Vivimos en un mundo en el que impera la dualidad, la polaridad. Lo bueno o lo malo, las cosas nos gustan o nos disgustan, apenas existe la neutralidad en aquello sobre lo que opinamos, sobre lo que sentimos. Este hecho alcanza su máxima expresión en el mundo del fútbol, donde el hincha proyecta gran parte de su propia identidad y al añadir el apego emocional todo se magnifica. Cada lunes, mientras remata el primer café de la mañana, el madridista enfrenta la semana con el ánimo o desánimo que le ha deparado su equipo. Los forofos somos así, dejamos en manos de unos veinteañeros gran parte de nuestras satisfacciones o insatisfacciones más cotidianas y mundanas.
James Rodríguez ha vivido el peso de esta polaridad de emociones en sus propias carnes. Llegó a Madrid con la sombra de la duda de muchos madridistas. Muchos “compraron” un mensaje que resultaba demoledor: James había fichado por el Madrid por su gran impacto comercial y porque propiciaría negocios al presidente del Madrid en Colombia. Aquel muchacho, cuya timidez provoca a veces un leve tartamudeo en su habla, venía en desventaja. Su llegada siempre fue vista como la antesala a la salida de uno de los ídolos de la Décima, Ángel Di María. Sin embargo, aquel muchacho que había deslumbrado en el Mundial venía con la determinación de comerse el césped y pronto lo consiguió. Las dudas de la afición dejaron paso a las ovaciones y a la admiración. No era sólo esa maravillosa pierna zurda lo que había enamorado al madridismo. James saltaba al campo a competir y no especulaba con el cuentakilómetros; era un competidor nato y voraz. Una lesión en su mejor momento detuvo su enorme progresión coincidiendo con la regresión de su equipo, pero el sabor que dejó su primera temporada había dejado el exigente paladar madridista más que satisfecho.
Cuesta mucho llegar a jugar en el Real Madrid y muchísimo llegar a alcanzar el reconocimiento general, pero lo más complicado es que, una vez alcanzado, uno logre mantener ese estatus. Tras sólo una temporada, James se había puesto él mismo el listón muy alto.
Una desafortunada lesión y su escaso feeling con el nuevo entrenador le tentaron a tener la excusa de dejarse llevar. Cuesta mucho estar arriba. Sólo desde la entrega máxima un jugador de élite logra diferenciarse de los demás. El abandono no tiene que ser excesivo para que se malogre el rendimiento, basta con aflojar sólo un poco. Madrid es una ciudad que ofrece muchas alternativas lúdicas y no es fácil desdeñarlas cuando has encontrado la excusa. El problema es que esa excusa te mata, y la dualidad en los sentimientos de la gente hace acto de presencia. El paso de héroe a villano puede ser tan rápido que sólo una cabeza privilegiada lo puede asumir. James, en sólo unos meses, se encontraba a mitad de camino. Puedo imaginar su frustración en el descanso ante el Betis: “Quiero pero no puedo, ¿qué me pasa? ¿Por qué lo que antes era fácil ahora me resulta imposible? ¿Por qué cuando me llega el balón me falta confianza?”
Los grandes siempre saben hacer click. El James de la segunda parte no era más rápido que el de la primera, no estaba más en forma, simplemente había hecho click y, con todas sus limitaciones conyunturales, demostró grandeza participando en el gol. Fue tal mi percepción del cambio, que critiqué que James fuese sustituido tras tener el mérito Zidane de mantenerlo en el campo a pesar de su mal estado. Ese partido ya estaba para James porque James ya estaba para ese partido.
Intuyo que con esa seguridad se fue a su casa y con esa determinación se machacó esa semana de entrenamientos para llegar al Bernabéu y regalarle (y regalarse) un partidazo ante el Espanyol con gol incluido. No se engañen, a James aún le queda mucho trabajo por delante, pero su autoestima ha vuelto a colocarle en el raíl por el que sólo unos pocos elegidos, habilitados por su talento, pueden transitar.
James tiene que decidir si va asumir el compromiso de estar a la altura de su potencial. Otros, como Özil o Sneijder, tuvieron oportunidades parecidas y no lograron dejar la huella en el madridismo que su talento ameritaba. James tiene una ventaja: ha estado a mitad de camino de pasar de la estrella al estrellado, ha intuido el frío y si es de verdad grande no querrá nunca volver a experimentarlo. ¿Hay algo más tentador que triunfar con el Madrid?
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