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Capello (El Páter)

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Cuando Mourinho se fue, quedó el mourinhismo. Al menos en una parte de la hinchada del Real, que lo identificó a grandes rasgos con una contestación subversiva de la narrativa oficial que impregna el fútbol español. O el cómo se cuenta. Es decir, llegó Mourinho, hizo su guerra, y se marchó; durante ese tiempo, el madridista aprendió a identificar la mentira, en su representación más grotesca, y aprendió a denunciarla. De algún modo, el diálogo de muchos periodistas, e incluso medios de comunicación, y los aficionados, cambió irremediablemente adaptándose a una nueva realidad mucho más crítica y rigurosa. En parte. Pero toda esta erupción, toda esta batalla a pequeña escala en Twitter, blogs, y redes sociales, que alcanzó incluso el gran relato periodístico con el paso del tiempo, empezó mucho antes del fichaje de José Mourinho por el Real Madrid. Fue con Capello.

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Fabio Capello nació en la provincia de Gorizia, en la región conocida como la Bisiacaria. Es una tierra fuera de la península, ajena a la bota, como si dijéramos, extraitaliana: entre el Véneto y Eslovenia, ya en los Balcanes, asomada al Adriático como si le diera miedo. Por las montañas de Gorizia condujo Hemingway su ambulancia en la Primera Guerra Mundial, y hay un poco de la angustia de Adiós a las armas en el espíritu con que Fabio Capello afrontó sus dos retos en Madrid: detener primero a Ronaldo Nazario, y recuperar el orgullo de la camiseta blanca, como dijo al ser presentado otra vez en 2006. La angustia se traduce en su fútbol como agonismo.

Agónica fue su segunda Liga, la mejor que hayan visto mis ojos. Pero a lo largo de la campaña 2006-2007, la primera de Ramón Calderón como presidente, nació el primer estertor de lo que luego crecería entre la afición madridista bajo el cobertor del underground: una respuesta ante la arrogancia con que redactores, locutores y opinadores ajustaban sus cuentas con el Madrid en sus respectivas tribunas públicas. La víctima era Capello como podía haber sido cualquier otro entrenador que se hubiera negado como él a pagar el derecho de pernada exigido por los creadores del discurso mediático.

La cuestión con Capello era diferente: su palmarés, su trayectoria y su prestigio internacional contrastaban en luces de neón con la iniquidad de la mayor parte de las críticas ad hominem. El AS llegó a exigir en su portada que se le pusiera en la frontera. El delito de Capello era ser italiano e impedir la asistencia de los reporteros a los entrenamientos. También concitar sobre sí varias ideas consideradas anatemas por los críticos gourmet. Capello representaba el antifútbol, concepto culminante del periodismo deportivo nacional Se fertilizó con éxito a la opinión pública, a partir de entonces, con la caricatura de Fabio Capello como el nigromante de un fútbol cavernario: el catenaccio. Esa palabra es como un abracadabra para el aficionado español de medio pelo. Se pronuncia como un conjuro y posee la cualidad esotérica de incendiar la barra de cualquier bar con sólo susurrarla.

Escribía Enric González en sus Historias del Calcio que, contradiciendo la creencia popular, el catenaccio no nació en Italia sino en Suiza, cuya selección hizo fama con él en el Mundial de Francia de 1938. Suele asociarse el catenaccio, calco italiano de la palabra cerrojo que el mundo debe a Nereo Rocco, con la figura de Helenio Herrera. Con los dos trabajó Capello, con el segundo de futbolista, y con el primero ya entrenador. De Herrera destacó una vez que le había enseñado a no tener miedo, jamás. Quizá esto tenga que ver con la teoría de González de que el catenaccio, convertido por los demás en metonimia de todo el fútbol italiano, no es sino el talento esencial de los italianos para “detectar la rendija o el punto frágil en cualquier sistema que se le ponga enfrente, en esperar la ocasión y aprovecharla”.

Es vox populi que Calderón decidió despedir a Capello, más o menos, después de que el Bayern de Munich eliminase al Madrid de la Copa de Europa, en marzo de 2007. Aquella misma semana, en el Camp Nou, Capello empezó a ganar su segunda Liga con el Madrid. Ocurrió de forma salvaje y kafkiana, cuando nadie contaba con ello. Pero el presidente que -se dice- hizo volar por África un avión lleno de armas con el escudo del Madrid había bajado su pulgar ante la presión insostenible de crítica y parte considerable del público. Su Madrid ganó la Liga, pero a Capello le rescindieron el contrato para que su lugar en el banquillo lo ocupase Schuster: su único mérito fue grabar la canción del verano 2007 con el Getafe subcampeón de Copa. Sin embargo, frente al triunfo inmediato del establishment periodístico, en torno a la figura de Capello se congregó una resistencia al principio amateur, puramente bloguera. Eran los tiempos previos a Twitter, ese Far West donde germinaron las primeras comunidades mourinhistas varios años después. Como bajo el pantócrator de algún ábside románico, un puñado de madridistas empezó a creer que contar el Madrid de otro modo era posible.

 

 

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