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Zidane y el grial

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El Madrid está a cuatro puntos del Atlético y, virtualmente, a siete del Barcelona. Hasta el más “happy” de los madridistas es consciente de que, muy probablemente, esta Liga tampoco va a ir a parar a la sala de trofeos del Bernabéu. De igual modo, y como le sucede a todos los equipos, conquistar la Champions, debido a la fortaleza de los rivales y al propio formato de la competición, es siempre menos factible que quedar eliminado. Aún con posibilidades en ambas competiciones, opciones que a buen seguro el Real Madrid explotará, debe masticarse ya la posibilidad de otro año en blanco para que la digestión, en caso de tener que tragar, sea lo menos pesada posible.

La historia del Madrid, su afición y los medios a los que el club da vida (sean simbiontes o parásitos) le plantean prácticamente desde 1902 una ineludible disyuntiva: ganar o fracasar estrepitosamente. No existe el término medio. Si vence, cumple con su obligación y además tiene que seguir haciéndolo sin derecho a ser segundo. Y si pierde, hace el más absoluto de los ridículos y debe volver a la senda de la victoria inmediatamente, sin tiempo para reorganizarse. Es necesario relativizar esa agónica espiral, que no la exigencia inherente a la entidad deportiva más importante del planeta.

La luz de Zidane

Pero el asunto principal que quiero tratar en estas líneas es que el Madrid, ante este oscuro panorama deportivo que se cierne sobre él a corto plazo y más allá de los errores que se hayan cometido, parece haber encontrado un faro en Zidane. Incluso tras ese doloroso, por inesperado y trascendente, tropiezo en el Villamarín, se atisba en sólo 270 minutos la luz de un modelo de juego muy concreto, el aún incipiente y pálido brillo de eso que se le ha reclamado al mejor club del siglo XX, y no sin razón, durante todo el siglo XXI: una identidad definida.

El empate ante el Betis fue una desgracia. Fue la antítesis, por juego, actitud y fortuna, de la amarga victoria, si se me permite el oxímoron, ante el PSG en el Bernabéu. Y como casi todas las desgracias, vino propiciada por una cadena de errores. Lo fueron los dos de Martínez Munuera (y digo “errores” por ser políticamente correcto) que condicionaron el resto del partido por el tiempo y la forma en que se produjeron; lo fue el golazo inverosímil del Betis en su única ocasión y lo fue el catálogo de infortunios de los delanteros madridistas ante Adán. Pero el Madrid, como en las goleadas frente a Deportivo y Sporting, transmitió, dominó, creó, creyó, vivió en campo rival, movió el balón con velocidad y criterio, atacó, luchó y mostró una actitud irreprochable sólo empañada por un inicio no apático, pero sí tan gris como la camiseta con la que jugó el partido.

Zizou

Una idea de juego y una visión estratégica

Gane, empate o pierda, porque también perderá, por fin parecemos adivinar a qué juega el Madrid. La idea que proyecta el equipo es atractiva por el mero hecho de ser reconocible, más allá de la estética de un modelo de juego que persigue dominar los partidos de principio a fin con un fútbol inequívocamente de ataque. Siendo imposible mutar de la mediocridad al virtuosismo en casi un mes (como se estaba vendiendo) el cambio que se ha visto en el Madrid de Zizou en tan corto periodo de tiempo sí es demasiado grande como para ser tenido en desconsideración.

Ese Santo Grial que parece haber hallado el Madrid con Zidane, o al menos que busca el Madrid con Zidane, debe ser valorado y gestionado con inteligencia. Y eso significa que todos los estamentos del club y también la afición, especialmente esa facción encolerizada que se rasga las vestiduras cada vez que el lunes no puede presumir en el trabajo o en clase del triunfo de su equipo, deben dejar a un lado, por una vez y sólo por un tiempo, ese hambre urgente e insaciable por la victoria, y adoptar una visión más estratégica. A veces hay que dar un paso atrás para tomar impulso.

Ya lo hemos dicho: el Madrid está vivo en las dos competiciones más importantes y las va a pelear con brío renovado (actitud que no debería descuidarse bajo ningún concepto y a las órdenes de ningún entrenador). Pero también existe un elevado riesgo de que se quede sin objetivos prematuramente esta campaña, especialmente en la Liga. La situación, de producirse, podría degenerar en dejadez e indolencia en los partidos del tramo final de la temporada. ¿Se imaginan? Sería terrible, un viacrucis que, me temo, terminaría marchitando a Zidane y pinchando ese globo de ilusión con el que, un minuto antes de que rodara el balón en el Villamarín, levitaba todo el madridismo, jugadores incluidos. Volvería a reiniciarse ese ciclo por el cual el Madrid no termina nunca de dar por terminada la Edad de Messi.

Ocurra lo que ocurra en Liga y Champions, y por todo esto que se expone además de por la responsabilidad y el privilegio que supone defender ese escudo, el equipo blanco debería enarbolar hasta el último partido de la temporada la misma determinación, entrega y orgullo que ha exhibido en los tres encuentros con Zidane en el banquillo si no quiere dinamitar, como ya ocurriera tras la Décima, los cimientos que, al fin, parece que se están apuntalando. Son la base necesaria para que el Real Madrid vuelva a tocar metal con la frecuencia que siempre ha acostumbrado.

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