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El Ebro desemboca en Milán

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El verano daba sus últimas sacudidas, estábamos a 22 de agosto y el Real Madrid Castilla iniciaba su temporada en Segunda B recibiendo al CD Ebro. Los discípulos de Zidane ganaron 5-1 e inauguraron el curso con ganas de asomarse a esa Segunda División tan anhelada por ser la ‘Selectividad’ de la cantera. Una categoría donde curtirse y donde constatar si el futuro es cercano, lejano o si directamente no hay porvenir. Escribo esto un día después de que el Castilla ganara su Grupo II de Segunda División B. Se manteó a Ramis (con todo merecimiento), pero dudé por un instante si un helicóptero trasladaría hasta el centro del campo al técnico francés. Reconozco que Space Jam me dejó tocado.

Paralelamente en el pasado, un Rafa Benítez soñador hacía su aparición en un Molinón que volvía a vestirse de gala para disfrutar de la Liga tras un periplo en los infiernos. Los blancos no pudieron pasar del resultado gafas, un empate insípido que quebró de un plumazo las ilusiones, pocas, puestas en pretemporada. Fue el comienzo del fin. Un fin que tardó en llegar, pese a que por el camino se dio un 0-4 en el Clásico de ida que hendió orgullos y amenazó con no supurar hasta ver al coach bien lejos de la Castellana.

Todos sabemos cómo acabo la estancia del madrileño en el banquillo del club de toda su vida. Puente aéreo a Newcastle y a otra cosa mariposa. Fue el polvo pasajero de una relación que se sabía fracasada desde el inicio. Zidane cogió las riendas de un equipo destrozado física y psicológicamente. Lo primero que le reveló el sentido del oído al francés fue el runrún de los “expertos” en la materia, quienes vaticinaban una hostia de proporciones desmesuradas, desatendiendo el aura celestial que invade toda la figura del francés. Lo dice su currículum, lo parlotean sus luceros. “No tiene experiencia”; “es muy joven”; “no ha demostrado nada en ningún lado”; “ha sido incapaz de ascender al Castilla”; “era buen jugador pero eso no le hará ser buen entrenador”… “Es calvo”.

To Milan

Pues bien, Zidane ha colocado a los blancos en su segunda final de Champions en tres años. Ha recuperado al equipo para la causa, un equipo que vagaba con los ojos legañosos por los estadios, con la Liga perdida, el corazón desamparado y la cabeza en Eurocopas y playas, y con todos los pronósticos en contra para llegar a lo más lejos en la mejor competición del mundo de clubes. El punto de inflexión fue el partido en el Bernabéu frente al Atlético en Liga. Los colchoneros se llevaron la victoria por 0-1. Mientras los de Concha Espina pasaban por la UCI, los medios de comunicación se frotaban las manos y sacaban los cuchillos, las AK-47 y los misiles teledirigidos señalando a las oficinas del club, y en especial a la persona de Florentino Pérez. Querían apagar la máquina que mantenía con vida al club y lo querían a toda costa.

El entrenador francés, que no tendrá mucha experiencia en banquillos pero si está curtido en mil batallas dentro del campo, se dirigió a sus jugadores y, lejos de darles una charla adoctrinadora, abrió el maletín de triunfos pasados y repartió vendas y recuerdos a partes iguales. Les animó y les convenció de la calidad y del pelaje que atesoraban todos ellos en sus botas de colores, última generación. Zidane consiguió el objetivo deseado y asaltó un Clásico que se vaticinaba como un paseo militar de los catalanes en Camp Barça. Nada más lejos de la realidad. El Madrid sacó un 1-2 (pese a la actuación arbitral, que intentó por tierra, mar y aire que no hubiera colofón blanco) que a la postre supuso el derrumbamiento culé y el resurgir de la Liga. Una competición doméstica, que pese a desaciertos arbitrales y trampas dispuestas por un morador argentino antes de comenzar la temporada (“La Liga está peligrosamente preparada para el Real Madrid”), ha sido luchada hasta la última jornada. Éramos testigos del típico documental de La 2; con la mirada impasible y orgullosa veíamos a ese felino, agazapado, arañando retrovisores. Los pupilos de Zidane, con los ojos entornados, a pesar de que no era necesario como sí sucedía con Benítez… como el miope que reniega de los anteojos.

En Champions el equipo ha ido pasando pruebas. Cierto es que la Roma en octavos o el Wolfsburgo en cuartos eran pruebas asequibles y no valían para situar correctamente en un mapa la situación de los blancos. De esto se aprovecharon los antimadridistas, que rabiaban por lo que consideraban un sorteo de bolas calientes. Entre ladrido y ladrido, algunos de ellos se despidieron de la competición. Llegó el Manchester City y de nuevo la sensación de que debíamos dar las gracias por un sorteo benévolo. Se le venció y el Madrid está en la final de Milán. Pido perdón por pasar a la finalísima. Jugamos contra el Atlético de Madrid. Molestamos.

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