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Cristiano y su circunstancia

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Soy consciente de que, cada vez que hago un artículo o retrato sobre Cristiano Ronaldo, me salen cosas profundamente hagiográficas. Viendo y conociendo su vida y su carrera, no me pueden salir de otra forma.

Su difícil infancia, su duro pasado, su rebelde reacción ante toda dificultad, me despiertan la más intensa ternura y empatía. Su infantil y lúdico comportamiento en los campos, disfrutando con cada gol o regate y frustrándose con cada error, como ese niño que fuimos dando patadas por esos parques de Dios, me insuflan entusiasmo y simpatía.

Lo pasó mal en su infancia Cristiano Ronaldo, y no sólo por tener que alejarse de su familia para jugar en el Sporting de Lisboa, sino porque sufrió en sus carnes las calamidades familiares, las carencias y la pérdida de un padre que se fue demasiado pronto, antes de que pudiera ver todos sus éxitos. Un padre por el que sentía y siente adoración a pesar de que su relación fue complicada, un padre que (tal y como detalla su madre en su biografía) murió por culpa de los excesos.

Su talento ha sido su paraíso. Fue lo que le llevó al Sporting de Lisboa con 15 años, inicio de su meteórica carrera; pero también su infierno, porque en el internado lo pasó realmente mal alejado de su familia, a la que estaba y está muy unido. Sus llantos eran diarios, con el único consuelo del balón. Ese paraíso y ese infierno que le entregaba su talento le han acompañado a lo largo de toda su carrera, premiándole con todos los títulos y galardones posibles para saciar su ambición, su ego y su orgullo, pero también condenándole con el odio y la envidia de sus rivales.

De ahí viene su carácter, de su pérdida infantil, de su soledad alejado de su familia… y de la genética. Si algo ha valorado Ronaldo en esta vida es a su madre, una madre coraje que los sacó adelante (a él y a tres hermanos más) a pesar de haber crecido en una pobreza extrema.

La madre de Cristiano, Dolores Aveiro, se crió en un orfanato, superó un cáncer y se sobrepuso a las extremas carencias económicas, tales que consideró abortar el bebé que cambiaría la vida de toda la familia. Ese carácter ganador, luchador, lo heredó Cristiano, y compensó todas esas penalidades a quienes son su verdadera devoción: los suyos. Es ahí donde radica su férreo amor por su familia y un pequeño círculo de amigos, asumiendo con ellos una especie de rol paterno desde muy joven, protegiéndolos y ayudándolos, como hizo con un hermano inmerso en problemas-redimiéndose de alguna forma por lo que no pudo lograr con su padre-, o con su hermana en su carrera musical; pero también dejándose proteger por ellos.

Muchos no entienden ese carácter de Ronaldo, altivo, orgulloso, egocéntrico, pero es en esa infancia, en ese pasado, donde se forjó un carácter único que definió a una leyenda madridista. Le blindó obligadamente de lo externo, de las dificultades, aprendiendo a quererse y valorarse al conocer el sentido y valor del esfuerzo y el sacrificio, a apreciar los éxitos conseguidos en base a sus propios méritos. Todo ello define un carácter gestado desde la desconfianza y la soledad, desde el duro trauma infantil y la necesidad, desde el sufrimiento, pero también desde la lucha y el sacrificio que vio en el modelo de su madre y que le llevaron al éxito por propios merecimientos. De todo ese caldo de cultivo podía salir alguien acomplejado, traumatizado, timorato -que sería lo más normal-, o alguien fuerte, francamente excepcional, que se endureciese y blindase con todas estas circunstancias. Por fortuna, salió lo segundo.

Cristiano Camp Nou

Nunca se esconde en las malas Cristiano, menos se va a esconder en las buenas. ¿Esto le lleva a tics de nuevo rico, de millonario improvisado? ¡Por supuesto! ¡Es que lo es! Pero donde algunos sólo ven prepotencia, a mí se me hace imposible no ver a un niño, aquel que sufrió en el Sporting, un niño cualquiera orgulloso de enseñar sus juguetes favoritos, los que más le gustan, adquiridos con su esfuerzo, a sus amigos o a todo aquel que preste oído. No hay desdén en esos actos, como interpretan los más envidiosos, sino un gesto satisfecho y orgulloso, manifestación y escenificación expresa de sus logros y merecimientos, un grito que dice “¡Lo conseguí!”. Otro gol más. Y también soy consciente de que he incluido en este artículo la palabra “orgullo” en muchas ocasiones, pero es completamente intencionado.

Solemos obviar muchos de estos aspectos, o todos ellos, cuando nos subimos al púlpito a juzgar caracteres y comportamientos de los personajes públicos, todos ellos lícitos y que no hacen daño a nadie. Y es que no estamos hablando de un asesino, un ladrón o (ejem) alguien que defraude al fisco…

Quizá por todo esto, quizá porque nunca me sentí amenazado ni me generó la más mínima envidia, nunca me han molestado esos ademanes y gestos chulescos con los que nos deleita Cristiano; más bien al contrario, los gozo y disfruto como la alegre celebración de su mérito y talento objetivo -con los que ahora nos regocijamos los madridistas- y no como una pose infame, como la interpretan otros. En cambio, muchos mediocres han ridiculizado ese pasado (¡hola, Carlin!), pero todo esto no hace más que engrandecerle.

Un carácter insaciable que se aprecia en el campo, que transmite al espectador, que siempre tiene la sensación de que Cristiano es capaz de meter un saco de goles en cada partido por sus escandalosas cualidades. Tiene desborde y regate, es un rematador extraordinario, posee una velocidad endiablada, un gran manejo del balón, depurada técnica, una inteligencia inquieta, desmarque, un disparo excelso y potentísimo con las dos piernas… Lo tiene todo, está muy cerca de ser un jugador perfecto. Cualidades provenientes de un gran talento natural al que ha sumado el trabajo esmerado de un obseso del deporte, porque Cristiano es un auténtico deportista que disfruta de su profesión.

Su salto para el remate de cabeza, del que se habla mucho últimamente tras su gol a Gales en la pasada Eurocopa, ha sorprendido al propio Carlos Alonso Santillana, que se ha rendido a ese portento. No se ha visto otro igual en el mundo del fútbol. La belleza de sus remates, de ese salto, el goce estético de verle sostenido en el aire, erguido, recto y flexible como un junco, sin usar los brazos, es de una plasticidad sin igual, fuera de rango.

Lo que demuestra Cristiano, desde su obsesiva profesionalidad, es humildad. La humildad que procede de la consciencia de lo que cuesta conseguir las cosas, del esfuerzo y sacrificio que conllevan, y sus gestos orgullosos y egocéntricos, no son más que testimonios de un reto conseguido, la exhibición de que ese esfuerzo y ese sacrificio dieron sus frutos. Demuestra que es consciente de lo que sufrió su madre por darle lo que le dio, por posibilitarle estar donde está. Eso no es prepotencia, precisamente.

Un aspecto que no deja de sorprenderme es el hecho de que para ensalzar a otros o despreciar a Cristiano veladamente, se elogie la discreción de este o aquel futbolista. Valoran que no hagan gestos o tengan un comportamiento poco estruendoso.

Es cierto que Cristiano es un exhibicionista. Le gusta que le vean, goza haciéndose notar, es una auténtica estrella del rock, del espectáculo, que es, justamente, lo que es el fútbol de élite. Cristiano se comporta como el 95%, (y me quedo corto) de los jugadores NBA, donde cada uno tiene sus gestos, bailes, tics y looks perfectamente medidos y estudiados, celebraciones… y no pasa nada. Es parte de ese espectáculo. Y ese es el verdadero tema. ¿Eres mejor o peor jugador (o persona) por hacer o no hacer esos gestos? ¿Dañan o perjudican a alguien? En caso de que un jugador sea mejor o peor persona, haga o no gestos, ¿qué nos importa a los aficionados?

Lo que en Estados Unidos se toma como una firma de marca, aquí es mirado siempre con resquemor, con mirada aviesa, dotando a esos gestos de la propia podredumbre del que mira.

Y es que se le ha despreciado de muchas formas, incluso dentro del madridismo, a pesar de ser un jugador de época. En vez de disfrutarlo, prefieren recordar jugadores pasados para minimizar su figura, como si fuera necesario. Lo que es seguro es que, cuando él se convierta en pasado, lo recordaremos como un jugador de leyenda, como tardaremos en ver otro.

Yo, por mi parte, le daré las gracias por su esfuerzo y profesionalidad, por los títulos y goles que nos ha traído, pero sobre todo le daré la enhorabuena por sus éxitos y por estar en el mejor club del mundo y de la historia, con el que espero siga conquistando logros. Los madridistas debemos estar orgullosos y satisfechos de poder gozar con un jugador así, uno de los mejores y más completos que ha dado la Historia.

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