Os invito a viajar en el tiempo, a bucear entre los recuerdos. Hagamos un viaje largo y otro más corto. Vayamos a 1998 y 2014. A Amsterdam y a Lisboa. De Pedja Mijatovic a Sergio Ramos. De la ‘Séptima’ a la ‘Décima’. Inolvidables ambas. Momentos irrepetibles guardados para siempre en la memoria del madridismo. En nuestras retinas se esconden goles que cambiaron la historia. Uno tras un zapatazo de Roberto Carlos que parecía no tener rumbo. El otro, agónico, después de un saque de esquina de Luka Modric a la zona en la que emergen los sueños. Los dos sirvieron para alzar millones de gritos al cielo y derramar lágrimas que escupían años de sinsabores.
Pero vayamos por partes.
20 de mayo de 1998. Yo había cumplido 10 años una semana antes. No tenía demasiada pasión por el fútbol, pero solía ver los partidos del Real Madrid que daban por televisión. Recuerdo pasarme las horas previas al encuentro dibujando estadios en unos folios que había comprado mi madre. Con el paso de los minutos me notaba nervioso y no sabía el motivo. Ahora entiendo que se trataba de ese ‘gusanillo’ que te inyecta el fútbol cuando estás ante un acontecimiento importante.
En el salón teníamos dos sofás, no como ahora, que tenemos uno enorme con cheslong que sirve para distanciar familias y dar mayor comodidad a los perros. En uno me senté yo, en el otro, mi padre. Mis hermanas y mi madre decidieron que ese día no tocaba dejarse ver por el salón. Mi padre, madridista él, me dijo que no armase alboroto y no diera voces. Le hice caso… quince segundos. En cuanto vi saltar a Roberto Carlos al campo -era mi ídolo- pegué una voz que casi me cuesta el viaje sin retorno a la habitación.
Del partido en sí recuerdo pocas acciones. No sabría decir si la primera parte fue buena o mala, con ritmo o sin él. Yo veía el fútbol casi como lo veo ahora: sin entender nada. Sí me vienen a la memoria varios momentos en los que mi padre, impaciente, le pedía a los jugadores del Real Madrid que tirasen a puerta. Con el paso de los minutos me fui poniendo más y más nervioso. Seguramente no era consciente de la enorme trascendencia de aquel encuentro ni de lo que sentía el madridismo adulto.
Y de repente, gol. Un estallido tremendo en casa. Mis hermanas y mi madre nos dijeron que si estábamos locos. No las culpo. Un gol para la historia. Si antes comentaba que del partido no recordaba nada, todo cambia a la hora de hablar del tanto de Mijatovic. Nació del típico centro que hace un lateral cuando se le acaba el campo. Al área, pero sin esperanza. El autor, Panucci. Tras un despeje en el segundo palo, la pelota le cayó a Roberto Carlos. El brasileño lanzó y Mijatovic, que pasaba por ahí, se hizo con el balón, superó al portero y marcó a placer. 17 años después algunos mantienen que fue en posición ilegal.
Los últimos minutos de ese Real Madrid-Juventus los pasé con el cojín pegado al rostro como cuando ponían cine de terror en ‘La 2’ los sábados por la noche. Mi padre fumó media cajetilla de ‘Ducados’ y hasta mi madre se sumó a ver la recta final. “¡Vamos!”, se escuchó en el salón cuando el árbitro pitó. Me quedé hasta tarde viendo las celebraciones. Por aquellos años la final de la Copa de Europa caía en miércoles, así que al día siguiente teníamos que madrugar. Nos dio igual. Fue mi primera gran noche como madridista. Entendía poco, pero sentí mucho.
Casi dos décadas después empiezo a darle el valor real a lo sucedido. Más que nada porque no imagino al Real Madrid actual más de 30 años sin conquistar una Champions League.
Y, de repente, la ‘Décima’.
Evidentemente de la mágica noche de Lisboa recuerdo casi todo. Por proximidad y porque me pilló con 27 años. Era 24 de mayo y yo estaba pasando el fin de semana en Cantabria. Los ratos de sol se mezclaban con las nubes, que acompañaron durante todo el sábado. Salí a dar un largo paseo a media tarde porque ya estaba atacado. Era eso o jugar a la Play Station, pero recordé que me había dejado la consola en Valladolid, así que me puse a caminar. De vuelta a casa compré una hamburguesa con patatas. Ni dos bocados hasta casi la medianoche.
Me senté en el sofá, hice un poco de zapping hasta las 20:30 y a esa hora puse TVE. Comentaba Juan Carlos Rivero. Y yo sin brugal.
El himno de la Champions League terminó de ponerme en efervescencia. Me sentía más excitado que mi primera vez con una chica. Esa es otra. No recuerdo la fecha de mi primera vez, pero sí de los partidos importantes del Real Madrid desde que nací. El verdadero amor es el fútbol y no lo otro.
El equipo entró bien al partido. Bale hizo amago de descoser al Atlético, pero no terminó de conseguirlo. Me sentía optimista. Lo que veía me gustaba y no intuía peligro en los ataques colchoneros. Sin embargo, Iker Casillas homenajeó a Operación Triunfo en una salida y el partido se puso 0-1. Marcó Godín, el típico héroe que nadie espera en una gran final. A partir de ahí, todo cuesta arriba. “Ya verás tú para remontar a estos”, pensé. Curiosamente, la realización no mostró un plano de Diego López tras el grosero error del yerno de España.
La segunda parte fue un acoso del Real Madrid. Ancelotti echó el resto metiendo a Isco y Marcelo. Creó que acertó. El malagueño puso imaginación en medio del laberinto y el brasileño le dio profundidad al equipo por banda. Un agitador nato el lateral. Pese al dominio y las ocasiones, los minutos caían con estrépito y el resultado seguía dibujando un lapidario 0-1. Recuerdo que el Atlético de Madrid tuvo una falta cerca del área blanca en la recta final. Lanzaron a puerta en lugar de tocar en corto y perder tiempo. No sé por qué, pero esa acción siempre se me viene a la cabeza antes de saborear el córner que lo cambió todo.
Luka Modric. Sergio Ramos. El vuelo de Courtois para intentar evitar lo inevitable. 92:48. La cara del Cebolla Rodríguez tapada por sus propias manos en el banquillo. Gol. Éxtasis. Ancelotti apretó el puño como si acabase de cantar veinte en bastos. Si soy yo el entrenador del Real Madrid en ese momento me voy corriendo hasta Coimbra. Poco después, pitido del árbitro y a la prórroga. Lo veía ganado. Seguramente muchos de los que leéis estas líneas, también. Consideraba imposible que el Atlético, destrozado anímicamente, pudiera sobreponerse al golpe. Solo Iker Casillas, con otra cantada, estuvo a punto de darle alas a los que mandan en la capital cuando hay partidos de liga.
No lloré con el gol de Sergio Ramos, pero sí con los de Bale y Marcelo. Con el de Bale porque lo estábamos logrando, con el de Marcelo porque ya lo teníamos en la mano. Alivio. Doce años después iba a ver al Real Madrid reinar en Europa. Con el 3-1 me metí a Twitter a ver cómo estaba el ambiente. No encontré ni una frase medianamente bien armada. Parecía que había entrado a una barra libre a punto de acabar. Cristiano Ronaldo marcó el 4-1 y se quitó la camiseta. Varane vaciló al banquillo del Atlético de Madrid y Simeone casi se lo come. Los colchoneros habían perdido un título, pero su indignación era contra las abdominales de CR7 y el gesto de Varane. Así son: entrañables.
Así las cosas, posiblemente muchos no recuerden qué hicieron los minutos antes de su primer beso o su primera vez. Tampoco sabrán la hora exacta. Sin embargo, y por ello decidí escribir este artículo, todos -o casi todos- sabemos qué hicimos, dónde estábamos, cómo reaccionamos, quién nos acompañaba y qué hora era cuando Amsterdam y Lisboa se tiñeron de blanco. ¿Con qué final te quedas tú?
PD: Las de París y Glasgow no las incluyo porque entiendo que la ‘Séptima’ y la ‘Décima’ han sido mucho más importantes en la historia del Real Madrid. Perdóname, Zidane.
La entrada ¿Amsterdam o Lisboa? aparece primero en La Galerna.