Cuando se anunció que el Madrid iba a fichar a Cristiano Ronaldo yo apenas le había visto jugar en el United. Tenía de él una imagen que tenía poco que ver con lo futbolístico. No me caía bien. Su pinta de chuleta no ayudaba. Un buen amigo, ferviente madridista, me dijo que era buenísimo, un fichaje extraordinario. No lo puse en duda, porque mi amigo sabe mucho más que yo de fútbol, pero tuve la sensación de que me iba a pasar como cuando fichamos a Dražen Petrović para el equipo de baloncesto; por muchos partidos que nos hiciera ganar yo no iba a conseguir empatizar con él. Así fue con el croata. Sus desplantes y su tendencia a monopolizar el juego me hacían sentir incómodo. Para mí nunca fue uno de los nuestros. Petrović jugaba para Petrović. Igual que Mourinho jugaba para Mourinho. Me daba igual que mi Madrid del alma ganara títulos gracias a ellos. Así no, pensaba yo. Así no gana el Madrid.
Imagino que con este primer párrafo habré suscitado el rechazo de muchos madridistas. Me temo que cuando ponga el punto final al artículo, habré cabreado a muchos más. Lo digo por las cosas que leo habitualmente en Twitter. No me importa. Cada cual que entienda como quiera su madridismo.
Pero volvamos a Cristiano. Al segundo partido que le vi jugar con la camiseta blanca y radiante le dije a mi buen amigo: cuánta razón tenías. Era, efectivamente, un jugador extraordinario. Pero además, a diferencia del escolta croata, dejó de caerme mal casi de inmediato. Sí, se repeinaba con gomina y parecía que antes de saltar al campo se pasara media hora delante del espejo diciéndose lo guapo que era. ¿Y qué? Sobre el césped se dejaba la piel, corría como un gamo y peleaba los balones hasta el final. Era un fuera de serie. El problema de Cristiano es que es tan bueno que no lo parece. El problema de Cristiano es que sabe lo bueno que es. Y su mayor mérito es que trabaja como una bestia para seguir siéndolo. Yo no he visto nunca nada parecido. Nuestro problema es que nos hemos acostumbrado a la excelencia como el que desayuna cada mañana caviar y champán francés. Huy, no está lo suficientemente frío. Esta lata de beluga está pelín salada, ¿no, cariño? No estamos apreciando lo que tenemos.
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Aquí en La Galerna, templo del madridismo ilustrado, le hemos dedicado artículos y elogios, pero se ve que no son suficientes. La mayoría insisten en lo mismo que él reivindica una y otra vez: sus estadísticas. Y es cierto que ahí es imbatible. Pero no basta. Las estadísticas no producen emociones. Los números sólo le dejan en evidencia cuando no bate un nuevo récord, o no lo hace con la rapidez que uno esperaba. Se le niega la condición de artista. Es un atleta, un prodigio físico, una máquina.
Y no. Es el mejor jugador del mundo.
Lo vuelvo a repetir, por si alguno no se ha enterado: Cristiano Ronaldo es el mejor jugador del mundo, como demuestran, sí, sus estadísticas, pero no sólo por eso. Por mucho que se metan con su manera de celebrar los goles, Cristiano es un jugador que destaca por su fair play. No creo que haya ningún jugador en el mundo que reciba más patadas y que, sabiendo que es el centro de todas las miradas, se queje menos ni haga menos teatro. Nunca le he visto patear el balón a la grada como a otros. Sin embargo, no se le pasa ni una. Haga lo que haga, siempre se le acusa de prepotente, de engreído, de soberbio.
Cuando dejó el United para venir al Madrid, Sir Alex Ferguson dijo de él:
No tengo nada más que elogios para el chico. Él es sin duda el mejor jugador del mundo. Es mejor que Kaká y mejor que Messi. Está muy por delante de todos ellos. Su contribución como amenaza de gol es increíble. Sus estadísticas son increíbles. Los disparos a puerta, tiros libres, incursiones en el área, los remates de cabeza. Todo está ahí. Absolutamente impresionante.
Pueden poner en duda mi competencia en materia futbolística, pero creo que nadie dudará de la de Ferguson. Y eso que “el chico” se estaba yendo de su equipo.
La Tierra es redonda. Cuando escribo esto es de noche. Y Cristiano Ronaldo es el mejor jugador del mundo. Digan lo que digan los demás, como cantaba Raphael; digan lo que digan Agamenón y su porquero (que en esto, por una vez, estarían de acuerdo).
El viernes estaba yo viendo las noticias en la tele cuando leí un faldón que decía: “El gran gesto de Messi”. Subí el volumen para enterarme de la cuantía del cheque que había extendido a alguna obra benéfica, del hospital que había visitado, de la hazaña humanitaria que justificara semejante titular. Resultó que le había mandado dos camisetas y un balón a un niño afgano cuyo padre había subido en internet una foto del chaval con una camiseta del jugador argentino hecha con una bolsa de basura.
Dos camisetas y un balón. El gran gesto.
He visto cientos de gestos de Cristiano que no han recibido jamás un tratamiento semejante de la prensa. Vi cómo defendía a un niño japonés que se esforzó en hablar portugués y del que se rieron sus compañeros. Siempre trata con un cariño nada impostado a los chavales con los que salta al campo de la mano. He visto también gestos técnicos de Cristiano que me han dejado con la boca abierta y que nunca han sido merecedores del calificativo de genialidad, que se regala a Messi en un lanzamiento de penalti cuyas virtudes futbolísticas aún estoy intentando que alguien me explique.
El argentino es un jugador excepcional, qué duda cabe. Pero además es canijo, feo y apenas logra articular una frase con sujeto, verbo y predicado. Eso le otorga inmunidad. Es un pésimo perdedor, tiene un mal genio y una soberbia infinitas. Da igual. Haga lo que haga, un ejército de palmeros le jalea como si fuera la Madre Teresa de Calcuta. Y como ocurre con la monja albanesa, la hagiografía no aguanta el menor análisis (lean a Hitchens al respecto).
Tras la dolorosa derrota contra el Atlético de Madrid, Cristiano se ha parado delante de un pelotón de periodistas ansiosos por arrancarle titulares. El gran error del portugués ha sido decir lo que piensa. Dicen que ha arremetido contra sus compañeros. Si se limitan a leer los entrecomillados fuera del contexto se quedarán con la imagen de prepotencia y chulería que le persigue allá donde va. Sin embargo, el noventa por ciento de sus declaraciones son de una sensatez arrolladora. Azuzado por esas hienas con micrófonos ha dicho una sola frase fuera de lugar en la que afirma que si todos los miembros de la plantilla estuvieran a su nivel a lo mejor el Madrid sería primero. No importa que estuviera reivindicándose y respondiendo a las críticas de los reporteros, ni, por supuesto, que pueda tener razón. No importa que haya reconocido que las ausencias de jugadores clave como Benzema, Bale o Marcelo estén afectando a los resultados. Nadie señalará que de esas palabras se deduce que él no se considera suficiente para hacer ganar al equipo, que desmienten su supuesta prepotencia y afán de protagonismo.
Algunos dicen, y quizá con razón, que Cristiano no pasa por su mejor momento. Me recuerdan a los que, hablando de cine y de grandes maestros califican algunas de sus películas como obras menores. Pues vale. Eso lo único que demostraría es que no se puede ser genial todo el rato. A pesar de ello, los números de Cristiano, aunque no emocionen, tampoco mienten.
Todo da igual.
Es Cristiano Ronaldo.
Es el mejor.
Pero eso no es suficiente.
¿No lo es?
Lo es para mí, y por eso le estaré eternamente agradecido.
¿Y saben lo que les digo? Que ojalá los demás estuvieran a su nivel.
Número Tres
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