Toni Freixa ha dicho en Twitter que es imposible ser catalán y madridista. No puedo estar más de acuerdo. Lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible.
Por ejemplo, todo el mundo sabe que es radicalmente imposible ser catalán y aparejador. Al primero que me venga con una partida de nacimiento de Esplugues de Llobregat y un título de la escuela de aparejadores de donde sea (fijaos si os lo pongo fácil) le invito al cine y a un helado con el propio Freixa. Durante el cine no porque está muy feo hablar en medio de la proyección, pero a la salida, Calippo en mano, el (inexistente) afortunado tendría la oportunidad de hablar largo y tendido con el eximio Freixa de lo de las incompatibilidades, tema que domina el ex-directivo culé como la palma de su mano. Freixa sabe por experiencia, verbigracia, que es incompatible ser un candidato viable a la presidencia del Barça sin previamente haberse manifestado a favor del proceso secesionista catalán. Es una pena que no exista un solo catalán aparejador, ya que al ganador de esta apuesta que acabo de improvisar le estaría yo brindando la ocasión de profundizar en una explicación a este último imposible. Ello en el supuesto de que las explicaciones sean necesarias.
Hay incompatibilidades derivadas del hecho de ser catalán e incompatibilidades derivadas del hecho de ser madridista. Todo el mundo sabe, sin ir más lejos, que es de todo punto quimérico el ser madridista habiendo sido el tercer varón consecutivo de tu familia. A quien me venga con un carnet de socio del Madrid (o de simpatizante del club), me demuestre su sexo y adjunte además un libro de familia donde consten dos hermanos inmediatamente anteriores llamados (por ejemplo) José María y Ángel, yo le convido gustoso a un pa amb tomaca con Toni Freixa. (Perdón por el guiño galernauta, pero queda excluida de este órdago toda persona que se apellide Faerna).
Durante la degustación de este pa amb tomaca utópico (utópico porque es sabido que no hay madridistas que sean el tercer varón consecutivo de su familia), el imposible agraciado tendría la oportunidad de expandir sus conocimientos sobre las incompatibilidades del catalanismo, las incompatibilidades del madridismo y (claro) la incompatibilidad por excelencia, que es el subconjunto de ambas incompatibilidades. Por supuesto que, de nuevo, sobre esto no hacen falta muchas explicaciones. Ser catalán y ser madridista es una cosa que no puede ser. Simplemente no los hay. Si no, busquen uno y me lo traen. Es un afán baldío. El propio Ahmadineyad ya dejó claro que no había homosexuales en su Irán, y la tesis de Freixa precisa de tan escasas explicaciones como la
del mandatario de Oriente Medio. Si alguna vez (que lo dudamos) surgió algún gay en lo que fue Persia, Ahmadineyad le mandó seguramente al psiquiatra, cosa que en el mismo tweet considera Freixa insuficiente remedio para un hipotético catalán (no los hay, ya digo) que bebiese los vientos por el club de Concha Espina. Y eso que hay psiquiatras en la Rambla tan profesionales y eficientes, como mínimo, como los de Teherán.
Estoy escribiendo este artículo y sobre la marcha me van alcanzando matices. Quizá Freixa no quiso tanto decir que no puede haber madridistas catalanes cuanto que un BUEN catalán nunca puede ser un BUEN madridista, o que un BUEN madridista nunca puede ser un BUEN catalán. Según esta nueva perspectiva, sería -si bien remota- asumible la posibilidad de que existiera un señor con carnet de socio del Madrid y DNI que probase su nacimiento en Badalona, pero en ese caso no podría tratarse a la vez de un madridista digno y de un catalán digno. No deberíamos descartar el matiz, en tanto en cuanto hay ejemplos geográfico-históricos en abundancia. Ser un buen alemán y a la vez un buen judío, sin ir más lejos, fue considerado un imposible por algunos hace no tanto tiempo, por mucho que el registro refrendara engañosamente un nacimiento en Friburgo y un bar mitzvah de manual.
No se me malinterprete. No es mi intención tildar de nazi al señor Freixa, quien seguramente no es tal cosa. Lo aclaro de igual forma que Jeff Bridges aclaraba lo mismo a John Goodman en El gran Lebowski respecto a aquellos tipos de negro que iban por ahí con una marmota.
-No son nazis, Walter. Esos tipos son nihilistas. Van por ahí diciendo que no creen en nada.
–Nihilists? F*ck me!
Tampoco sé si Freixa será nihilista. Al fin y al cabo, aquellos tipos de negro de la obra maestra de los Coen no eran ni nazis ni nihilistas (ni iraníes). Eran pura y simplemente un atajo de profundísimos gilipollas completamente descerebrados.
Tampoco tiene por qué ser el caso. No todo el que dice una gilipollez es gilipollas, si bien la recurrencia en la emisión de gilipolleces, en combinación con la magnitud de las mismas, convierte en casi ineludible la sospecha de un mal endémico de muy aproximado diagnóstico. Y qué quieren que les diga. Entre el dogmatismo cuasirreligioso, la xenofobia totalitaria y la estupidez supina, tengo claro cuál es la hipótesis más benévola.
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