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El XI histórico del Madrid de…

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Cuando salió el tema de armar un XI ideal histórico del Real Madrid, por mi mente pasaron nombres como Di Stéfano, Puskas o Gento, aunque rápidamente borré todos ellos. No por nada -seguramente fueron futbolistas extraordinarios-, sino porque mi manera de ser me obliga a opinar de lo que veo con mis propios ojos, no de lo que me cuentan o leo.

A mis 29 años -empiezo a tener esa edad en la que dices que eres joven con la boca pequeña-, creí lógico dibujar una alineación con jugadores que van desde mediados de los noventa hasta hoy. Intuyo, pues, que me dejaré grandes nombres en el tintero y que habrá otros que, para muchos, no tienen sitio en un artículo así. Pero la opinión es libre, más todavía en el fútbol, del que todos hablamos aunque no sepamos ni la mitad.

Seré bueno y empezaré la casa por los cimientos. Dejaré como guardián a Iker Casillas. Pese a que se fue por la puerta de atrás y sus últimos años arrojaron más sombras que luces, mentiría si digo que no es el mejor portero que he visto. Durante años deslizó la imagen de guardameta imbatible, capaz de lo imposible y con una facilidad insultante para subsanar sus propios errores.

En defensa tiraré una línea de cuatro con Míchel Salgado y Roberto Carlos en los laterales. El gallego es el eterno infravalorado. Me encantaba su pundonor, su entrega y la pasión que le ponía. Recuerdo hablar con un amigo de lo mucho que mejoró con el paso de los años. Sabía cuándo subir, cuándo sorprender. No era el mejor pasador del fútbol mundial, pero pocos laterales diestros pueden presumir de dar una asistencia con la pierna mala en una final de la Copa de Europa -la Octava-.

En la izquierda, como dije, va Roberto Carlos. No me voy a molestar ni en argumentarlo. Su camiseta es la única que tengo colgada en la pared de mi habitación. Un futbolista de época.

Quillo Barrios XI

El centro de la zaga es para Fernando Hierro y Sergio Ramos. La elegancia del primero mezclada con el corazón y la rabia del segundo. Ambos comparten un buen trato de balón -¡cómo lanzaba las faltas Hierro!- y una notable capacidad de mando. Es verdad que el camero desconecta demasiadas veces durante la temporada y que es capaz de desesperar al más calmado, pero cuando huele título, cuando suena Europa, se torna gigante, indispensable.

Por delante de la defensa aparece Fernando Redondo, el hombre al que se le recuerda, injustamente, por la maravillosa jugada de Old Trafford. Era mucho más. Talento, saber estar, disciplina, impecable rigor táctico e inteligencia. Me da lástima que me pillase tan joven, más o menos en esa época en la que veía el fútbol sin valorar ciertas cosas. Sin embargo, cómo sería su nivel que lo incluyo, sin vacilar, en una alineación histórica.

Quedan cinco puestos y uno es para Luka Modric. Es difícil jugar tan bien, pero más lo es enamorar a todo el madridismo. No conozco a ningún madridista que no quiera a Modric en su equipo. Y si lo hay, defectos tenemos todos. El croata marca el ritmo al que se juegan los partidos como si fuera director de orquesta, aunque con la diferencia de que el director no tiene rivales a los que ir sorteando mientras lee la partitura. El día que Luka se vaya, el adiós sonará triste y un pase con el exterior no tendrá el mismo sabor.

Y llega Guti. Lo he soltado rápido, sin anestesia, porque sé que no gustará a muchos. Y, oye, lo que no gusta, lo que duele, lo que molesta, mejor rápido y sin pensar. Guti es Guti. Sé sus defectos, sé aquello de la irregularidad y de la poca pasión que ponía en su profesión en muchos momentos. Lo sé. Pero lo olvido. Lo olvido como la madre que esconde los defectos de su hijo hasta convertirlo en el mejor del mundo. Guti era talento desproporcionado, un pasador impresionante, un generador de ocasiones inigualable. En su pie izquierdo tenía más fútbol que muchos equipos. Como fan de los zurdos y protector de los rebeldes, Guti es mi apuesta arriesgada en este once.

De la apuesta arriesgada, a la segura: Zinedine Zidane. Todo lo que diga de él será insuficiente. El mejor futbolista que han visto mis ojos. Un señor que jugaba con traje y corbata, pidiendo permiso para hacer una ruleta. Dormía el balón sobre su bota con controles imposibles y lo echaba a rodar pausadamente, disfrutando del momento. Era amor puro por el balón. Cuando se fue, lloró. Y yo, lo reconozco, también. El adiós que más me ha dolido en el mundo del fútbol. Menos mal que volvió para ganar la Décima como becario en prácticas y la Undécima como capitán del barco.

¿Y arriba? Cristiano Ronaldo y Raúl González. Se diferencian en muchas cosas, pero la realidad es que, pensándolo bien, también se parecen en otras. Ambos han mostrado ambición ilimitada, capacidad de superación, liderazgo y pasión. Uno devastador; el otro, inteligente. Uno rápido y fogoso; el otro, infalible y constante. Goles de todos los colores, remates de todo tipo. Que me perdone Ronaldo Nazario, pero tuve que elegir y salió así. ¿Puedo jugar con doce?

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