginar si pudiéramos trasladar a los actuales periodistas a aquel momento, la mayoría de los cuales hablarían de gesta inenarrable en la que el de negro no había tenido nada que ver dado el torrente de gran fútbol y la pasión que desplegaron los jugadores blaugranas, imbuidos de un ambiente mágico de inusitada efervescencia. Y de paso, “blancos, llorones, saludad a los campeones”.
Hablando con un amigo colchonero después del atraco del Camp Nou Camp, me dijo textualmente que el árbitro benefició al Barcelona, sí, pero que en nada se podía comparar con el continuo favoritismo que el Madrid venía disfrutando desde que se fundó allá por 1902, que si Franco y que si un sordomudo fue expulsado por protestar. Esta en sin duda una prueba irrefutable de la situación que vivimos, un mundo virtual plagado de mantras periodísticos donde el Real Madrid ejerce de malvado y el Barcelona y los demás de víctimas. La Propaganda del Barcelonismo ha triunfado, démosle el mérito que se merece. Pero aún resisten unos pocos galos de la Galerna y algunos más a los que tachan de iluminados y de fanáticos ciegos unos periodistas que ríen las gracias y se jactan de cantar las alabanzas de un club tramposo y fullero.
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